Saturday 23 de November, 2024

OPINIóN | 18-02-2017 00:00

El huracán Odebrecht salpica a toda la región

Tras la tormenta judicial que se originó en Brasil, los vientos de cambio depurarán a toda la política.

Odebrecht ya es sinónimo de vendaval político. Tiene su epicentro en Brasil. Pero sus vientos vienen barriendo viejos referentes políticos en casi toda la región. Alejandro Toledo, presidente peruano entre 2001 y 2006, es uno de los primeros en ser arrastrados (tiene arresto domiciliario en Estados Unidos y pelea la extradición a Perú donde ya le dictaminaron la prisión preventiva).

Toledo es el primer indígena latinoamericano que llegó a ser presidente. Un hombre de origen pobre premiado por una entidad norteamericana que lo becó por su inteligencia para estudiar en Estados Unidos, donde se convirtió en una celebridad académica de la Universidad de Stanford. Ganaba muy bien con sus cátedras, conferencias, consultorías y funciones en organismos internacionales, pero las derivas de Perú entre el izquierdismo adolescente de Alán García en los ochenta y el pragmatismo autoritario de Fujimori en los noventa, lo decidieron a zambullirse en la política de su país. Por eso regresó, enfrentó al fujimorismo y tuvo un rol clave en su debacle.

Alejandro Toledo no sólo venció a Fujimori en la elección que el autócrata intentó adulterar con el fraude que, por evidente, motivó su caída. También mostró a los peruanos cómo funcionaba el sistema de corrupción que Fujimori manejaba a través del siniestro Vladimiro Montesinos. Y a renglón seguido, ya en la presidencia, consolidó el rumbo económico libremercadista que luego continuaron Alán García y Ollanta Humala, un izquierdista y un nacionalista filo-chavista, reciclados en liberales.

La economía abierta ha dado buenos resultados al Perú, por eso no es una buena noticia económica que esos tres ex presidentes estén salpicados por el caso Odebrecht, siendo Toledo el más comprometido porque, de los 29 millones de dólares que la constructora brasileña invirtió en sobornos para hacerse cargo de la construcción de la carretera interoceánica, 20 millones habrían sido entregados al entonces presidente.

Otra figura clave que, de un momento a otro, puede ser sacudida por el caso Odebrecht es la del presidente colombiano Juan Manuel Santos. El reciente Nobel de la Paz por el acuerdo con las FARC, está negociando ahora con la última guerrilla que aún queda en la selva colombiana. Es el presidente que podría ahora poner fin a la larga historia del  Ejército de Liberación Nacional (ELN), la insurgencia de los sacerdotes rebeldes, como Camilo Torres y el español Manuel Pérez, que también inició su lucha armada en la década del sesenta y, del mismo modo que las FARC, terminó envileciéndose y enriqueciéndose con los secuestros extorsivos.

El hecho es que el capítulo notable que Santos va a dejar en la historia de su país, podría tener una página muy oscura. La “delación premiada” que aplica la justicia brasileña hizo que jerarcas de la empresa constructora que pagó sobornos por casi ochocientos millones de dólares en doce países, para hacerse cargo de obra pública, revelaran el aporte de un millón de dólares a la campaña de Santos para su reelección en los comicios del 2014. Una crisis de pánico se extendió por los despachos principales del Palacio de Nariño. Y mientras Alvaro Uribe (el ex presidente y principal opositor) se alegra por el sacudón que podría tumbar la estatua de su archienemigo político, en las listas que Odebrecht le está dando a la justicia brasileña aparecieron también suculentas donaciones a la campaña de Oscar Iván Zuluaga, el candidato del uribismo.

A la hora de invertir en campañas electorales, Odebrecht era ecuánime. Ponía en todos los bolsillos para que, gane quien gane, el gigante sudamericano de la construcción quedase bien posicionado.

Y el huracán salpicará a muchos otros dirigentes y países. Aunque en algunos no pasará absolutamente nada: en Venezuela, donde el chavismo recibió la porción más grande de la gran torta de sobornos, el poder tiene un blindaje judicial donde rebotan las denuncias. Pero en otros, como México, Guatemala, República Dominicana, e incluso Ecuador cuando el duro Rafael Correa ya no controle los resortes del poder, el ciclón Odebrecht puede cambiar el paisaje político.

No está claro que en Brasil vayan a caer las estatuas de Lula y Fernando Henrique Cardoso, pero sí está claro que quedarán manchadas. Igual que la de un prócer viviente de la transición democrática: José Sarney.

A ese hombre opaco le tocó hacerse cargo de la presidencia del primer gobierno post-dictadura militar, por la súbita muerte de quien había sido elegido para pilotear la democratización: Tancredo Neves.

Brasil contuvo la respiración por dudar que Sarney estuviera a la altura del desafío que le tocaba. Sin embargo, no sólo supo conducir el difícil primer tramo de la democratización, sino que, de paso, impulsó con su colega Raúl Alfonsín nada menos que el Mercosur. La sospecha por los sobornos de Odebrecht basta para oxidar semejantes méritos.

Como presidente, Lula en persona promovió muchas de las inversiones de grandes empresas brasileñas en la región y otros rincones del mundo. En el caso de Odebrecht, no es para nada seguro que el líder del PT haya cobrado como lobista por los grandes negocios que le hizo hacer, en particular con gobiernos amigos como el de Chávez, Kirchner y Correa, que se quedaron con los sobornos más grandes. Pero seguramente Lula sabía que promoviendo inversiones brasileñas, también ganaba influencia regional repartiendo la “Cajita Feliz”.

De ahora en más, los gobernantes que antes presumían de ser amigos de Lula, si presidieron gobiernos nacionales o provinciales donde hubo obra pública en manos de Odebrecht, van a esconder las pruebas de amistad y abrirán el paraguas para no ser salpicados.

Pero más allá del panorama dantesco que quedará cuando pase la tempestad, lo que está viviendo Latinoamérica a partir del Lava Jato es una purga que puede depurar la corrupción sus democracias.

El "Mani pulite" italiano (manos limpias) que protagonizaron magistrados milaneses encabezados por el juez Antonio Di Pietro, enterró una partidocracia decadente. En el caso del vendaval jurídico que está sacudiendo la partidocracia corrupta brasilera, sus efectos corrosivos no reconocen fronteras y cambian la institucionalidad en la mayoría de los países latinoamericanos.

Quizá lo que quede cuando se disipen las nubes, sean democracias más honestas y sociedades más exigentes con la línea moral de sus dirigencias.

por Claudio Fantini

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