¡Qué belleza, esta chica! Si yo no estuviese felizmente casado y, ya saben, si no fuera su padre....”, deslizó con picantes puntos suspensivos un casi incestuoso Donald Trump cuando la revista “Rolling Stone” le preguntó sobre su hija mayor. No es un secreto para nadie en la familia que Ivanka Marie Trump (35) es la favorita de papá. Como contrapartida, ella se refiere a él como su “héroe”. Se hablan al menos 5 veces al día y de él aprendió que pocas cosas pueden interponerse en su camino a la hora de alcanzar sus metas. Pero a diferencia de la brutalidad intempestiva de su progenitor, ella lo hace con sigilo, tenacidad y, por supuesto, siempre con una sonrisa. Por eso, estar embarazada de su tercer hijo no la detuvo a la hora de volar por todo el país apoyando a su padre durante su campaña. Y tampoco para ocupar el rol de la primera dama a la hora de presentarlo como candidato, dejando a su madrastra Melania (46) en la retaguardia.
Ahora se enfrenta al reto más importante de su vida: ser parte fundamental del equipo de su padre, con oficina propia en la Casa Blanca. Un terreno fértil para, quizás, iniciar su propia carrera política.
Golden Girl
Es la chica perfecta con una vida casi perfecta. Nació en Manhattan, Nueva York, y fue la única mujer del primer matrimonio de Trump, con la célebre Ivana. Desde siempre estuvo expuesta a la mirada pública. Estudió en la Escuela Chaplin, entre cuyas alumnas estuvo Jackie Kennedy, y luego en Choate Rosemary Hall, donde estudió John F. Kennedy. Esta familiaridad con un círculo social exclusivo le dio un aplomo del que carece su padre.
Desde su más temprana adolescencia tuvo que luchar contra la imagen de niña malcriada que muchos intentaron crearle por ser hija de uno de los hombres más ricos del mundo. “No soy Paris Hilton” declamaba, mientras viajaba en su jet privado a su mansión Mar-A-Lago de 120 habitaciones en Palm Beach. A los 10 años, cuando sus padres se divorciaron, ella le preguntó a su madre llorando: “¿Ahora voy a dejar de ser Ivanka Trump?”.
A los 23, cuando ya era licenciada con honores de la Escuela Wharton, confesó que trabajaba 13 horas diarias para pagar la hipoteca de un piso en el Upper East Side. Además, participó en el reality “El aprendiz”, conducido por Donald y formó parte del equipo empresarial del actual presidente.
A los 27 años escribió su primer libro “The Trump Card. Jugando a ganar en el trabajo y la vida”. Y en mayo, lanzará el segundo con el título “Mujeres que trabajan”, la frase slogan de la marca de que creó hace algunos años, cuando comprobó que un gran número de chicas soñaban con ser y vestirse como ella. A través de su empresa vende ropa y accesorios. Durante la campaña presidencial, agotó las existencias del vestido y los zapatos que llevó en la convención republicana, publicando desde su Twitter un 'link' a los productos de su firma.
El problema se suscitó cuando hizo lo mismo ya como hija presidencial. En el programa “60 minutes”, durante la primera entrevista a la familia Trump, Ivanka lució una pulsera de su firma valorada en más de diez mil dólares, y aprovechó la ocasión para publicitar el brazalete con un “style alert” dirigido a periodistas y posibles clientes. Aunque la empresa luego se disculpó y lo consideró un error, fue la primera muestra de las contradicciones de su actual estatus. El recelo llegó hasta su principal retailer, la firma Nordstrom, que decidió discontinuar la venta de los productos de Ivanka. El mismísimo Trump twitteó en contra de la medida y finalmente el público respondió a favor: Ivanka triplicó sus ventas a través de la web. La chica dorada lo hacía otra vez.
Tal vez Hillary y Bill Clinton hayan sido borrados de las fotografías de la boda de Donald y Melania, pero Ivanka es todavía la mejor amiga de Chelsea. Ella la considera muy parecida a su padre, Bill. “Es de esas personas que siempre están pendientes de los demás y quieren que se sientan cómodos”.
Amor inmobiliario
Juntos desde hace más de una década y con tres hijos en común: Arabella Rose (5), Joseph Frederick (3) y Theodore James (6 meses), Ivanka tiene una gran relación con su marido, Jared Kushner. Él fue, hasta hace semanas, presidente de un imperio inmobiliario y financiero. Ricos, famosos y espléndidos, en sintonía con todas las duplas poderosas, ellos también tienen su nombre de batalla, “J-vanka”. Tenían 25 años cuando se conocieron, en 2007, y muchas afinidades: provenían de familias muy ricas y habían estudiado en prestigiosas universidades. El único problema era la religión. Los Kushner pertenecen a la comunidad judía y los Trump son presbiterianos. Dicen que por esta diferencia cortaron en 2008, pero se reconciliaron poco tiempo después. Ivanka siguió al pie de la letra el intenso proceso de conversión y tomó el nombre hebreo de Yael. Donald Trump siempre se mostró satisfecho con esta decisión: “Quiero agradecer a mi hija judía. No estaba en mis planes, pero estoy muy contento”, declaró. En octubre de 2009 se casaron, en una lujosa boda a la que asistieron 500 invitados.
Los medios estadounidenses sostienen que Ivanka es la única persona a la que verdaderamente Trump escucha. Y lo que demostró, desde la campaña hasta ahora la convierte, según los analistas políticos, es que es uno de los factores preponderantes en la carrera de Trump. Estos mismos analistas señalan como puntos positivos su mensaje feminista, su calidez y su discurso racional y articulado. “Ivanka es lo contrario de su padre”, señalaba “The Independent”. Por lo pronto, es más cauta que él en las redes sociales. Tiene 1,75 millón de seguidores y otra cifra similar en Instagram, frente a los 12.500 de la primera dama, Melania.
Así fue como la idea de buscarle un rol en la Casa Blanca no pareció tan descabellado y la familia Kushner se mudó a Washington.
Su participación en encuentros con diversos presidentes del mundo, no hizo más que avivar la pregunta sobre cuál sería su papel en el equipo de su padre. El puesto oficial no tardó en llegar. Días después de que se supiera que la hija de Trump ocuparía una oficina en el Ala Oeste de la Casa Blanca, el gobierno anunció que, al igual que su marido, Jared, ella sería una empleada federal sin remuneración y como tal, debería renunciar a sus cargos en las empresas familiares.
Sólo el futuro dirá hasta dónde es capaz de llegar esta mujer notable. En un país tan dado a las dinastías políticas –con las que suplen la carencia de realeza– no sería de extrañar que la “niñita de papá” aspire a convertirse en presidenta. En la Casa Blanca el rumor está instalado y hay muchos que ya hacen apuestas por ella.
por Gabriela Picasso
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