Casi no queda nada de carne, aunque hace rato una docena de los sindicalistas más importantes del país le dejaron de prestar atención a la comida. La tensión, en ese almuerzo del primer día de marzo, es bien visible en la sede de Azopardo 802. Luis Barrionuevo, respaldado por cuatro o cinco dirigentes más, lanza una advertencia casi cinematográfica: “No podemos hacer la movilización, va a haber mucha gente que no es nuestra, no vamos a poder controlar la marcha. Llamemos a un paro”. Pero el gastronómico no logra hacer firme su posición y el asado con la actual cúpula de la CGT y, entre otros, Hugo Moyano, se alarga en medio de discusiones. Luego llega la segunda e increíble premonición. La luz se corta de manera imprevista y la reunión se interrumpe.
Falta menos de una semana para que, por primera vez en casi cien años de historia, una marcha organizada por la confederación obrera se desborde y sus dirigentes se vean obligados a escapar entre insultos y empujones. Barrionuevo lo advirtió, pero nadie lo quiso escuchar. Ahora se regodea con la profecía cumplida, y le echa la culpa de los desmanes al kirchnerismo y a la izquierda. "Si Cristina Kirchner mandó a los suyos a que no fueran a Comodoro Py, para que vayan a la marcha, por algo fue", se lo escuchó decir.
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