Friday 22 de November, 2024

POLíTICA | 10-07-2016 00:02

El álbum íntimo de María Eugenia Vidal

Una biografía indaga en la historia de la gobernadora de Buenos Aires. Su carácter de hierro a los 4 y la separación de su marido. Ver fotos.

La determinación, aventurera a veces, estructurada en otras, es una característica central en la personalidad de María Eugenia Vidal. Cruzar el río, suele decir. Los primeros vestigios de ese carácter ya los habían observado mamá Norma y papá José Luis cuando su pequeña hija se amotinó ante la directora de su escuela para que deje que su mejor amiga se cambie a ese colegio.

Corría 1977. Una niña de apenas cuatro años se mostraba muy molesta: le reclamaba a su madre, y a su abuela, Elsa, que, para comenzar el jardín de infantes en sala de cinco, era muy importante que pudiera compartir el aula con su mejor amiga, “Sole”, con quien pasaba tardes enteras jugando.

El Colegio Instituto Privado Nuestra Señora de la Misericordia de Flores, sólo de mujeres, era muy requerido en esos tiempos: solía haber lista de espera y no pocas chicas se quedaban con las ganas de ingresar. Lo habían fundado en 1878, las primeras hermanas que llegaron desde Italia, bajo el manto espiritual del Papa Pío IX, y era reconocido por su nivel académico. Fue, además, el colegio que vio crecer a Vidal, desde los cuatro años a los 18; del jardín al final de la secundaria.

Impulsada por su nieta, la abuela Elsa comenzó la primera gestión ante las autoridades del colegio: un grupo de estrictas monjas con una formación tradicional. La madre Mercedes fue la primera en explicarle que no podían hacer excepciones para que dos niñas estuvieran juntas.

Mamá Norma también lo intentó en vano, y obtuvo una explicación similar: la fuerte demanda siempre obligaba al colegio a tener largas listas de espera. “Sole”, una niña menudita y rubia, además, tenía otra contra: había estado anotada en el Janer, la competencia directa del Misericordia. El Boca-River de los colegios de Flores, por ese entonces.

Pero la niña de cuatro años seguía protestando. “Bueno, quizás es mejor que vayas vos”, se resignó mamá Norma.

Volvió al jardín y le avisó a su madre y a su abuela que tenía que hacer “algo importante”. A la madre de Soledad la habían llamado para una segunda entrevista pero no estaba confirmado que su hija fuera a ingresar. La pequeña Vidal caminó hasta la dirección del Colegio, donde la hermana Laura tenía su oficina, entre libros y figuras religiosas. Llegó sola hasta allí, tocó la puerta e ingresó. Se presentó y le expresó:

—Hola, yo quería hablar con usted. Mire, necesito que mi amiga Soledad, que es mi amiga del edificio de mi abuela, entre en este colegio. No quiero que esté en el Janer.

Habló de corrido. Sorprendida, la directora sonrió y la escuchó con atención. La insolencia, pero también la determinación, de una niña no eran tan frecuentes por esos años. Menos aun en el ambiente del Misericordia.

Aún hoy “Sole” no tiene claro cuánto influyó, si fue determinante, si fue apenas el puntapié inicial, o si directamente fue clave, pero al otro año le informaron que, a pesar de haber estado en lista de espera, había logrado entrar al colegio y podría compartir el aula de jardín junto a su amiga del edificio. La misma con la que compartiría la primaria, la secundaria y hasta la acompañaría en el día a día de su trabajo como una fiel asesora privada.

La separación. Ese lunes 14 llegó a La Plata temprano y le pidió a Soledad que llame a sus tres funcionarios encargados de la comunicación. No les dijo por qué los convocaba, con celeridad, a una reunión. Al encuentro fueron los tres hombres de su mesa chica que trabajan los temas de comunicación. Su secretario de Medios, Mariano “el Turco” Mohadeb; el de Comunicación, Federico Suárez; y su ministro de Gobierno, Federico Salvai. Los sentó y les disparó, sin rodeos: “Me separé de Ramiro”.

La cara de los tres se trastocó con la noticia de boca de ella. Alguno lo intuía pero no le preguntaba; otro lo había charlado, livianamente; a otro no le había contado la verdad, pero Vidal nunca siquiera esbozó la crisis.

—Ahora que saben que me separé quiero decirles que lo voy a comunicar hoy. Donde sea, de la mejor manera, pero hoy lo cuento. No quiero que nadie lo cuente por mí.

Sus funcionarios, azorados, insistieron en debatir si era el momento. Pero ella sentía que lo tenía que contar. Y argumentó, seria:

—Nunca vendí lo que no era, y ustedes saben que no me importó si las cosas que hice afectaban mi imagen o no, cada vez que me metí en un quilombo no especulé políticamente a ver si me sube la imagen positiva o crece la negativa. Esto es una decisión muy personal y tiene que ver con quién soy. Díganme cuál es el primer acto del día y lo cuento.

Solita, ella se acercó a los micrófonos de los principales canales de noticias, en una suerte de cadena nacional encubierta, y habló de la separación con el intendente Tagliaferro:

—Hemos decidido con Ramiro separarnos. Pasamos muchos años en conjunto, y la prioridad es cuidar a nuestros hijos. No voy a dar más detalles, quiero proteger mi intimidad, la de Ramiro y la de mis tres hijos.

“Fue una separación tan normal que no generó más interés”, describiría una fuente encargada del tema. Realizaron rápidamente una división informal de bienes.

*Autor de La otra hechicera, biografía de María Eugenia Vidal

También te puede interesar

por Ezequiel Spillman*

Galería de imágenes

En esta Nota

Comentarios