La crisis económica y los escándalos de corrupción en Chile y Brasil fueron el impulso necesario para que viejos actores de la política local resucitaran de entre los medios criticando los actuales mandatos de Michelle Bachelet y Dilma Rousseff. El ex presidente chileno, Ricardo Lagos, volvió con un mensaje esperanzador, pero cargado de presión: “Haré todo lo que esté a mi alcance para que Chile no vuelva a frustrar su desarrollo”. En el país carioca, el ex mandatario Fernando Henrique Cardoso fue más apocalíptico: “Si la propia presidenta no es capaz de tener un gesto de grandeza –renunciar– asistiremos a la desarticulación creciente del gobierno”.
Sin carnaval. Casi un millón de personas salieron a la calle el pasado domingo en más de 200 ciudades brasileñas para exigir el juicio político de la presidente, Dilma Rousseff. Cuando aún no se terminó de digerir el escandaloso caso de corrupción conocido como “Mensalão”, el gobierno de Dilma está salpicado por la megacausa “Lava Jato”, que investiga la malversación de fondos de la petrolera estatal Petrobras. Por otro lado, el país vecino está ahogado en una recesión económica que se prolongará, por lo menos, hasta el año próximo y acaba de devaluar fuertemente su moneda para recuperar la competitividad en los mercados internacionales. Los resultados de una encuesta realizada por CNT/MDA arrojó que la mandataria no llega a tener siquiera un 8% de imagen positiva, algo que perjudica terriblemente al oficialista Partido de los Trabajadores.
En medio de las turbulencias, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso y líder del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) reapareció en la televisión y en las redes sociales asegurando que “lo más significativo de las manifestaciones como las de ayer (por la marcha del domingo) es la persistencia del sentimiento popular de que el gobierno, aunque sea legal, es ilegítimo”. Aunque su crítica fue más para el líder petista, Luiz Inácio Lula Da Silva, que para Dilma. “La presidenta sufre la contaminación de las fechorías de su patrón (Lula) y va perdiendo condiciones para gobernar”, aseguró Cardoso. Y luego sentenció: “Le falta la base moral, que fue corroída por las estafas del ‘lulopetismo’”.
Con 84 años, el sociólogo, profesor y filósofo aún sigue siendo escuchado por el pueblo, que lo eligió dos veces para ocupar el sillón presidencial (entre 1995 y 2003). Durante sus mandatos, Cardoso siguió a rajatabla el manual de políticas neoliberales llevando la inflación a un dígito y abriendo las puertas de la economía al exterior. En los primeros años de su gobierno hubo un boom de consumo y de recaudación fiscal que logró impulsar la economía brasilera, aunque en ese momento el demócrata no contara con el beneficio de los buenos precios externos que acompañaron a Lula. De hecho, el éxito económico le dio el respaldo suficiente como para reformar la constitución permitiendo la reelección inmediata, que lo mantuvo durante ocho años en el poder.
Sin embargo, el gobierno de Cardoso también sufrió sus altibajos económicos, con crecimiento de la desocupación y una política de recorte presupuestario en materia educativa. Tampoco escapó a las acusaciones por corrupción. No fue casual que el pueblo brasileño se inclinara hacia un gobierno de corte popular en los años subsiguientes, un ciclo que ahora parece agotarse y vuelve a escuchar el canto de las sirenas derechistas.
Desde que se alejó del escenario político, Cardoso se limitó a la actividad académica, aunque nunca dejó de influir en su partido y, como suele decirse, el poder es un vicio.
¿Traición? Michelle Bachelet también está en aprietos a poco más de un año de asumir su segundo mandato. 2014 y 2015 están entre los peores años de crecimiento de Chile desde 2009. Mientras aumenta el gasto público, caen los ingresos fiscales y para el año que viene se espera una magra expansión del 3%. El nivel de inversión es muy bajo y viene acompañado por una fuerte caída en la producción y aumento del desempleo, que viene creciendo desde 2013.
El reciente “nueragate”, una causa de corrupción que apunta al hijo de la presidente por usar influencias políticas para obtener un préstamo millonario para su esposa, también debilitó la imagen de la mandataria, que se desplomó hasta un 22% –aunque los últimos sondeos aseguran que hubo un leve repunte–.
La crisis económica se tradujo en internas políticas puertas adentro de La Moneda, donde la mandataria exigió en mayo la renuncia de todo su gabinete para barajar y dar de nuevo. Hubo nueve cambios, pero el más ruidoso fue la salida del ministro de Hacienda, Alberto Arenas, el primero de esa cartera que interrumpió su mandato desde la vuelta de la democracia.
Ante ese escenario, el ex presidente Ricardo Lagos dio una extensa entrevista al diario El Mercurio, donde aseguró que la gente por la calle le pide que vuelva y no descarta una futura postulación a sus 77 años.
Lagos ocupó la presidencia de Chile entre el año 2000 y el 2006. Fue una de las principales figuras que se enfrentó al gobierno militar de Augusto Pinochet y cofundó el Partido por la Democracia. Llegó a tener la imagen positiva más alta en la historia de Chile, arriba del 70%. Abogado, académico e investigador, Lagos se ganó el respeto del pueblo con sus maniobras económicas, que lograron atacar la crisis y el desempleo, aunque se le ha criticado los estrechos lazos que mantuvo con la elite empresarial, favorecida por los tratados de libre comercio que se firmaron con China, Estados Unidos y la Unión Europea.
Confiando en la frase que indica que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, el ex mandatario encontró el momento justo para el revival. Ya desde hace meses viene criticando las decisiones de gobierno de Bachelet y promete traer soluciones para su país. “Yo no haré nada que no esté a mi alcance por tener la conducta consecuente con lo que espero que sea el Chile de mis nietos”, expresó Lagos, que otrora bendecía el mandato de la actual presidente, una política con la que comparte las premisas socialistas y un origen en común.
Además, Lagos acusó cierta “sensación de impunidad” en el aire, mostró preocupación por una posible reforma constitucional y llamó a la ciudadanía a participar activamente. Sin embargo, también hizo un mea culpa aceptando que en su paso por La Moneda sufrió una crisis de popularidad por la malaria económica que no le dejó cumplir su promesa de crear 200.000 empleos en su primer año de gobierno: “En septiembre me di cuenta de que no los iba a crear (…) Llamé a una rueda de prensa y con unos gráficos expliqué por qué no lo iba a cumplir”, añadió. “Lo dije en septiembre. No esperé que me llegara diciembre. Me adelanté, porque esa es tu obligación”. Y luego arrojó su chicana: “La verdad es que yo no estaba muy preocupado, porque andaba por sobre el 40% de aprobación”, alardeó el ex mandatario frente a una Bachelet desgastada.
¿Los viejos estadistas vinieron a embarrar la cancha para redoblar la apuesta? Dicen que las segundas partes no son buenas, pero no hay nada escrito sobre las terceras.
por Noelia Fraguela
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