En 1957 el doctor William Gafafer, especialista en medicina laboral, señalaba en un reporte de salud pública: "No hay homogeneidad en las soluciones ofrecidas por el mercado para dos problemas relevantes como son el empleo y la jubilación de los trabajadores mayores. Esto indica no sólo la complejidad del problema, sino también la falta de evidencia concreta sobre la cual pensar una solución”.
Hoy, más de cincuenta años después el debate sigue abierto. La realidad en nuestros días es que muchas personas no desean el retiro mandatorio del mercado laboral, especialmente aquellas que pertenecen a los grupos con mayor nivel de educación. Mientras que aquellas personas pertenecientes a los grupos con menor nivel socioeconómico prefiere acogerse a este beneficio, puesto que le resulta en una regularización de su ingreso económico.
En la Argentina el retiro o no -que da paso a la jubilación y que en muchos casos tiene poco de jubileo- es un tema que de a poco comienza a debatirse. Países como España, Francia, Italia y Alemania lo han discutido y reglado promoviendo un incremento creciente en la edad formal de retiro.
Japón, el país con mayor expectativa de vida del mundo (84 años) y donde los mayores de 65 son cerca del 27% de la población, aprobó en el 2013 una ley por la cual se obliga a las empresas a elevar la edad de jubilación de sus empleados hasta los 65 años.
Guste o no, este tema es parte de la agenda pública que se viene en Argentina. El rápido envejecimiento demográfico no es solo un gran desafío social -en términos de presupuesto público, fuerza laboral, competitividad y calidad de vida- sino que es una gran e inigualable oportunidad para el crecimiento y para la creación de nuevas fuentes de trabajo que conforman la llamada “economía plateada”.
Según la Unión Europea, la “economía plateada” se define como el conjunto de oportunidades que comienzan a florecer a partir del gasto público y de los consumidores, y que está relacionada a la transición demográfica que significa el envejecimiento poblacional y las necesidades específicas del mercado de las personas mayores a 50 años.
En los Estados Unidos, por ejemplo, y según datos de la Oficina de Censo de USA, un tercio del total de la fuerza de trabajo tendrá más de 50 años este año. Hacia el 2020. el Japón tendrá el mismo porcentaje de la población mayor de 65 que USA tendrá para el 2030; mientras que en ese año la población alemana mayor de 65 años conformará el 28% de la población total. No son datos menores.
Por ello, en el mundo de los negocios o del comercio, del trabajador y del empleador, es necesario considerar aspectos como el adulto mayor trabajador, el empleador frente al trabajador mayor, el mayor emprendedor, el mayor como consumidor y también los entornos “amigables” para el adulto mayor.
Es claro que este cambio tan grande que estamos viviendo implicará (o debería implicar) el abandono de las nociones existentes sobre la vejez, el trabajo y el retiro laboral o jubilación. No en vano, la consultora McKinsey en un reporte titulado “No ordinary disruption” sostiene que el envejecimiento de la población sólo ha comenzado a emerger como una fuerza global que modificará todas las tendencias.
Empresas como Bank of América, Merrill Lynch, Nestlé o Novartis han incorporado el concepto del envejecimiento como un punto estratégico de desarrollo para sus objetivos comerciales según apunta un relevante informe del World Economic Forum (WEF). Es más, el mismo WEF cuenta con un Comité especializado que discute de manera periódica todos los aspectos relacionados al envejecimiento y su impacto en el mundo y los mercados.
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Sobran los motivos para señalar que cuando hablamos de una persona mayor como trabajador formal hablamos de un perfil propio en cuanto a sus características. El Comité Norteamericano para el Desarrollo Económico señala que suele ser una persona juiciosa, comprometida con la calidad, con bajo nivel de ausentismo y alta puntualidad. Además suelen ser más solidarios a la hora de trabajar en equipo y son fuentes de memoria institucional.
Si buceamos en las razones de porque los adultos mayores quieren continuar en sus labores encontramos el temor a la incertidumbre financiera o la posibilidad de poder complementar la pensión, pero lo que más suelen mostrar las encuestas es la necesidad de encontrar un sentido y propósito de vida, el sentirse útil o el poder mantener contacto social.
En los Estados Unidos más del 50% de las personas mayores de 65 años quieren seguir trabajando según la Red Vital de Envejecimiento, una reconocida ONG americana. En nuestro país, según la ONG Help Age International el 60% de las personas entre 55 y 64 años están empleadas, una cifra por debajo del promedio regional y cuya causa podría ser la alta cobertura previsional que hay en la Argentina.
Esta situación, según otro informe del Banco Mundial, explicaría la baja condición de pobreza en los mayores en comparación con este mismo indicador en la población general. Sin embargo, es necesario y relevante señalar que gran parte de los mayores de nuestro país (y gran parte del mundo) participan de una economía informal, poco estudiada y por lo tanto invisible.
Es la economía doméstica, la que se realiza puertas adentro de los hogares y entre el grupo familiar.
Por ejemplo, según la Encuesta Nacional de Calidad de Vida del Adulto Mayor, un 45% de los mayores colabora con un familiar o conocido que no vive con él y que, por si fuera poco, el 20% de esta ayuda que realiza el mayor lo hace con dinero en efectivo. Además, el 15% de los mayores de 65 años de Argentina participan de actividades voluntarias principalmente, iglesias, templos, centro de jubilados y hospitales. Esta actividad de voluntariado en países es mayor como el caso de Reino Unido donde un 30% de los mayores participan del voluntariado.
Lo que es claro es que, desde una perspectiva puramente económica, formal o informal, existe una creciente demanda de personas que continúen participando de la fuerza de trabajo por mucho más tiempo como nunca antes se ha visto.
Capacidad de consumo. En otro orden de análisis, el adulto mayor como consumidor es tan nuevo como inexplorado. La consultora internacional The Boston Group calculó que apenas el 15% de las firmas han desarrollado estrategias con foco en este grupo de consumidores.
La Unidad de Inteligencia de “The Economist” fue algo más generosa y encontró que un 30% de su muestra lo había hecho. En ambos casos, las cifras muestran la poca atención puesta por el sector privado… hasta el momento. Los grupos de personas que están arribando a edades avanzadas son más educadas, participativas y en muchos casos más ricas que las de las generaciones previas.
En la Argentina, uno de cada tres mayores de 60 años ha finalizado la educación secundaria o ha iniciado estudios universitarios. Apenas un 3% de los mayores de esa misma edad en nuestro país no posee instrucción de ningún tipo. Por otro lado, el 85% de los mayores de 60 años son propietarios de la vivienda en la que habitan.
El adulto mayor como consumidor no solo es algo reciente sino un concepto difícil de circunscribir. No es lo mismo un “mayor” de 65 años que uno de 82. Por si acaso hoy sabemos que el adulto mayor es poco influenciable por las estrategias de mercadeo, es un consumidor sofisticado ya que suele tener muy definidos sus gustos y además, es ahorrador.
Hay quienes ya han estudiado lo que se viene. Por ejemplo, se espera que en el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, el mercado que constituyen las personas adultas mayores crezca entre los años 2005 y 2030 cerca de un 80%, mientras que para el mismo periodo en el grupo de 18 a 59 años el aumento será solo del 7%.
En los últimos tiempos, las estrategias de mercado así como el reclutamiento de trabajadores han estado monopolizadas por las generaciones jóvenes. Quizás eso explique cierta invisibilidad del mercado de consumo “plateado”. Hoy las proyecciones, y por sobre todo los datos, nos hablan de una reorientación en estrategias, productos y servicios.
La población del mundo envejece y esto incluye Argentina y toda nuestra región sin excepción. Este cambio demográfico es la norma en el mundo actual. Algo así como un nuevo orden dentro del cual nuevos usuarios crean nuevas demandas.
El cambio está claro. Flota a nuestro alrededor y pocos lo han visto, aunque brille como la plata.
por Diego Bernardini*
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