Hace más de veinte años, el ensayista francés Jean Baudrillard desató un pequeño revuelo al tratar la guerra del Golfo de George Bush padre como un simulacro mediático, un videojuego que nos había distraído de temas más importantes. De tomarse en serio las cosas que dijo en Nueva York, Cristina piensa lo mismo del “Estado Islámico” o ISIS, un nombre derivado de las siglas en inglés de una versión anterior de la agrupación que tanta alarma ha motivado no sólo en el Oriente Medio sino también en Europa.
Le parece escandaloso que los gobiernos de otros países presten más atención a las hazañas sanguinarias de los guerreros santos que a las perpetradas por los terroristas financieros de la banda de Paul Singer que están sembrando pobreza y miseria. Por desgracia, sus esfuerzos por convencer al mundo de que la batalla titánica que está librando contra los buitres es bien real, mientras que las actividades de la gente del ISIS, si bien la amenaza por ser amiga del Papa, son sospechosamente “cinematográficas”, no tuvieron el impacto deseado. Cuando la Presidenta se puso a hablar en la Asamblea General de la ONU, el recinto se vació.
Pero Cristina no es la única persona que ha reaccionado con incredulidad frente a la irrupción de un ejército de islamistas fanatizados que, en poco tiempo, logró apoderarse de partes de Siria e Irak, masacrando sin piedad no sólo a soldados enemigos capturados sino también a miles de civiles, aunque dejan vivir a algunas mujeres por tratarse de botín de guerra. Igualmente desconcertados por lo que acaba de suceder han estado los líderes occidentales, en especial Barack Obama, y los dirigentes árabes que quieren que Estados Unidos reanude su trabajo con gendarme regional.
Aunque, luego de recuperarse de su sorpresa inicial, los norteamericanos comenzaron a bombardear las columnas de ISIS y algunas instalaciones de interés económico, Obama sigue negándose a enviar tropas terrestres al teatro de operaciones. Dice que les corresponde a los gobiernos de Irak y sus vecinos encargarse de la parte más fea, y peligrosa, de la contraofensiva, pero parecería que el ejército iraquí no sirve para nada: los yihadistas ya están en los alrededores de Bagdad, ciudad en que tienen muchos simpatizantes.
Quedan los “peshmurga” kurdos. Si bien lo lógico sería darles las armas pesadas que necesitarían para defender el territorio que ocupan de las incursiones de ISIS, los norteamericanos y europeos son reacios a correr el riesgo de enojar al gobierno iraquí y, más aún, a sus presuntos aliados turcos que, por su parte, no quieren que termine consolidándose un Kurdistán fuerte e independiente.
Además de intentar mantener a raya a los islamistas aprovechando su superioridad tecnológica con la esperanza de que no haya bajas militares norteamericanos, Obama, con la ayuda de los europeos, sigue insistiendo en que no tienen nada que ver con el islam, que su credo es una perversión burda de una fe esencialmente benigna caracterizada por la tolerancia mutua, el pluralismo y otras virtudes exaltadas por los progresistas occidentales.
Discrepan los eruditos islámicos, entre ellos el jefe de ISIS, el “califa” Abu Bakr al-Baghdadí, que tiene un doctorado en la materia. Los islamistas disponen de una multitud de versículos coránicos, dichos atribuidos al profeta Mahoma y doctrinas largamente consagradas que, de acuerdo común, confirman a ojos de los creyentes que son los más islámicos de todos. No se trata de un detalle insignificante. Por expresar opiniones bastante parecidas a las de Obama, el primer ministro británico David Cameron y otros admiradores de lo que suponen es el islam auténtico, un culto que, por fortuna, coincide milagrosamente con las convicciones actualmente de moda en círculos políticos occidentales, un iraní acaba de ser ahorcado por herejía.
Obama y los demás esperan que si insisten en que, en el fondo, el islam se asemeja al cristianismo descafeinado, purgado del fanatismo de otros tiempos, que aún se practica en países resueltamente pluralistas, los musulmanes afincados en América del Norte y en Europa se alejarán de las severas verdades absolutas del credo ancestral que hace de la guerra santa contra los infieles una obligación irrenunciable. Puede que muchos, asustados por la alternativa, sí estén dispuestos a “modernizarse”, pero también abundan jóvenes criados en Europa que prefieren una variante más “medieval” del islam. Miles ya están combatiendo en las filas del Estado Islámico. Los acompañan decenas de miles de sunitas procedentes de países árabes, los Balcanes, el Cáucaso, Afganistán, Paquistán, Bangladesh, Filipinas, Indonesia y hasta China.
¿Qué es lo que les atrae? Además de la guerra que, desde que el mundo es mundo, tienta a los deseosos de cambiar la aburrida normalidad por algo más emocionante, y la promesa dudosa de que les espera post-mortem una eternidad en un paraíso sexual, los combatientes de ISIS se creen capaces de humillar a las potencias occidentales. Al predicar el pacifismo, afirmando que la guerra jamás soluciona nada, que matar a terroristas asegura que pronto haya muchos más y, en el caso de Obama, jurando que nunca se le ocurriría enviar soldados norteamericanos a la zona de conflicto, los líderes de países antes hegemónicos les suministran motivos adicionales para suponerse más fuertes que sus enemigos. En lo que es en buena medida una batalla psicológica por los “corazones y mentes” de los musulmanes, la cautela excesiva ha resultado ser contraproducente.
Al intensificarse la Segunda Guerra Mundial, el destino de los civiles pronto dejó de ser una prioridad hasta para los gobiernos de los países democráticos. En lo que según el Papa, amenaza con ser la Tercera, los islamistas han sabido aprovechar la conciencia occidental usando a hombres, mujeres y niños como “escudos humanos”. Merced al progreso tecnológico, en la actualidad es mucho más fácil de lo que era en los años cuarenta del siglo pasado discriminar entre combatientes y civiles, pero así y todo ni siquiera los drones más sofisticados pueden hacerlo siempre, razón por la que los especialistas advierten que será imposible aplastar al Estado Islámico desde el aire: mal que les pese a Obama y los europeos, limitarse a emplear métodos “quirúrgicos” sólo garantizaría que el conflicto se prolongara durante años y, huelga decirlo, les permitiría a los yihadistas reagruparse para concentrarse en atacar blancos en las grandes ciudades occidentales.
La fase así supuesta de la guerra ya ha empezado. En Estados Unidos, Canadá, Australia y diversos países europeos, se han producido últimamente episodios vinculados de un modo u otro con el Estado Islámico al que, según parece, no le faltan adherentes entusiasmados por lo que está sucediendo en Siria e Irak. Todos los servicios de seguridad están trabajando afanosamente en un esfuerzo por detectar síntomas de “radicalización” en jóvenes de las ya muy grandes comunidades musulmanas.
Los resultados han sido decepcionantes. Una y otra vez, los familiares, amigos y vecinos de individuos detenidos luego de planear un atentado se manifiestan asombrados al enterarse de que una persona tan buena, tan educada y tan integrada resultó ser un terrorista despiadado. Cuando dirigentes políticos de los países desarrollados, como Cameron y la alemana Angela Merkel, dicen que ha sido un fracaso total el “multiculturalismo”, según el cual todas las distintas culturas son igualmente valiosas y por lo tanto podrían convivir sin problemas, están aludiendo a lo difícil, cuando no lo imposible, que ha sido incorporar el islam al acervo occidental. Llegaron tarde a dicha conclusión, puesto que en muchos países europeos los musulmanes ya se cuentan por millones. Todos los europeos, pues, tendrán que soportar las consecuencias de décadas de permisividad inmigratoria, de las cuales una es el deterioro rápido de la relación de la mayoría nativa con una minoría que, en términos generales, ha sido reacia a adaptarse modificando sus propias costumbres.
Demás está decir que el surgimiento del Estado Islámico y la propagación de miles de videos en que los guerreros santos se jactan de su brutalidad, asesinando a mansalva a quienes consideran infieles o musulmanes de actitudes tibias, decapitando a rehenes, jugando fútbol con cabezas cercenadas, descuartizando a bebés, esclavizando a mujeres y cometiendo otras atrocidades a fin de intimidar al resto del género humano, no han ayudado a mejorar la imagen del islam en Europa. Por el contrario, para satisfacción de los yihadistas, a los que les encantaría que el viejo continente se hundiera en una guerra civil, la ha desprestigiado enormemente. Aunque es poco probable que logren reeditar en las ciudades europeas las escenas espeluznantes que ya son rutinarias en Siria e Irak, están forzando a los gobiernos a tomar medidas que inevitablemente molestarán a musulmanes que, de ser otras las circunstancias, jamás soñarían con pelearse con sus vecinos por motivos religiosos. Así, pues, a menos que ISIS sea eliminado muy pronto, lo que exigiría una ofensiva militar occidental decididamente mayor que el previsto por Obama y sus aliados, los yihadistas podrían despertar a monstruos que los europeos, traumatizados por guerras atroces, creían haber muerto para siempre pero que sólo habían hecho dormir.
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