★★★★★ Desde sus inicios en 1984, el Cirque du Soleil ha maravillado a más de 180 millones de espectadores alrededor de todo el mundo. Quien suscribe este comentario creía que tras más de tres décadas de ver sus espectáculos, aquí y en el exterior, ya nada podría sorprenderlo. Sin embargo, debe admitir que “Sép7imo día”, el excelente homenaje a la icónica banda argentina Soda Stereo, impresiona al invocar la imaginación, provocar los sentidos y despertar las emociones.
A pesar de que lo único objetable es el delgado hilo argumental, el recorrido visual y auditivo de los cuadros acrobáticos y artísticos deslumbra al combinar todo tipo de proezas físicas con momentos de belleza inigualable. Michel Laprise, creador y director artístico de la propuesta, imaginó un mundo (magnífica iluminación de Mathieu Poirier) que emerge gracias a la perenne música de Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti. Inmerso en él, un joven sueña con un mundo mejor y al transportarse con las canciones del grupo, llega a un espacio donde comprende cómo puede ser libre.
En este torrente de energía que sacude los cimientos del Luna Park, surge un cuerpo esférico, con forma de planeta, donde se desarrollará gran parte de la acción. El resto, incluidas tres “Ruedas de la infancia”, cubiertas con pantallas que reflejan la historia de cada músico, se traslada entre el público (auxiliado y guiado por “Ángeles eléctricos”) que invade el campo; otra forma más de representar la proverbial conexión que existía entre la banda y sus fans en una especie de círculo intimista.
Entre los números más celebrados, todos con un vestuario imaginativo creado por Dominique Lemieux, se encuentran la simbólica aparición de una flor gigante con la contorsionista belga Laure De Pryck ejecutando una serie de movimientos tal que parece carecer de articulaciones. También el increíble trabajo del clown argentino Toto Castiñeiras, alucinado protagonista del clip en “Sobredosis de tv”. El recorrido de una rueda acrobática en “Signos”, donde el dúo de Aleksandr Lytvyshchenko e Ilia Drebot desafían la ley de gravedad al convertirse, uno en trapecio humano, mientras su compañero gira en el aire y es atrapado con una facilidad prodigiosa. En “Un millón de años luz”, la ucraniana Vira Syvorotkina, dibuja con dedos y manos en arena, mientras la imagen proyectada interactúa en tiempo real con un hombre. Además hay lugar para instantes más intimistas cuando la voz de la mexicana Zendra Tabasco entona “Té para tres” en un fogón que se multiplica por todo el espacio mientras las luces de cientos de celulares acompañan lo que semeja una celebración pagana.
Con “De música ligera”, la apoteosis llega a su fin y uno, mortal, como todos los asistentes que celebramos este encuentro, se lleva la ilusión de creer, por un instante al menos, que algo parecido a la felicidad nos hermanó.
por Jorge Luis Montiel
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