T. S. Eliot no aludía a la Argentina cuando señalaba que “el ser humano no puede soportar demasiada realidad”, pero al poeta británico de origen estadounidense no le hubiera sorprendido la voluntad de buena parte de sus habitantes de reemplazarla por algo menos exigente. Es que si bien nunca hubo la menor duda de que, mientras pudieron, Néstor Kirchner y Cristina se las arreglaban para embolsar cantidades fenomenales de dinero público, hasta hace muy poco casi todos se resistían a tomar en serio lo que a buen seguro sabían era verdad.
Preferían dejar la corrupción K en el terreno de las denuncias politizadas, como si fuera cuestión de un asunto discutible, un producto de la imaginación febril de personajes como Elisa Carrió o mercenarios mediáticos que tenían sus propios motivos para querer desacreditar a quienes estaban en el poder. Para los reacios a permitirse conmover por lo que hacen los gobernantes de turno, el que por lo común las acusaciones más graves provengan de sus enemigos políticos es más que suficiente como para descalificarlas.
Demás está decir que la propensión a creer sólo lo que a uno le conviene no se limita a los ciudadanos de a pie. La comparten aquellos miembros de la gran familia judicial que durante años archivaban causas que podrían ocasionarles disgustos, pero andando el tiempo todos, salvos los más ciegos, se encontraron frente a montones de evidencia tan firme que no les sería dado pasarlos por alto.
Así, pues, la semana pasada el juez Claudio Bonadio creyó tener bastante para, por fin, procesar a Cristina y cuarenta sujetos más por integrar lo que se llama eufemísticamente una “asociación ilícita”, o sea, una banda mafiosa, que fue creada con el propósito de trasladar miles de millones de dólares de las arcas públicas a las cuentas bancarias, haciendas, hoteles y otras propiedades de los acusados de ser responsables de la estafa gigantesca que sufrió el país.
Desgraciadamente para Cristina, muchos empresarios están en la mira de la Justicia, lo que hará más difíciles sus intentos de presentarse como víctima de una campaña de persecución política derechista.
Hasta ahora, Cristina y compañía se han visto beneficiados por el clima de escepticismo mayormente fingido que siempre ha imperado en buena parte de la sociedad. El fenómeno puede entenderse. A veces, aferrarse a una mentira consensuada parece mejor de lo que sería correr los peligros de enfrentar una verdad nada grata. Ya es tarde, pero uno podría argüir que al país le hubiera convenido demorar por algunos años la investigación de las fechorías perpetradas por el matrimonio patagónico y sus cómplices en el transcurso de la larga “década ganada” por ellos. La caída en cámara lenta de Cristina ya ha sacudido el empresariado nacional y, al golpear con fuerza especial el sector relacionado con las obras de infraestructura con las que el Gobierno esperaba hacer más soportable el ajuste que, presionado por los mercados, ha tenido que poner en marcha.
Además de impactar en la obra pública, el drama protagonizado por Cristina está agitando sobremanera al peronismo justo cuando el país necesita que la parte “racional” de la clase política apoye con vigor y convicción un programa encaminado a enderezar una economía disfuncional que de otro modo podría hundirse por completo. Por lo demás, no hay garantía alguna de que no caigan en las redes de los cazadores de corruptos más oficialistas, incluyendo a miembros de la familia presidencial.
Así y todo, a los muchos que quisieran que la corrupción K fuera ficticia o, cuando menos, no fuera tan mala como los datos concretos hacen creer, les está resultando cada vez más difícil defender lo que para ellos sigue siendo una suerte de mentira patriótica. El más resuelto en tal sentido es el senador peronista Miguel Ángel Pichetto. Como un partidario del solipsismo del obispo anglicano del siglo XVII George Berkeley, uno de los filósofos favoritos de Jorge Luis Borges, Pichetto insiste en que aún faltan las pruebas definitivas que precisaría la bancada peronista para resignarse a despojar a la senadora Cristina de los fueros parlamentarios sin los cuales ya estaría entre rejas. ¿Realmente cree que la ex presidenta podría ser inocente de los muchos cargos en su contra? Es muy poco probable, pero no parece dispuesto a permitir que los meros hechos lo hagan modificar su punto de vista.
Pichetto dista de ser el único que piensa de esta manera un tanto esquizofrénica. A ciertos funcionarios del gobierno macrista tampoco les gusta lo que está sucediendo; no es que teman verse acusados de cometer delitos sino que creen que les convendría que una Cristina herida continuara provocando divisiones en el peronismo y que fuera ella que enfrentara a Mauricio Macri en un eventual balotaje en las elecciones fechadas para el año que viene.
Durante años una parte sustancial de la población del país optaba por minimizar el significado de lo que sabía acerca de la conducta delictiva de Néstor, Cristina y los demás. Comprendía que la corrupción era un problema mayúsculo que contribuía a empobrecer a millones de personas, pero se consolaba diciéndose que todos los políticos eran iguales y por lo tanto sería muy injusto castigar a los K, de ahí el triunfo abrumador de Cristina en las elecciones de 2011 cuando obtuvo el 54 por ciento de los votos
¿Ignoraban quienes formaron parte de aquel 54 por ciento lo que hacía la señora? Desde luego que no, pero parecería que en aquel entonces la mayoría consideraba la corrupción un tema anecdótico sin mucha importancia. ¿Ha cambiado de actitud? El que a pesar de todo lo ocurrido últimamente Cristina conserve una intención de voto superior a las atribuidas a otros peronistas hace pensar que los más perjudicados por el robo en escala industrial de los recursos que en teoría son de todos siguen creyendo que en política la honestidad es lo de menos.
Que éste sea el caso pide una explicación. Puede que lo que más quieren quienes se sienten representados por el kirchnerismo sea vengarse de una sociedad que de un modo u otro los ha humillado. Comparten tal sentimiento no sólo los pobres e indigentes que viven como pueden en los barrios insalubres del conurbano bonaerense y el norte del país, sino también muchos integrantes de la clase media y cohortes de intelectuales. Para todos aquellos, oponerse al orden existente que Macri, el “niño bien”, hijo de un multimillonario que se formó en un hogar de la patria contratista, simboliza mejor que nadie, importa mucho más que el verso ideológico o los debates entre economistas en torno a cómo impedir que el país continúe deslizándose hacia la hiperinflación, el default y una pesadilla venezolana.
José López, el hombre de los bolsos, dice temer a Cristina porque “es vengativa”, pero a ojos de sus simpatizantes tal característica no es un vicio sino un motivo más para apoyarla. Después de todo, los Kirchner construyeron poder al movilizar el rencor que, por razones nada misteriosas, abundaba en el país y que, huelga decirlo, se ha visto estimulado por los acontecimientos de los meses últimos, de ahí el riesgo de que, una vez más, surjan dirigentes populistas decididos a aprovechar el malestar generalizado sin preocuparse por las consecuencias a mediano plazo de su accionar.
Aunque los recursos escasean, el gobierno del presidente Macri está procurando alistarse para enfrentar una emergencia duradera al tomar medidas que serían apropiadas para un país devastado por una catástrofe natural de dimensiones inéditas; acumula alimentos para comedores populares para que el hambre no asuele las zonas más vulnerables del conurbano y otros lugares. Todo hace prever que en los meses próximos el gasto social sea el más alto de la historia y que tal esfuerzo cuente con el respaldo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional que no quieren que la Argentina experimente otra debacle con repercusiones negativas en el resto del planeta. ¿Será suficiente como para frenar a los deseosos de sacar provecho de una situación que ellos mismos habían previsto, ya que antes de la llegada al poder de Macri los kirchneristas apostaban a que el sucesor de Cristina, aun cuando fuera Daniel Scioli, resultara incapaz de manejar la herencia explosiva que recibiría y por lo tanto no tardaría en poner los pies en polvorosa?
Para sobrevivir a la etapa de vacas flaquísimas que ha comenzado y que, según los voceros oficiales, durará hasta mediados del año próximo, el macrismo necesitará más que programas de emergencia que sirven para hacer menos dolorosos los golpes asestados por una recesión prolongada. Tendría que suplementarlos con “un relato” capaz de convencer a la mayoría de que está llevando el país hacía un futuro mejor. Puesto que la crisis que enfrenta se debe casi exclusivamente a factores internos que están presentes desde hace muchísimo tiempo, confeccionar uno no le sería del todo sencillo; a diferencia de los kirchneristas y sus aliados de la izquierda dura, los macristas no pueden achacar el desastre a la malignidad de siniestros enemigos extranjeros, como si el país estuviera librando una guerra a muerte contra fuerzas oscuras resueltas a aplastarlo. Por fantasioso que fuera el relato kirchnerista, durante años contribuyó a asegurar la hegemonía de un gobierno que cometía más “errores no forzados” que el encabezado por el lacónico ingeniero Macri que nunca ha ocultado el desprecio que siente por la retórica tradicional.
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