Para cuando el lector esté leyendo esta nota, la mayoría de los funcionarios del Gobierno, de la oposición, y también intendentes y gobernadores ya se habrán realizado su segundo o tercer hisopado por Covid. Incluso varios fueron contagiados por el temible virus que recorre el mundo, y también hay políticos que perdieron a seres queridos por culpa de la pandemia. Es un desafío inmediato al que se enfrentan casi a diario los que toman las decisiones: cada hisopado, cada pariente que se enferma o muere, y también el contagio propio significa entrar en una situación de absoluto estrés, al que se le suma la enorme complejidad de la Argentina actual. Hay que tener en cuenta este difícil presente, que en la lectura macro de la realidad nacional pasa desapercibida, para explicar el regreso recargado de la grieta. Sencillamente, cada una de las personas poderosas del país está absolutamente podrida de la situación, y por lo tanto más intolerante con el otro, en especial con el que está del otro lado de la orilla. La política, como casi todo, empieza por casa.
“Está todo bien con el miedo por el riesgo país, la baja de las reservas y el aumento del Covid en el interior, pero si no vuelve San Lorenzo a jugar en breve o me abren una cancha de papi fútbol yo me muero”, bromeaba un funcionario de Casa Rosada ante la consulta de NOTICIAS. Es una humorada inocente, pero revela la elevada temperatura de la política: a seis meses del comienzo de la pandemia en Argentina, sin ni una sola distracción al alcance, todos están exhaustos. Y ese profundo cansancio tiene mucho que ver con que se haya evaporado cualquier atisbo de deshielo entre oficialismo y oposición que se había asomado un semestre atrás. El clima empeoró y con él empeoró la relación entre las partes.
Agrietado. Queda poco y nada de los saludos de codo entre Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta, o cuando el primero tildaba al otro de “amigo” en público. También quedaron en el pasado las conferencias que hacían ellos dos, más Axel Kicillof, para anunciar las nuevas extensiones de la cuarentena. El último anuncio, de hecho, se limitó a pasar un spot con la voz en off de una locutora. El jefe de Gobierno porteño sintió como una traición el inesperado anuncio de la quita de un punto de coparticipación sobre la ciudad que gobierna, y en Olivos están más ocupados en llegar sin más sobresaltos al 2021 que en mantener las formas con la oposición. “Si me llaman para ir a hablar de la pandemia, yo voy a ir, todas las veces que sea necesario”, le repetía Larreta a quien le preguntara sobre el futuro de su ahora agrietada relación con el Presidente. Del otro lado descreen de la nueva posición del jefe de Gobierno: “Que el pelado no se haga el ofendido, que gracias a nosotros nacionalizó su figura y por eso le compite el liderazgo a Macri”.
Esto coincide con que cada vez hay menos noticias buenas para comunicar en cuanto al avance del Covid en el país, a excepción de la situación en la Capital Federal (aunque los días previos al cierre de esta edición el Conurbano empezaba a mostrar un descenso sostenido de contagios). Una situación preocupante, a la que se le suma la creciente caída de reservas, pero que en el oficialismo pareciera que va a ser contrarrestada de una manera: volver a agitar el fantasma de la grieta. “Los dos principales logros de Fernández corrieron la misma suerte que el peso argentino: el súper cepo se llevó por la alcantarilla el éxito de la renegociación de la deuda y la creciente cifra de contagiados y muertos pulveriza la victoria temprana de Argentina sobre la pandemia. En ese contexto, la posición del Presidente se diluye y queda a la vista el alma kirchnerista de este proyecto político, más controles, embates sobre la Justicia y crispación permanente”, explica el politólogo y consultor Daniel Montoya.
Tiene alguna lógica. Fernández había empezado a cimentar su liderazgo sobre la base de lo que se suponía que venía a representar: el corrimiento hacia el centro de lo que había sido antes el kirchnerismo. Ahora que esa posibilidad parece evaporada solo tiene un camino, en especial teniendo en cuenta que las elecciones legislativas están a la vuelta de la esquina: volver a polarizar con el adversario de turno. Peligrosa jugada presidencial, de final incierto.
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