En la última década del siglo 20, un texano millonario logró alterar el bipartidismo. En 1992, Ross Perot obtuvo casi 20 millones de votos, cerca del 19 por ciento de los sufragios emitidos. El principal perjudicado fue George Herbert Walker Bush y el beneficiado fue Bill Clinton. A Bush le había costado vencer en las primarias al ultra-conservador Pat Buchanan y los desencantados votos ultraconservadores se fueron con el candidato independiente, porque sus propuestas expresaban a la derecha más dura.
Entusiasmado con el fenómeno electoral que había producido, creó el Partido Renovador, que expresó un marcado nacionalismo económico. Y en las elecciones de 1996, fue el republicano Bob Dole quien perdió votos que se fueron con Ros Perot. Pero esa vez, el texano sacó la mitad de los votos que había logrado en la elección anterior.
Bush padre, el senador por Kansas Bob Dole y el senador por Arizona Jon McCain han sido los mejores candidatos que ha tenido el Partido Republicano en las últimas décadas. Bush hijo fue uno de sus candidatos más mediocres, pero ganó las dos elecciones presidenciales.
En la continuidad de la decadencia, apareció Donald Trump, el candidato más vulgar y estrafalario del “Grand Old Party”. La señal más patética de la crisis que lo puso en estado catatónico. Por esa razón también en esta oportunidad creció una opción por fuera del Partido Republicano, hacia donde pueden ir millones de votos conservadores que, sencillamente, jamás irían a un candidato tan repulsivo como el magnate inmobiliario.
Partido Libertario. Una fuerza política que expresa, en lo económico, al anarco-capitalismo. El “Estado mínimo” que Robert Nozick y Frederich Hayek avalan desde la filosofía política, mientras que James Buchanan fundamenta desde su visión económica.
El rasgo del Partido Libertario es que, coherente con su esencia liberal, tiene posiciones que lo enfrentan totalmente con los ultraconservadores. Por caso, los libertarios apoyan el matrimonio entre personas del mismo sexo, abogan por la despenalización del aborto y proponen la legalización de la marihuana. Esto los hace inaceptables para el conservadurismo religioso y moralista que, dentro del Partido Republicano, se alinea con fundamentalistas como Marco Rubio y Ted Cruz, mientras que, entre las fuerzas políticas menores, expresa el Partido de la Constitución y su propuesta de volver a los “fundamentos bíblicos” de la nación.
El ex gobernador de Nuevo México, Gary Johnson, es el candidato del Partido Libertario. Y si en la elección del 2012 logro el 0,99 por ciento de los votos, esta vez podría llegar al diez por ciento. Nueve puntos porcentuales que recibiría de los millones de republicanos que ven a Trump como el síntoma más horrible del proceso de descomposición que sufre el partido de los conservadores.
No obstante, por sus propuestas a favor del aborto, de la marihuana y del matrimonio homosexual, el Partido Libertario no captará el apoyo de lo que constituye el núcleo duro del voto a Trump. Los llamados “wasp” (white, anglo-saxon and protestant) de la “Norteamérica profunda”, constituyen un conservadurismo religioso y moralista. Ese sector se alineó con la idea de levantar muros que aíslen a Estados Unidos y lo protejan de la invasión de productos y de personas provenientes del resto del mundo.
Las ideas proteccionistas y aislacionistas de Trump, sumadas a su visceral desprecio por los inmigrantes, lo hizo fuerte entre los “blancos, anglosajones y protestantes”. Pero las grabaciones que lo muestran hablando de sexo con indecencias y obscenidades chocó contra el moralismo religioso de este sector del electorado estadounidense.
Por cierto, no será el Partido Libertario el que capte esos votos ultraconservadores que quedaron a la deriva. Tampoco irán para la cuarta fuerza política de esta contienda: el Partido Verde.
Jill Stein es la candidata de los ecologistas y, según las encuestas, podría alcanzar el cinco por ciento de los votos. Ese apoyo provendrá de los demócratas que habrían votado a Bernie Sanders, pero no están dispuestos a votar por Hillary Clinton.
Social y ecologista. Así como Johnson representa el liberatismo puro, Jill Stein es la forma pura del izquierdismo norteamericano. Una médica que se graduó cum laude en la Universidad de Harvard y dedicó su vida al activismo social y ecologista.
Para ella, la salud, la educación y la lucha contra la pobreza son las principales obligaciones del gobierno. Coincide con Johnson en reducir al mínimo los gastos militares, poniendo fin al intervencionismo bélico y cerrando la mayoría de las más de cien bases que los Estados Unidos tienen en distintos puntos del planeta.
De llegar a la Casa Blanca, Stein establecería un salario mínimo de 15 dólares la hora y pondría en marcha la “agenda verde”, en la cual la lucha contra el cambio climático es lo central y la meta es el uso en un cien por ciento de energías renovables para el año 2030. Un gobierno del Partido Verde también prohibiría prácticas que se consideran peligrosas para el medio ambiente, como el fracking, además de dar prioridad a la protección de la biodiversidad.
El de Stein es un igualitarismo liberal y sus seguidores serían muchos más si Bernie Sanders no hubiera dado su apoyo a Hillary. El viejo senador por Vermont fue quien más claramente explicó que los Clinton forman parte del establishment que convirtió al Partido Demócrata en un aparato electoralista cada vez más alejado de sus principios históricos.
De todos modos, hay dos razones por las que Sanders no podía direccionar hacia Jill Stein el voto de la masa de jóvenes que lo apoyó en las primarias. La primera razón, es que habría actuado como un mal perdedor. Y la segunda, es que endosando votos al Partido Verde habría favorecido a Trump.
Sanders sabe que Hillary está lejos de ser la persona adecuada para depurar la política norteamericana. Sabe también que es la candidata de Wall Street y que, si tiene el respaldo de las corporaciones y de los grandes diarios, no es sólo por el estropicio que implicaría para los Estados Unidos que llegue a la presidencia el impresentable empresario que se quedó con la candidatura republicana.
No obstante, tiene en claro que las opciones puras no tienen chances reales y que restar votos a Hillary es favorecer a Trump. Y nada sería más reaccionario que darle la presidencia a esa secreción demagógica que produjo la descomposición del Partido Republicano.
En la dimensión real, la candidata demócrata es por lo menos el mal menor; mientras que en la dimensión ideal de la política norteamericana, al duelo principal de esta elección debieran librarlo la ecologista Jill Stein y el libertario Gary Johnson.
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por Claudio Fantini
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