El autoritarismo suele actuar como el escorpión de la fábula, que pica a la rana en la mitad del río y, mientras se hunde junto a su víctima, que le pregunta extrañada porque lo hizo si ambos morirían, le responde: “porque es mi naturaleza”. Si el régimen cubano respondiera francamente a la pregunta de por qué le prohibió el ingreso al titular de la OEA, a la hija de un ex presidente chileno, y a un ex mandatario de México, diría “porque es mi naturaleza”.
Instinto
El castrismo actuó desde su instinto, no desde sus neuronas. La inteligencia le habría recomendado permitir a Luis Almagro, Mariana Aylwin y Felipe Calderón, entrar a la isla y participar del acto de la entrega de distinciones “Oswaldo Payá”. La noticia en la prensa internacional habría sido que, en La Habana, notables figuras de la política latinoamericana recibieron distinciones de una organización disidente.
Pero haciendo lo que hizo, la noticia en los medios del mundo fue que Cuba le prohibió el ingreso al titular de la OEA, a una dirigente de la coalición centroizquierdista chilena, y a un ex presidente mexicano, porque los invitaba una fundación opuesta al régimen castrista.
Una y otra actitud del régimen habría tenido repercusión internacional. La primera, habría dado una buena señal y no habría favorecido la imagen del régimen. La segunda, en cambio, mostró al mundo un acto de arbitrariedad y censura. ¿Por qué adoptó entonces la decisión que tuvo la repercusión negativa? Porque es su naturaleza.
El instinto del régimen le ganó a la inteligencia. Y es un instinto censurador. Para el premio “Oswaldo Payá: Libertad y Vida”, así como para la Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia, que preside la hija del disidente muerto en un accidente dudoso, la desmesura censuradora del régimen implicó una mayor difusión.
El castrismo lo sabe. Pero, como el escorpión, no puede con su naturaleza. Sus visceralidades son más fuertes que el razonamiento frío y lógico. Se deja arrastrar por sus desprecios más oscuros.
Izquierda
Ciertamente, si los dirigentes a los que impidió ingresar para recibir la distinción fuesen de derecha o centroderecha, tampoco se justificaría la prohibición. Esa decisión sería igual de arbitraria y censuradora. Pero vale señalar que Luis Almagro y Mariana Aylwin integraron gobiernos de centroizquierda. El presidente de la OEA es dirigente del Frente Amplio y fue canciller de José “Pepe” Mujica. Además, como titular de la Organización de Estados Americanos, promovió la remoción de las resoluciones que impedían el reingreso de Cuba a ese cuerpo internacional, del que fue expulsada por presión norteamericana a comienzos de la década del sesenta.
A su vez, Laura Mariana Aylwin, fue ministra del gobierno de la coalición centroizquierdista chilena que encabezó el socialista Ricardo Lagos, además de ser la hija del primer presidente de la era pos-Pinochet: Patricio Aylwin.
Almagro tenía que recibir una distinción, mientras que Mariana Aylwin recibiría en nombre de su padre una distinción post mortem. Y el ex presidente mexicano Felipe Calderón estaba invitado a la ceremonia, que fue censurada por el régimen. ¿La consecuencia? La noticia que recorrió el mundo no fue sobre una muestra de apertura, razonabilidad y tolerancia, sino la de un obtuso acto de censura, agigantado por la desmesura de prohibir la entrada a la isla de dirigentes democráticos notables y respetados.
Vigencia
De ese modo volvió a estar en los periódicos y noticieros el nombre de Oswaldo Payá. Detrás de ese nombre hay una lucha y también una muerte supuestamente accidental, pero que dejó la sospecha de un asesinato.
El mayor problema del castrismo, es que Payá era un disidente al que no podían acusar de nada. En las antípodas de Luis Posadas Carriles, que fue agente de la CIA y usó métodos terroristas en su lucha contra el castrismo, Oswaldo Payá jamás recurrió a métodos conspirativos ni incitó a la violencia.
Además, su activismo político nunca aceptó financiación alguna de Estados Unidos. Tampoco se alineó con la línea recalcitrante de la Fundación Cubano-Americana que lideraba Jorge Más Canosa, ni se llevó bien con la dirigencia de línea dura de la disidencia establecida en Miami.
La iniciativa que más expuso ante el mundo el inmovilismo cerrado del régimen y su aversión al pluralismo, fue precisamente impulsada por Payá: el “Proyecto Varela”.
Partiendo del artículo 88 de la Constitución cubana de 1976, que habilita a los ciudadanos a proponer leyes si los proyectos son presentados con el aval de diez mil firmas de electores registrados, el Proyecto Varela proponía una serie de reformas en dirección de las libertades públicas e individuales.
Hasta el nombre que eligió Oswaldo Payá para su iniciativa es incuestionable en Cuba. Félix Varela fue un sacerdote decimonónico que impulsó la ciencia y la educación popular en Cuba. Y lo hizo en tiempos en que la iglesia, aún gravitada por sus fuerzas más oscurantistas y reaccionarias, mantenía su enfrentamiento contra la ciencia y el pensamiento libre.
En ese tiempo, el padre Varela creaba laboratorios de física y química y desarrollaba métodos de aprendizaje que reemplazara la memorización por el razonamiento. Por eso los cubanos lo llaman “el que nos enseñó a pensar”.
Las iniciativas de Payá implicaba difundir el ejercicio de pensar la política en libertad, por eso fue perseguido hasta que murió en un extraño accidente automovilísitico.
Atentado
Manejaba un joven español que sobrevivió y quedó preso varios años. Angel Carromero dijo ante las autoridades cubanas que había sido un accidente, pero ni bien el gobierno de su país logró que lo liberaran, al regresar a España confesó que había sido obligado a mentir por las autoridades cubanas y que el choque en el que murió Payá junto a un camarada suyo del Movimiento Cristiano de Liberación (MCL), fue provocado por otro vehículo que los había embestido.
La tesis del atentado, sostenida por la viuda y la hija de Payá, fue explicada y fundamentada en un estudio de 75 páginas elaborado por la Human Rights Fundation. Seguramente, en Cuba nadie duda que la G-2 (servicios de inteligencia) tiene agentes entrenadísimos para cometer asesinatos que parecen accidentes. Los “gerardos”, como llaman los cubanos a los agentes del G-2, no sólo pueden escuchar y observar a todos los habitantes de la isla. También pueden eliminarlos sin dejar rastros de atentado.
Ese habría sido el caso de Oswaldo Payá. Así murió, en una ruta del oriente de la isla, el 22 de julio del 2012, ante el silencio atronador de los gobernantes latinoamericanos que peregrinaban a La Habana y se sacaban fotos con el viejo Fidel Castro.
También hubo silencio ahora, cuando guiado por su instinto y no por sus neuronas, el régimen prohibió la entrada a dirigentes incuestionables, en un obtuso acto de censura.
por Claudio Fantini
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