Un joven sanjuanino de 14 años termina de cenar con su familia y se va a acostar. Nadie, ni sus padres, ni sus hermanos ni sus amigos se imaginan que esa noche había decidido suicidarse, tomándose un blister de pastillas para el páncreas, siguiendo las instrucciones del juego de la Ballena Azul, por lo que quedó internado en grave estado. En Entre Ríos, otra joven de 15 años decide quitarse la vida y en una carta explica que estaba “cansada del bullying”. En Bahía Blanca, una chica de 13 años es asesinada a manos de un adulto que conoció en Facebook. La lista sigue y no hace más que ahondar en la misma problemática: los adolescentes están en riesgo y, en gran número, se sienten solos.
El mundo cambió y, aunque la adolescencia siempre fue una etapa conflictiva en la vida de las personas, los problemas a los que se enfrentan los jóvenes de hoy son muy distintos de los que tuvieron que enfrentar sus padres. El bullying –que empieza en la escuela pero que se expande en las redes sociales–, el incremento de consumo de alcohol y drogas, la violencia de género, el grooming, el aumento en la tasa de suicidios y las autolesiones son sólo algunos de los factores que los amenazan.
En el mundo ya bautizaron a este grupo etario, nacido entre 1995 y 2015, bajo el nombre “Generación Z”: chicos de entre 12 y 23 años. Son los nativos digitales, los que controlan cinco pantallas al mismo tiempo. Son los hijos del mundo posterior al 9/11 y fueron afectados directamente por la crisis financiera mundial del 2008. Autodidactas, emprendedores y desconfiados de las estructuras tradicionales. Los códigos y lenguajes de esta nueva generación son prácticamente inentendibles para los adultos.
Serie éxito
La necesidad de comprender a los nuevos adolescentes es, quizás, la razón por la que la serie “13 reasons why” se convirtió en un éxito mundial. La historia de una chica que decide suicidarse luego de sufrir todo tipo de acoso por parte de sus compañeros impactó y destapó la olla de un problema a escala internacional. Las dificultades que tienen los padres para comunicarse con sus hijos, la búsqueda permanente de la identidad, la incertidumbre sobre el futuro y la falta de motivación son algunos de los temas más incómodos que aborda la producción de Netflix.
En Argentina, la situación no es diferente. Según el estudio de la Fundación Varkey "Generación Z: encuesta de ciudadanía mundial. Lo que piensan y sienten los jóvenes del mundo", apenas el 18% de los adolescentes argentinos sienten un buen grado de bienestar emocional.
"Desde lo social, estamos atravesando una crisis de sentido a nivel global. En el pasado, los adolescentes tenían una vida más programada por los adultos. Pero hoy, en el mundo posmoderno, los adultos no nos podemos dar ni respuestas a nosotros mismos y menos se las damos a ellos. Los grandes no podemos dar seguridad de lo que va a pasar mañana y eso genera una incertidumbre enorme en los chicos", afirmó Julieta Alonso, socióloga y miembro del equipo distrital de Infancia y Adolescencia de la dirección de Psicología de la DFCyE de la provincia de Buenos Aires.
El mundo posmoderno, que se caracteriza por privilegiar el individualismo por sobre las construcciones colectivas y que promueve las relaciones efímeras y el disfrute inmediato, pone a los adolescentes en un lugar más vulnerable que en el pasado. "Ellos viven su propio aquí y ahora. Lo quiero, lo tengo. Hay una búsqueda del placer permanentemente y se instaló la idea de que hay que probar todo y no quedar afuera. Todo esto, que se relaciona con la necesidad del reconocimiento, se potencia con las redes sociales", agrega la psicopedagoga Laura Turner, del mismo equipo de trabajo.
Experimentar y exponerse. Los números son alarmantes y, a pesar de que hace varios años el mundo adulto se muestra horrorizado, nadie sabe todavía cómo hacer para evitar que los adolescentes pongan en riesgo su propia vida.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, en la Argentina, el promedio de inicio en el alcohol es de 13 años. Y, según un trabajo de la Universidad de Washington, en nuestro país, el alcohol es el primer factor de riesgo de muerte entre los adolescentes de 15 a 19 años y el abuso de drogas ocupa el segundo lugar (en 1990 ocupaba el sexto lugar).
“Cuando tenés 13, 15 o 17 años, una vez atravesada la pubertad, es tiempo de metamorfosis. Y esa transición lleva, en muchos casos, a los adolescentes a poner en juego su existencia. Es un intenso modo de averiguar si la vida vale o no la pena de ser vivida”, explicó Daniel Korinfeld, psicoanalista y magíster en salud mental comunitaria. “Se trata de comportamientos que asumen distintos tipos de riesgos con mayor y menor registro de los mismos y en los que los llamados y advertencias de los adultos no alcanzan algunas veces para evitarlos. Verdaderas búsquedas al límite en las que quedan expuestos a la probabilidad de accidentarse o morir. Las adicciones, el alcoholismo, la velocidad en las calles y rutas, los trastornos alimentarios, las fugas y las tentativas de suicidio son algunos de estos mecanismos. Últimamente se habla de los ‘juegos’ que perversamente ‘organizan’ esas búsquedas”, agregó el experto.
A partir del trabajo en escuelas de la provincia, la psicopedagoga Turner alertó sobre las autolesiones: “Son mucho más frecuentes y empiezan a una edad mucho más temprana de la que los adultos imaginamos”, subrayó. Los cortes superficiales en la piel pueden no necesariamente ser un intento de suicidio. “En el dolor corporal, algunos chicos sienten alivio emocional. Es un sentimiento que pueden manejar, que tiene un inicio y un fin”, afirmó.
La manifestación más extrema de esta situación es el suicidio, que en Argentina se convirtió en la segunda causa de muerte no natural entre los adolescentes. Según un estudio realizado en conjunto entre Unicef y Presidencia de la Nación, el 13% de las muertes de los jóvenes se debe a esta causa. Más aún, el 11% de los varones y el 22% de las mujeres consideró el suicidio como una opción mientras que el 20,1% de las mujeres y el 11,5% de los hombres hicieron un plan acerca de cómo llevarlo a cabo.
Las redes multiplican
La vertiginosidad del mundo digital genera permanentes desafíos para los adultos que no manejan las herramientas web con la facilidad de sus hijos. El juego de la Ballena Azul (que insta a los chicos a cumplir determinadas órdenes que terminan con quitarse la vida) circula por grupos cerrados de Facebook y WhatsApp; hay incontable cantidad de sitios con tutoriales sobre cómo quitarse la vida o cortarse; o páginas donde se “enseña” a hacer bullying.
Es que las redes sociales multiplican situaciones que quizás en el pasado quedaban reducidas al ámbito privado. El acoso escolar adquiere enormes escalas cuando llega a espacios como Instagram, Facebook o Snapchat. De hecho, según el último informe de “Bullying sin fronteras”, en la Argentina la problemática creció un 33% del 2015 al 2016, al mismo tiempo que se agravó la intensidad de los ataques. A pesar de la escalada de violencia, los chicos no acuden a los adultos.
Como consecuencia de esta sobreexposición aparece el “grooming”. Se trata de una práctica a través de la cual un adulto engaña a un menor de edad a través de las redes sociales, creando una conexión emocional con él con el fin de disminuir las inhibiciones y poder concretar un abuso sexual.
“Sin que sea su objetivo, los chicos se exponen a diversas situaciones de riesgo. Hacerse ‘amigo’ de desconocidos, subir información personal o fotografías puede generar conexión con pedófilos o terminar por hostigar o ser hostigado por otros chicos y terminar en el bullying”, describió Laura Jurkowski, directora de Reconectarse.
En esta línea, los casos de abuso sexual y femicidio aparecen como otro de los grandes riesgos de las chicas de la Generación Z. Según el colectivo #NiUnaMenos en los últimos 9 años, al menos 329 chicas de 16 a 21 años fueron asesinadas.
La Generación Z crece y aquellos niños que nacieron con una tablet bajo el brazo hoy ya son jóvenes que toman sus propias decisiones. Día a día aparecen noticias que los ubican como uno de los grupos más vulnerables. “Frente a esto, hay que saber escuchar, interpretar lo que dicen estos adolescentes. Es probable que nadie le diga a un adulto ‘Estoy mal. Necesito ayuda’, pero sí hay señales”, apuntó Alonso.
por Marcos Teijeiro y Giselle Leclercq
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