"Es algo milagroso. Lo que se genera con mi presencia es algo que no puedo creer. Se me llenan los ojos de lágrimas –dice Mirtha-. A veces me pregunto qué les gusta de mí, qué ven en mí. Creo que vengo a Mar del Plata para sentir el cariño del público, porque en Buenos Aires no es lo mismo.”
Cada día que pasa instalada en el balneario, Mirtha planifica una salida nocturna. Para los veraneantes ir a verla es todo un plan y se juntan multitudes. Los vecinos de los edificios contiguos a los teatros exhiben carteles de bienvenida en los balcones y no falta el que saca la mesita con mantel de hule y le grita desde la altura: “Mirtha, compramos ensalada rusa para comer viéndote desde acá”. Los actores de los espectáculos en cartel están convencidos de que su presencia es un impulso. Martín Bossi la apodó “Santa Mirtha”; Nora Cárpena, “la llenadora de teatros”.
A tal punto interesa su visita, que los productores se retan a ver quién le ofrece un agasajo más espectacular. Nito Artaza la recibió con chamamé en la puerta. Hubo recepciones con mariachis, orquesta de violines. La alfombra roja y el cañón lanza pétalos de rosa son infaltables, aunque nadie supera los esfuerzos del productor Aldo Funes. Cuando la diva asistió a la función de “Mi mujer se llama Mauricio”, consiguió cortar la céntrica calle Santa Fe, que se desviara el tránsito y montó un vallado para que la señora y su público disfrutaran un show de comparsa. Al ingresar a la sala, ramo de rosas en mano, el público la aplaudió de pie, mientras el cantante Diego Desanzo la recibía cantándole “Señora Mirtha Legrand”, el tema que le compuso Luis Aguilé.
Otra noche, para acceder al viejo Teatro Corrientes tuvo que atravesar el mercado conocido como “La Saladita” y los puesteros le pedían que tocara la mercadería, porque "trae suerte". El periodista y agente de prensa Alejandro Veroutis dice que es “como Moisés, que a su paso abre las aguas”.
En sus salidas nocturnas, Mirtha va acompañada por una pequeña comitiva que integran, además de su asistente Elvira, amigos como Héctor Vidal Rivas y la familia Álvarez Argüelles, los dueños del hotel Costa Galana, que más de una vez han tenido que improvisar un corralito para que los fans no la aplasten.
“A esta altura de la vida, que la gente me quiera y que no le molesten mis arrugas es maravilloso. Nunca recibo un gesto desagradable –relata-. Anoche uno me gritó: yo te quiero aunque seas antikirchnerista”.
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