Eran casi las 9 de la noche del martes 27 de diciembre de 2011 cuando el secretario de Comunicación Pública del Gobierno, Alfredo Scoccimarro, anunció la noticia que rompió la monotonía de la última semana del año: Cristina Kirchner debía someterse a una operación en su glándula tiroides por la existencia de un carcinoma papilar. Pero Cristina, que había vuelto a Buenos Aires luego de pasar la Navidad en Río Gallegos, siguió con su agenda. Esa misma noche, en la Quinta de Olivos, la Presidenta se reunió con el CEO de YPF, Sebastián Eskenazi. Comenzaba a gestarse la reestatización de la empresa más grande del país.
Fueron dos horas de desencuentros. Sebastián tenía trato directo con la Presidenta y representaba al grupo Petersen, la empresa de su padre, Enrique Eskenazi. Petersen había desembarcado en la petrolera cuatro años antes como socio minoritario de Repsol, en el llamado “proceso de argentinización” promovido por el ex presidente Néstor Kirchner.
Cristina tenía en sus manos los números de las importaciones de energía, que en 2011 llegaron al récord de 9.400 millones de dólares. Demasiado para un país que supo autoabastecerse de combustible durante la mayor parte de su historia y para un Gobierno preocupado por la salida de divisas.
La Presidenta le exigió a Eskenazi cara a cara lo que ya le había mandado a decir a través de sus funcionarios: YPF debía dejar de distribuir dividendos al exterior y comenzar a invertirlos en la exploración y producción de petróleo y de gas. Atacaba al mismo tiempo dos frentes sensibles para su administración: la salida de divisas y el creciente déficit energético. Pero también el núcleo del acuerdo entre la familia Eskenazi y la española Repsol, la accionista mayoritaria de YPF.
Sebastián trató de no perder los estribos y de mantener el tono afable y conciliador que le reconocen quienes lo tratan. Pero se mantuvo firme. Le recordó a Cristina que eso no era lo “acordado”. El ingreso de su familia a la compañía había sido el resultado de un complejo esquema avalado por Néstor. Incluía distribuir una enorme cantidad de dividendos, muy por encima del promedio para la industria petrolera, para que los Eskenazi pudieran pagar los créditos con los que habían comprado la empresa. El entendimiento entre Repsol y el grupo Petersen se había alcanzado el 27 de diciembre de 2007, cuatro años antes.
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