Puede que sólo sea una expresión de deseos, pero en los Estados Unidos y Europa muchos se han convencido de que América latina está abandonando el populismo autocompasivo, prepotente y corrupto que, impulsado por la voracidad de China, se puso de moda más de diez años atrás. Parecería que, al desplomarse los ingresos abultados que fueron posibilitados por la venta a precios altísimos del petróleo y productos agrícolas como la soja, la mayoría se ha dado cuenta de que le sería peor que inútil aferrarse a modelos clientelistas basados en la redistribución del dinero fácil así conseguido.
En opinión de quienes están festejando lo que toman por el fin de la ilusión voluntarista que fue representada en su momento por el comandante eterno Hugo Chávez y, de modo menos militarista pero igualmente arbitraria, su amiga Cristina, el triunfo de Mauricio Macri en las elecciones de noviembre pasado confirmó que América del Sur está experimentando un cambio histórico que, esperan, le permita alejarse definitivamente del autoritarismo caudillista y casi siempre extraordinariamente inepto que tanto ha contribuido a mantenerla subdesarrollada.
Por ser la Argentina un país más grande y más influyente que Chile o Uruguay, y por haberse perdido Brasil en un pantano político y económico del cual le costará encontrar una salida, a los defensores del “modelo” socioeconómico propio de la democracia occidental les gustaría que Macri asumiera el papel de líder regional. Es por tal motivo que ya vinieron para brindarle su apoyo moral el italiano Matteo Renzi y el francés François Hollande, mientras que el norteamericano Barack Obama tiene planeado llegar el 23 de marzo después de una estadía breve en Cuba donde le aguardan los hermanos Castro que, como Macri, quieren que su país “se reinserte”, aunque fuera de manera decididamente excéntrica, en la llamada comunidad internacional.
De más está decir que para Macri es muy grata la voluntad de los mandatarios de distintas potencias extranjeras, entre ellas la mayor de todas, de asegurarle su solidaridad. El que en el frente externo todo vaya viento en popa lo ayudará a convencer a la ciudadanía de que el “proyecto” que encabeza ya ha comenzado a concretarse y que por lo tanto no le convendría tratar de frenarlo antes de que haya empezado a producir algunos beneficios concretos. En efecto, luego de más de una década de aislamiento, la Argentina está reincorporándose con rapidez sorprendente al orden internacional que quienes llevan la voz cantante en Washington y Bruselas están esforzándose por mantener, un orden que, desde luego, tiene muy poco en común con el imaginado por los bolivarianos venezolanos y sus aliados kirchneristas. Sin embargo, para que los logros diplomáticos que el Gobierno está anotándose incidieran en el frente interno, el único que realmente importa, las palabras de aliento tendrían que ser respaldadas por muchísima plata.
La Unión Soviética, antes de hundirse, y mientras duró la bonanza petrolera, la Venezuela chavista, subsidiaron a sus amigos ideológicos cubanos enviándoles muchos miles de millones de dólares, pero los países capitalistas siempre han preferido dejar las relaciones económicas en manos de los banqueros, especuladores financieros y empresarios. Si bien son mucho más ricos de lo que eran los soviéticos o los bolivarianos, creen que incluso para países de tanta importancia estratégica como Grecia, la caridad sería contraproducente.
Así, pues, por mucho que Renzi, Hollande y Obama, además de otros líderes occidentales como Angela Merkel y David Cameron, quisieran que el gobierno de Macri pronto superara todos los muchos problemas económicos y sociales que los kirchneristas se las arreglaron para legarle, su aporte seguirá siendo meramente verbal. A lo sumo, podrían presionar al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial para que sean un poco más generosos y menos exigentes, pero sería asombroso que intentaran poner en marcha un operativo de rescate financiero destinado a ahorrarle a Macri la necesidad de llevar a cabo un ajuste doloroso.
Aunque tal actitud es miope, ya que el eventual fracaso de la gestión de Macri seguido por una convulsión parecida a la que está destruyendo Venezuela, sería una catástrofe geopolítica de primera magnitud que perjudicaría enormemente a toda América latina, los gobiernos de países comprometidos con la libertad económica suelen limitarse a ofrecer a los aspirantes a emularlos lo que a su juicio son buenos consejos sin preocuparse demasiado por las consecuencias concretas de su propia pasividad.
Para merecer la aprobación de los políticos norteamericanos y europeos, Macri sólo tuvo que persuadirlos que comparte sus principios y denunciar las violaciones de los derechos humanos perpetradas por el régimen venezolano; para que vengan muchos inversores, le será necesario consolidarse en el poder y poner el país en un camino que les parezca adecuado, lo que, por desgracia, en vista de lo poco, salvo expectativas exageradas, que dejaron los kirchneristas, no le será del todo fácil.
La voluntad de Macri de congraciarse con los norteamericanos ha brindado a quienes están más interesados en luchar contra fantasmas ideológicos que en el bienestar de la gente nuevos pretextos para tratarlo como un monstruo ultraderechista equiparable con Adolf Hitler. En la Argentina, el antinorteamericanismo, que por cierto no comenzó con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, siempre ha sido más fervoroso que en otros países de la región, acaso porque, en el pasado remoto, los políticos locales creían que el destino los había convocado para construir un “coloso del Sur” que sería tan poderoso como el que surgía en el Norte.
Tales sueños murieron hace mucho tiempo, pero no llevaron consigo a la tumba el desprecio por Estados Unidos o la convicción de la superioridad moral propia, lo que es un tanto extraño porque el sistema institucional del país es un calco del norteamericano y los fallos de la Corte Suprema del “imperio” suelen incorporarse enseguida al acervo jurídico nacional. Para colmo, muchas presuntas innovaciones kirchneristas, como la del “matrimonio igualitario” e incluso la pasión, en su caso selectiva, por los derechos humanos, fueron importadas desde Estados Unidos. Según parece, el antinorteamericanismo no ha frenado la norteamericanización cultural de la progresía argentina.
Las razones por las que Macri y sus simpatizantes quieren acercarse a Washington son pragmáticas. De aún estar entre nosotros, Guido di Tella diría que es una cuestión de relaciones “carnales”, no de amor, pero puesto que pocos comprendían la humorada del canciller del gobierno de Carlos Menem, los macristas juran que no se proponen ir tan lejos. Es que a su juicio no tiene mucho sentido oponerse automáticamente al gobierno norteamericano de turno, sobre todo si se trata de uno tan centrista como el de Obama. Asimismo, aunque batir el parche nacionalista podría significarle algunos beneficios políticos, como los que consiguió el gobierno anterior cuando optó por satanizar a los acreedores “buitres”, a la larga los costos resultarían insoportables.
Ha sido así desde los días de la Segunda Guerra Mundial, cuando la camarilla militar gobernante, cuyo miembro más destacado sería el coronel Juan Domingo Perón, quería que triunfaran los nazis. Si bien Perón logró aprovechar la hostilidad evidente de Estados Unidos hacia su persona y todo cuanto a su entender representaba al hacer del embajador Spruille Braden el enemigo a batir en las elecciones presidenciales, los norteamericanos se desquitaron de la derrota táctica que les propinó para marginar a la Argentina, impidiéndole participar del gran boom económico que transformaría Francia, Italia y otros países de Europa occidental.
A mediados de la primera década del tercer milenio, los kirchneristas más cerebrales y sus aliados coyunturales de la izquierda combativa llegaron a la conclusión de que “el imperio” yanqui tenía los días contados y que su lugar como superpotencia hegemónica se vería tomado por China. Tal vez aquellos profetas de la caída del orden o desorden actual no se equivocaran por completo, pero aun cuando los chinos lograron superar los muchos obstáculos que encontraran en el camino, tendrían que transcurrir un par de décadas más para que se verificara el cambio que pronosticaban.
Sea como fuere, los norteamericanos y europeos rezan para que la Argentina cumpla un rol positivo en los años próximos porque las perspectivas les parecen muy tétricas en buena parte del resto del planeta. Además de temer que tengan repercusiones terribles en sus propios países las guerras feroces que están librándose en el norte de África, el Oriente Medio y Afganistán, les inquietan el expansionismo chino y la conducta delirante del rechoncho dictador norcoreano Kim Jong-un. También se da el riesgo de que la Unión Europea se caiga en pedazos al ampliarse las grietas que separan a sus diversos integrantes. Para colmo, es por lo menos posible que Donald Trump, una especie de kirchnerista al uso norteamericano cuya popularidad se debe a su capacidad notable para encauzar la frustración y rencor que siente buena parte de la clase media, sea el próximo presidente de la superpotencia.
por James Neilson
Comentarios