Monday 18 de March, 2024

CABEZAS - 20 AñOS | 25-01-2017 01:50

El último día de Cabezas y el primero sin él, contados por un colega de temporada

El periodista que cubría Pinamar para Caras en 1997 recuerda las horas que compartió con el fotógrafo antes de el crimen, y el temor de sus compañeros después.

“Sabés que yo a vos te quiero mucho. Sos un buen tipo”. El sorpresivo abrazo vino desde atrás, con fuerza y afectuoso. “Yo también te quiero mucho”, apenas pude balbucear, mientras José Luis Cabezas ya se iba del lobby del hotel Victoria en Pinamar. El entonces dueño del hotel, Alberto, también sorprendido, me miró y me dijo: “Desde que tuvo la nena (Candela), cambió completamente”. Es que Cabezas no era un colega fácil, incluso cuando no éramos competidores: yo cubría para Caras y él para Noticias, misma empresa, diferentes revistas, distintas notas. Pero tenía picardías que en el momento molestaban, aunque al final movían a risa, como retener unos minutos más a una modelo al atardecer para que Eduardo Lerke, el fotógrafo de Caras, tuviera que hacer malabares con la escasa luz de la puesta del sol. Desde que había tenido a Candela con su mujer Cristina, era otro. Más afectuoso, menos competitivo, pero no menos profesional. La nena lo había hecho bajar unos cuantos decibeles. Y él parecía querer demostrar estos sentimientos que le brotaban.

Por ejemplo, desde hacía años, en el día del cumpleaños de Oscar Andreani, se había establecido un ritual: Cabezas, Lerke y yo íbamos por la tarde a saludar al “Tano” al quincho de su casa. Él nos recibía con una picada de jamón crudo traído especialmente de Entre Ríos. El día de la fiesta del sábado 24 de 1997, José Luis decidió que, para el momento de la picada, le llevaría a Andreani un regalo. Me preguntó si una remera estaba bien y le dije que lo ideal era una Lacoste, pero le pregunté por qué justo en esa oportunidad quería darle un presente. “Porque lo aprecio mucho, y nunca le regalé nada. Lo aprecio”, me dijo.

Aquella noche de la fiesta de cumpleaños, que devino la madrugada en que lo asesinaron, yo no estuve en la casa de Andreani. Tenía otra nota con Graciela Borges y estaba cenando con ella. Nada hacía suponer lo que iba a pasar. Menos cuando, un par de semanas antes de la muerte de Cabezas, el colega Jorge García, que cubría como periodista para Caras, con el fotógrafo Néstor García le habían hecho fotos a Alfredo Yabrán en un balneario. Incluso Jorge se acercó a tratar de conversar con él. “No, yo no hablo –le dijo–. Hablen con el Tano que le gusta figurar. Yo no hablo públicamente”. Parecía una temporada más, sin peligros y con trabajo.

El día después

La primera noticia de que algo no andaba bien fue cuando me encontré con Gabriel Michi en la oficina que las dos revistas (Caras y Noticias) que compartían en el mismo hotel Victoria. “¿No lo vieron a José Luis? Porque teníamos una nota más temprano y no vino”, nos preguntó a Martín Arias (el otro fotógrafo de Caras) y a mí. No. No lo habíamos visto. Yo me lo imaginé durmiendo en la playa. Nada grave. Ninguno, por lo menos la gente de Caras, pensó en algo malo. Pero el tema se fue complicando cuando con Martín nos volvimos a cruzar con Gabriel, que estaba saliendo de la comisaría. “Encontraron un auto quemado en un camino que va a la laguna donde pesca Duhalde –nos dijo preocupado–. Voy a ver si es el que teníamos nosotros”.

Hasta ese momento no sabíamos del cuerpo adentro del auto. “Este loco no se habrá estrolado contra un árbol”, pensé. La preocupación comenzó a surgir en el equipo. Desde el Hotel del Bosque, donde teníamos la nota con la Borges, Martín llamaba permanentemente a Michi, que estaba en la cava. Ahí nos enteramos de que era el auto en el que andaba Noticias y que había un cuerpo calcinado. La preocupación dio pasó al temor. Un llamado de Gabriel preguntando por las botas de José Luis, si nos acordábamos cómo eran, hizo que Martín recordara otra cosa. “El tiene un reloj Tag Heuer como el mío, pero con la corona de color blanco” (o negra, acá la memoria nos falla a todos), le dijo Martín. “Pará que me fijo”, le respondió Gabriel. “Sí, es él”. Martín se largó a llorar. Yo pensaba que era un error, que no podía ser él.

A partir de ahí las cosas se aceleraron y la memoria va mezclando. ¿Lerke había averiguado antes o después en la empresa de alquiler de autos que el vehículo era el de José Luis? ¿Cuándo el temor dio paso al miedo? ¿Era miedo o estábamos en shock?

Lo que recuerdo es haber estado en la oficina del hotel Victoria con Sofía Lalanne (jefa del operativo de Caras) y Gabriel, mientras esperábamos a Pablo Sirvén (por entonces en Noticias) que estaba de vacaciones en Pinamar y nos parecía que tardaba una eternidad. También mi llamado a los colegas de Gente para avisarles. Otro llamado a Andreani que me preguntaba: “¿Qué fotógrafo?”. “José Juis Cabezas, el que le regaló la remera hoy a la tarde, el de Noticias”, le explicaba yo. “No lo ubico”, me decía.

Ya a esa hora todos sabíamos que a José Luis lo habían matado. No sabíamos del tema de los balazos (la autopsia se hizo el lunes), pero sí que había sido asesinado. Y la primera causa que se nos ocurría era la foto que le había sacado a Yabrán en Pinamar.

Gabriel y Sofía se encargaron de avisarle a Cristina. Pero a ella ya se lo había dicho la policía. Incluso, cuando fueron a decirle (con muy poco tacto le informaron de la muerte de José Luis) y ella quiso ir hasta la cava, el comisario Gómez le espetó: “Nena, no vas a encontrar nada de tu marido”. Cuando llegó Michi, ella ya sabía. Y su reclamo a Gabriel fue: “¿Por qué lo dejaste solo?”. “Porque se quiso quedar un rato más. Si me hubiera quedado me habrían matado a mí también”, fue la respuesta de Gabriel.

Esa noche no fui consciente del significado de la muerte de José Luis. Sólo sentía que habían asesinado a alguien cercano, que yo quería. No lloré. Sólo sentí un enorme vacío.

Creo que el temor del grupo que fue creciendo en el día, en realidad no fue consciente. Era algo que molestaba, una presencia amenazante, pero que no era sólo de los equipos de Caras y Noticias. Una vez, la madre de José Luis dijo algo que creo que refleja lo que nos pasaba a todos y era (es) ponerse en el lugar del otro. Ella dijo: “¡Cuánto miedo debe haber sentido, pobrecito!”. ¡Cuánto miedo, José Luis!

*Editor Jefe de revista Fortuna.

por Mario Rodríguez Muñoz*

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