El Instituto Nacional de Estadística y Censos volvió a publicar un informe oficial sobre pobreza. De pronto, nos enteramos de que el 32,2% de los argentinos es pobre, casi una persona de cada tres, o tres personas y dos brazos de cada diez, o treinta y dos personas y un par de dedos de cada 100.
Primera sorpresa: se divulgó un índice de pobreza luego de años y ningún pobre se sintió peor persona ni estigmatizado. Quizás, porque están preocupados en eso de ser pobres y querer comer todos los días, contar con servicios básicos y otras cosas que hacen a la condición humana occidental del siglo XXI.
Sin embargo, el Gobierno pretendió que en una misma tarde nos empacháramos de cosas que hacía tiempo no veíamos y Mauricio Macri dio una conferencia de prensa sobre los números del Indec. Entre un montón de obviedades –"pobreza cero es inalcanzable"– sostuvo que "este punto de partida es sobre el cual acepto ser evaluado como presidente". Si bien es una gran expresión de deseo –las evaluaciones no existen y el escrutinio del público se hace sobre lo que al público le interesa y no sobre lo que el evaluado pretende– también es cierto que necesitábamos un número del cual partir.
He aquí la segunda sorpresa: el kirchnerista romántico despechado con ese sector de la sociedad que no aceptó seguir comiéndose todas las puteadas por todo lo que salía mal en un gobierno en el que nada salía mal gracias al poder de la cadena nacional, hoy encontró una nueva herramienta para fustigar al actual gobierno. No es que uno haya perdido su capacidad de asombro, pero estamos hablando de las mismas personas que marchaban a Plaza de Mayo periódicamente cada semana y nunca jamás vieron a las familias que duermen al lado de la Catedral, en la galería del Cabildo o sobre Avenida Alem y Paseo Colón. No los vieron ni cuando los esquivaban en el piso para seguir camino.
Durante el kirchnerismo, el Indec decía que la pobreza era del 0% o que en Chaco había pleno empleo, era palabra santa. En esa línea se movían en 2013 cuando la situación económica del fin del kirchnerismo empezaba a subir y la solución que encontró Cristina Fernández fue poner a Axel Kicillof de ministro de Economía, el economista que no cree en el mercado, el cura ateo, el carnicero vegano.
Kicillof llevó la justificación a un nivel novedoso. Guillermo Moreno nos imponía su verdad por la fuerza de la chicana o de la agresión verbal patoteril. Axel, directamente, dijo que no medía la pobreza para no estigmatizar a los pobres. O sea, les estaba haciendo un favor al borrarlos de un plumazo de los planes del gobierno. Porque, en definitiva, las estadísticas sirven para direccionar, corregir a aplicar políticas de Estado y evaluar sus resultados.
Hoy, ver las críticas que esbozan los colegas y economistas que justificaron todas las barbaridades estadísticas del kirchnerismo, da un poco de nervio. Es como que tuviéramos que dedicar fuerzas a pedirles coherencia antes que en evaluar qué es lo que se hará de ahora en más. A ver si se entiende: No se puede justificar el éxito de políticas económicas sin poder ver el resultado de las mismas. Es como festejar que ganamos un partido sin ver los goles, sólo porque el gobierno nos dijo que ganamos.
Lo que sí viene bien es aprovechar esta novedad para barajar y dar de nuevo algunas condiciones a futuro. Porque desde que el autor de esta nota tiene memoria, los índices de pobreza han servido como armas para cambiar gobiernos, como escudos para mantener otros, siempre en comparación a un momento caprichoso, nunca en contexto histórico internacional.
Ejemplos sobran. Carlos Menem asumió la presidencia del país con una pobreza cercana al 50%. Y no, Raúl Alfonsín no gobernó casi seis años con medio país bajo la pobreza, sino que se recontra disparó 20 puntos con la hiperinflación de 1988/89. Para mayo de 1994, la pobreza llegaba a un piso de 16%, sin embargo, Menem será recordado por haber dejado la pobreza en el 27% y la desocupación en el 13.8%.
Cuando Fernando De La Rúa dejó el poder en diciembre de 2001, la pobreza trepaba al 33%. Eduardo Duhalde llegó para arreglar las cosas y mandó la pobreza al 52% en días. Triste récord histórico de Argentina que pasó como "parte de la solución".
Los números pueden ser aún más crueles. En 1998 –el peor año de la recesión menemista– el ingreso nominal promedio de los hogares rondaba los 1.100 pesos. Cuando Duhalde le entregó el mando a Néstor Kirchner, el ingreso promedio era de 892 pesos por familia. Pero la clave está en el término nominal: 1.100 pesos en 1998 eran 1.100 dólares de un dólar que valía incluso más en poder adquisitivo de lo que vale hoy. Para 2003, 892 pesos eran casi 300 dólares. Un tercio del poder adquisitivo promedio de 1998, 20 puntos más de pobreza que la crisis de De La Rúa, y muchísimo más que el promedio menemista.
De un modo lógico, el kirchnerismo decidió medir el éxito de sus políticas económicas en comparación a los índices de 2002, mientras que, discursivamente, se comparaba con "el colapso del modelo neoliberal" que, dependiendo del temperamento de Néstor o Cristina a la hora de hablar, podía remontarse a 1999, 1989 o 1976. Una ensalada en la que el éxito constaba en contradecir políticas que, si nos guiáramos sólo por los números, fueron más exitosas que las aplicadas.
Para 2006, el kirchnerismo tenía para mostrar números sólidos: la pobreza había caído al 24% en tres años. Un 24% que se encontraba por debajo de los números de pobreza del segundo gobierno de Menem pero, siempre fiel a la frialdad estadística, fue el mejor número que pudo mostrar el kirchnerismo: 8 puntos por arriba que el mejor del temido menemismo.
Para 2007, la pobreza subió un punto y se evaluaron distintas medidas, una de las cuales consistía en crear equipos de trabajo para ver qué había que corregir, qué había rectificar. Pero las medidas políticas tienen costos también políticos, un riesgo que el gobierno no estaba dispuesto a correr en un año electoral. La opción que triunfó fue la más estúpida de todas: dibujar los números justo cuando dejan de cerrar. El resultado lo conocemos todos: el kirchnerismo siguió publicando índices oficiales impresentables e increíbles, pero indiscutibles, ya que cualquier opinión en contra resultaba un planteo apátrida.
Hoy, con un nuevo índice publicado, la actual gestión coloca una vara a la altura que ellos pretenden tener por alta. No vamos a practicar futurología, pero el principal problema de los números es que son tomados como vallas: si el gobierno baja dos puntos, redujo la pobreza. Y es tan cierto como que el 30% seguiría siendo pobre.
Si hay algo triste es que, con cada crisis terminal que atraviesa la Argentina, cientos de miles de personas son arrojadas a la pobreza de la cual saldrán muchos menos de los que ingresaron. O sea: del 50% de 1989 quedó un 16% pobre por toda la década de los noventas. A ese número llegaron los que vinieron después hasta sumar el 52%, de esos quedaron un 24% al que se sumaron otros hasta llegar a este 32,2%. Si encima vamos al censo poblacional, es muchísimo más el 32,2% de 44 millones que el 20 de 33 millones. Por si no se entiende: existe una base de pobreza que lleva generaciones enteras siendo pobre, que nunca dejaron de serlo y que no conocen otra forma de vida ni por referencia de algún ancestro, ya que el abuelo era pobre. Y no son números, son personas con nombre, apellido y sueños. Como vos, como yo.
Para redondear la crueldad de los números, les dejo lo peor que se puede hacer: comparaciones palpables.
8.7 millones de pobres entran en 141 canchas de River repletas. O podrían entrar en 1.000 estadios Luna Park, por si quieren algo más íntimo. Sí, se podría llenar el Luna Park de pobres distintos todos los días durante 3 años.
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