En los álgidos pasillos parlamentarios se asegura que, confiado en que le daban los números, el Gobierno aceleró el tratamiento de la reforma previsional para evitar debatirla entre el 19 y el 20 de diciembre y esquivar, de tal modo, un clima de provocación y caos en una fecha tan simbólica. Le salió mal. La sociedad, la oposición y los medios no se guían por las especulaciones marketineras del laboratorio macrista. El apurón en sí mismo fue tomado como una bofetada. Y se armó.
El clima de consenso logrado en el pacto con los gobernadores, la CGT y hasta la interna de Cambiemos se volvió todo lo contrario. Macri tiene la Gendarmería fácil. Es un actor central de su relato. Las fuerzas de seguridad se han convertido en el aliado que le falta, para afrontar con mano dura el complejo de ingobernabilidad que suele afectar a los mandatarios que no tienen (o no lograron aún) hegemonía político-institucional.
Aunque tomado con oportunismo, hipocresía y demagogia por la mayor parte de la dirigencia política y social (e incluso buena parte de la sociedad civil) el tema de las jubilaciones es demasiado sensible. Ni siquiera los medios más oficialistas se animaron a justificar la “reforma”, dado que sus audiencias rebalsan de jubilados e hijos de jubilados que deben comer y medicarse. Ganan poco. Alimentos y remedios ocupan los primeros renglones de los indicadores inflacionarios.
La oposición no se salva del disparate. Nadie presentó alternativas al proyecto oficial. Sólo hubo quejas fáciles, supuestamente ideológicas, y especulación con los tiempos del debate o no-debate.
Nadie duda que el sistema previsional y las cuentas estatales crujen. Gobierno y oposición hicieron la más fácil, corridos por sus propias urgencias electoralistas. Jugar a la grieta en estos temas lo que evita es ir al fondo del problema. La Argentina gasta más de lo que recauda y, sobre todo, carece de un plan maestro de largo plazo. Hacerle caso o desobedecerle al FMI configura una discusión de miopes amarrados al hoy. Sin futuro. Ya nos pasó mil veces. Ya fracasamos mil y una.
Acabamos de cumplir 34 años corridos de democracia. El veradero sentido del asunto es para qué. Gendarmes y piedrazos sólo consolidan el statu quo, gane quien gane.
La cordura, esta vez, fue impuesta por Elisa Carrió: la menos convencida del proyecto de ley y oficialista más incómoda para las previsiones de la Casa Rosada. Dijo que “en este clima de violencia no se puede hacer una sesión. No vamos a responder a la violencia con violencia”. Se abre un paréntesis. Cordura discursiva. En la calle la violencia del Estado es el contrapunto de la protesta.
por Edi Zunino*
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