Terminó siendo la Armada Brancaleone. El gobierno independentista había actuado con las ínfulas de los libertadores, pero la contraofensiva de Madrid lo mostró como el absurdo ejército de inútiles miedosos que comandó Vittorio Gassman, en la entrañable película de Mario Monicelli.
Del avance triunfal al desbande en tiempo récord. Esa imagen empezó a adueñarse de la escena cuando los independentistas decidieron en el Parlament, mediante voto secreto, la independencia que, se supone, debían votar en voz alta y mano alzada. Faltó que acudieran encapuchados a la que debía ser una sesión histórica. Y el lunes siguiente, en lugar de presentarse en el Palau de la Generalitat, para atrincherarse y resistir, Carles Puigdemont y otros miembros del gobierno aparecieron en Bélgica. Lo que prometía un desenlace épico, terminaba en tono de comedia. La presidenta independentista del Parlament, Carme Forcadell, iniciaba el día acatando el artículo 155 y disolviendo esa asamblea legislativa. Los Mossos de Escuadra se alineaban con la intervención y Pablo Iglesias se sacudía la ambigüedad, expulsando de Podemos a su brazo catalán por haberse alineado con “el fracaso independentista”.
Por esas horas, los partidos de la alianza separatista, ya habían aceptado las elecciones que anunció Mariano Rajoy tras destituir al gobierno independentista.
Los líderes que debían librar una resistencia numantina, hicieron todo lo contrario. Hasta le hicieron un favor al presidente español. Gracias a los líderes separatistas, Rajoy podría terminar siendo el “héroe” que salvó la integridad territorial española, cuándo habían sido los errores y miopías de ese dirigente conservador los que inflaron las velas del independentismo.
Vuelta atrás
España no se concibe a sí misma sin Cataluña. Era parte de la provincia de Hispania, en los tiempos del Imperio Romano. El Estado español nació con lo que hoy es Cataluña en su interior. Ese nacimiento ocurrió cuando se casaron Isabel la Católica y Fernando II. Aquel primer Estado europeo en la concepción moderna del término, surgió en la boda que unió Castilla y Aragón en el siglo XV, y por entonces Barcelona y su área de influencia eran parte del reino aragonés.
Para España, contar con Cataluña no es una cuestión de dinastías o ideologías. De hecho a la independencia proclamada por Lluis Companys en 1934, la anuló la II República. Pero a diferencia de Puigdemont, aquel republicano se quedó a resistir y terminó encarcelado por el gobierno central y luego fusilado por la dictadura de Franco.
Rajoy no merecía quedar como el salvador de la integridad territorial, porque fue él, como jefe de la oposición conservadora al socialista Rodríguez Zapatero, quien presionó para que Las Cortes recortaran las atribuciones del “Estatut” promulgado en el 2006. Y en el 2010 consiguió que el Tribunal Constitucional le anulara 14 artículos.
El gobierno del nacionalismo catalán moderado intentó dialogar una y otra vez, pero Rajoy, al frente del gobierno desde el 2011, cerró siempre la puerta. Fue la intransigencia de Rajoy la que debilitó al nacionalismo moderado de Convergencia i Unió (CiU), la vieja coalición que gobernó con el corrupto Jordi Pujol. Una de sus partes se alió con Esquerra Republicana y ambos se dejaron correr por izquierda por los muchachos “anticapitalistas” de la CUP.
Ese liderazgo separatista aplicó las recetas de los teóricos populistas, dividiendo la sociedad y estigmatizando a los catalanes que, aún sin renunciar a un milímetro de su fuerte identidad cultural, sienten que Cataluña es parte de España.
El independentismo catalán tiene figuras respetables, como Pilar Rahola, pero al “Proces” lo lideró un puñado de fanáticos que trató a los adversarios como continuadores del fascismo. Como los demás liderazgos populistas del mundo, el separatismo catalán inoculó odio político en la grieta que causó. El problema es que se creyó su propio “relato”.
Balance
A Rajoy se le pueden criticar mil cosas, pero decir que es igual al dictador que se hacía llamar “generalísimo” es tan absurdo como decir que Macri es la dictadura de Videla. La estrategia es la misma y produce el mismo alejamiento de la realidad.Las torpezas de Rajoy siguieron favoreciendo al independentismo hasta el mismísimo día del referéndum, cuando envió la Guardia Civil a golpear y revolear gente en la puerta de los centros de votación.
Tratar a personas que querían votar como si fuesen enmascarados que lanzaban cocteles Molotov desde barricadas ardientes, hizo que las encuestas registraran un gran crecimiento de la adhesión al separatismo. Pero después, en lugar de resistir como lo hizo la Barcelona atacada por Felipe V en 1714, Puigdemont se fue a Bruselas, convirtiendo en comedia lo que prometía un desenlace épico.
Debieron pelear como los “comunes” de la Barcelona sitiada en el siglo XVIII, pero terminaron desbandados como la Armada Brancaleone.
* Profesor y mentor de Ciencia Política, Universidad
Empresarial Siglo 21.
por Claudio Fantini
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