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POLíTICA | 10-11-2017 16:02

Cómo viven y sufren la cárcel cada uno de los presos K

Toda la intimidad del encierro de las figuras del gobierno anterior. Las cartas de De Vido, la psicosis de López y la pelea de Jaime por tener DirecTV.

Mauricio Macri sube los escalones de los tribunales de Comodoro Py. Llega fastidiado, asediado por periodistas, cámaras y varios militantes que fueron a apoyarlo. La semana anterior había declarado Marcos Peña, el otrora superministro. Se lo veía desmejorado. No es el único: a José Torello, Pablo Clusellas, Rogelio Frigerio, Nicolás Caputo y Ángelo Calcaterra, entre otros, se les apilan las causas en su contra. Y, por qué no, en cualquier momento caen los hijos del ex presidente en la redada. Hace algún tiempo que Macri dejó el cargo y sabe que ahora van por él y los suyos. Atención: este escenario ficticio, hoy muy lejano, podría ser real si la Justicia sigue bailando al compás de las elecciones y los votos. Basta con ver el caso del “Club de los 11” presos K, como los llaman en el Gobierno. El poder dura poco.

Tan irreal como el panorama anterior era imaginar, diez años atrás, que funcionarios importantes como Julio De Vido, José López, Ricardo Jaime, Roberto Baratta, el general César Milani, o pseudoempresarios amigos del partido como Lázaro Báez iban a estar tras las rejas y con un futuro poco prometedor. Pero pasó, y hoy, por primera vez en la historia local, la plana mayor de un gobierno se codea en los pasillos de los penales de Ezeiza y Marcos Paz, rodeados de delincuentes comunes. Comen un menú fijo, tienen que pedir permiso para moverse, duermen en habitaciones de siete metros cuadrados y tienen horarios establecidos para sentir el sol en la cara. Lo más trágico de todo esto es que tuvieron que dejar sus cargos para recién ser juzgados por millonarios desfalcos. Pobre Argentina.

La caída. Los que pasaron un tiempo encerrados, o los que trabajan con convictos, aseguran que el ritmo de adaptación de un preso promedio tarda alrededor de medio año. Y para acostumbrarse a la “dinámica de la cárcel” se necesitan al menos tres meses: a la mayoría de “los once” kirchneristas tras las rejas y a los dos aliados sindicalistas les está costando. Mucho. Es tan difícil su tratamiento que tuvieron que someter a todos al sistema de Intervención para la Reducción de Índices de Corruptibilidad (IRIC), un programa que integran agentes especialmente preparados para “resistir” los intentos de coimas o aprietes y que incluye una vigilancia de 24 horas a los convictos. Un dato: de las 44 personas que están dentro del IRIC en todo el país, 10 son de la banda K (todos salvo Milagro Sala) y dos de sus gremialistas amigos.

La presión de estar bajo observación todo el día es algo que el último integrante de los “tumberos” kirchneristas sufre. “Está shockeado, deprimido. Siente que no tiene que estar preso, que es un atropello jurídico lo que le hicieron”, dice un miembro del círculo íntimo de De Vido. “Hoy no se lo ve tan poderoso, está metido en una depresión absoluta”, completa uno de los hombres del equipo de seguridad que lo vigila.

No es para menos: el ex superministro pasa sus días dentro del Hospital Penitenciario Central (HPC) del complejo de Ezeiza, una dependencia del penal dedicada a los convictos con problemas de salud, psicológicos o posibles de sufrir ataques si se los junta con el resto de la población. A diferencia de los otros módulos, el HPC no tiene patio interno, para el lamento del ex funcionario, que varias veces solicitó hacer caminatas al aire libre. De hecho, pasa casi todo el día encerrado en la celda. Lo que sí tiene De Vido, además de tiempo libre que usa para leer, es el apoyo de su familia y de su abogado Maximiliano Rusconi, quienes se turnan para ir a visitarlo todos los días. El funcionario, en una reversión tragicómica de los “cuadernos de la cárcel” del marxista Antonio Gramsci, se pasa sus días escribiendo cartas de puño y letra, algunas de las cuales ven la luz gracias a la transcripción virtual que hace luego su esposa, Alessandra Minnicelli (ver recuadro).

Por lo menos Julio no está solo. A metros de su celda duerme el general Milani, otrora jefe del Ejército K. La relación entre ambos es distante: el militar guarda un profundo rencor contra CFK y la cúpula de su gobierno. “Todas estas causas las tenía desde el día que asumí. Cristina me empujó a irme de mi cargo, faltando a la verdad, diciendo que había pruebas nuevas en mi contra”, le repite a su familia, quien lo va a visitar dos veces por semana. Milani, procesado y detenido por crímenes de lesa humanidad, está en un mal momento: pasó, en abril, del pabellón de los presos por delitos de “lesa” al HPC. “Sufre un estrés severo, está angustiado, se siente un rehén, aunque intenta salir a flote escribiendo y leyendo”, asegura su abogado Gustavo Feldman, quien intenta conseguir un arresto domiciliario para su cliente.

Fue más fácil para los funcionarios del servicio penitenciario tratar con los detenidos en el HPC. En cambio, para los otros seis famosos presos que están en Ezeiza, “la logística fue medio sui generis”. Es que si bien hay edificios orientados a ex militares, a violadores o a detenidos comunes, nunca hubo uno para ex funcionarios. Por eso los fueron ubicando, con el tiempo, en el módulo 6: ahí están López, Jaime y Lázaro Báez, además del ex contador y el abogado de este último, Daniel Pérez Gadín y Jorge Chueco, y el “Pata” Medina, el sindicalista platense de la UOCRA.

El que la pasó peor de este pelotón fue el antiguo secretario de Obras Públicas. Luego de que lo encontraran con 9 millones de dólares y un arma de alto calibre en un convento de General Rodríguez, López cayó en una psicosis profunda que le demandó meses de trabajo para volver a conectar con la realidad. Los allegados a sus defensores Fernando García y Diego Sánchez cuentan lo trabajoso que fue para los doctores conseguir entablar una relación con el ex funcionario, que había perdido la fe en los profesionales del derecho luego del pobre trabajo de la “abogada hot” Fernanda Herrera. Su estado mental era tan frágil que tuvo que someterse al PRISMA, un programa especial para los presos que sufren delirios y otros problemas mentales. La agrietada relación con su hijo, que no lo visita desde diciembre pasado, tampoco lo ayuda. Hoy López está mejor que cuando llegó, aunque a veces cae en paranoias profundas. “Tiene días y días”, aseguran desde adentro del penal, donde cuentan lo difícil que es organizar sus jornadas: es el único de los presos que comparte pabellón con otro kirchnerista. En el “C” también está Báez y los guardias arman sus rutinas especialmente para que jamás se crucen. El supuesto testaferro K terminó de redactar su nuevo testamento y, de todos, es quien más sereno se muestra y quien mejor se adaptó a la prisión.

No es el caso de Jaime, que sigue irritado con el servicio penitenciario: sus abogados se cansaron de presentar habeas corpus para que le den acceso a DirecTV, y así poder ver los partidos de fútbol. Fanático de Boca, el ex secretario de Transporte cruza los dedos para poder seguir el superclásico dentro del penal. Aunque parece difícil, su defensa espera que ahora, que mirar fútbol volvió a ser privado, la Justicia afloje.

La elegida. Para llegar al Complejo Penitenciario Federal II de Marcos Paz hay que pasar por la cárcel de Ezeiza y continuar el viaje durante unos 45 minutos. Sin embargo, muchos de los detenidos piden cumplir sus días de encierro allí. El porqué lo explican algunos abogados y se trataría de una cuestión operativa. El penal de Marcos Paz es más chico que el de Ezeiza y por eso los visitantes (en su mayoría familiares) no tienen que perder tanto tiempo en la recepción y el cacheo. Y luego pueden llegar al módulo caminando. En Ezeiza, en cambio, deben tomarse un colectivo interno que los acerque. Para estos reclusos, acostumbrados a las mieles del poder y el dinero, que la escena sea lo menos traumática posible para sus invitados vale mucho.

Por eso De Vido pidió el traslado a Marcos Paz. Su abogado, Rusconi, lo justificó por cuestiones de salud, para tener más espacio para caminar. Sugirió también su enemistad con Lázaro Báez y Ricardo Jaime como otro de los motivos. Pero además en Marcos Paz están alojados su mano derecha y amigo, Roberto Baratta, su cuñado Claudio “el Mono” Minnicelli, además de otros presos K con los que tiene menos confianza: el contador de la familia Kirchner, Víctor Manzanares; y el sindicalista Omar “Caballo” Suárez. Sin embargo, si lo trasladan a Marcos Paz no se cruzará con ninguno de ellos. Apenas se escuchó el rumor del pedido de De Vido, en la cárcel se tomaron las medidas necesarias para que eso no sucediera: el IRIC tiene dos módulos allí, el 2 y el 3. Todos, menos Baratta, estaban en el 3. Pero al contemplarse que su ex jefe pudiera llegar a ese lugar, fue trasladado con el resto de los reclusos K. Ahora el módulo 2 está listo para recibir a De Vido.

Encerrado en el pabellón 7 del módulo 3, Baratta aprovecha para leer, como la mayoría de los reclusos del “Club de los 11”. Todos los martes recibe la visita de su abogado, el académico Juan Pablo Alonso, que se queda al menos dos horas para diagramar la estrategia que lo libere de su martirio. Su mujer recorre los 77 kilómetros que separan su casa de Belgrano del penal para visitarlo al menos tres veces por semana. Sus hijos, de edad escolar, todavía no fueron a verlo. Si bien está acusado de un desfalco millonario en la causa de la compra irregular de Gas Natural Licuado, confía en que no está tan complicado como la mayoría de los caídos en desgracia del Club K. Apenas tiene tres causas y sólo en una está procesado.

Víctor Manzanares quedó detenido el 17 de julio, acusado de obstruir la investigación de Los Sauces: hizo una maniobra infantil para evitar el embargo que el juez había interpuesto a la familia Kirchner y no tuvo otro destino que la cárcel. Su argumento no difiere de los otros: “Soy un perseguido político”, insiste. Pero su pedido de excarcelación ya rebotó contra una de las paredes del módulo 3 de Marcos Paz y seguirá detenido.

El sindicalista Omar “Caballo” Suárez también comparte el salón de usos múltiples con los presos K. Tras un año de detención cambió completamente su look: ahora parece un Papa Noel resacoso, con barba y pelo largo sobre los hombros. Su salud desmejoró tanto como su imagen: apenas camina por el penal y lo hace rengueando. Además reniega de haber sido el gremialista “preferido” de Cristina, tal cual ella lo había bautizado. “Yo no tenía relación ni con la mesa grande ni la chica. (Cristina) dijo eso porque le hice el favor de llevarle el barco a Angola. A De Vido lo conozco, pero de militante. Después de que quedé preso nadie levantó un teléfono”, dijo en una entrevista para “Animales Sueltos”, desde el penal.

Todos intentan sacarse el mote de kirchnerista. Hasta CFK dice que, en realidad, es peronista. La pertenencia al Frente Para la Victoria, que antes abría puertas, ahora los deja encerrados.

Muy lejos, en Jujuy, la líder de la Tupac, Milagro Sala, también pasa sus días detenida. Había conseguido la prisión domiciliaria, pero la perdió a principios de octubre. No tiene los beneficios del programa IRIC y está con reclusas comunes, muchas de las cuales recibieron sus favores en otras épocas.

En la lucha. Que la ex presidenta vaya presa se convirtió sólo en una quimera. Blindada con los fueros del Senado, que actúa como una corporación (basta con observar el caso de Carlos Menem), confía en ser intocable por los próximos seis años. “Mejor”, celebran algunos en los pasillos de la Casa Rosada, aquellos que tenían miedo de convertirla en una mártir enviándola presa. Y saben que si CFK está libre, el peronismo sigue dividido y las chances de renovar mandato en el 2019 se allanan. Otros, con un odio encarnizado, no renuncian a la idea de verla tras las rejas y se relamen ante cada citación de ella en Comodoro Py.

Todas las defensas kirchneristas concluyen lo mismo: punto uno, sus clientes están mal detenidos. Recién en segunda instancia discutirán su inocencia. “No cambió nada procesalmente. Sólo se modificó el tiempo político”, dice uno de los abogados y el argumento se replica entre todos. De los once, sólo López (por portación ilegal de arma) y Jaime (tragedia de Once) tienen condenas firmes. Nadie se anima a aventurar, en on, si las detenciones surgen de la Justicia, como una manera de congraciarse con el Gobierno, o es un pedido del Ejecutivo de que ajusten las clavijas. Un abogado de uno de “los 11”, dice: “La Justicia es un camaleón, se va acomodando a quien tenga el poder. Se siente esa presión, y la presión mediática. Las decisiones por las que detienen a nuestros clientes son distintas de las que tomaban del 2015 para atrás”. Uno de los altos funcionarios del Gobierno también lo nota: “Es histórico esto, y es una cagada. No habría nada mejor que haya jueces independientes, porque en esta lógica el que hoy te beneficia mañana te va a cagar”.

Macri se reúne cada diez días con el equipo judicial, conformado por el ministro de Justicia, Germán Garavano, su segundo, Juan Bautista Mahiques (“tanto el Presidente como su equipo tienen como uno de sus objetivos principales mejorar el sistema judicial y si bien hubo grandes avances todavía quedan muchos desafíos”, le dijo a NOTICIAS), el jefe de asesores José Torero y el secretario de Legal y Técnica Pablo Clusellas. Un amigo del líder del PRO se anima a la chicana: “Macri está tan confiado en la transparencia de este gobierno que hasta bromea con que ojalá que a alguno de nuestros funcionarios lo investiguen por algo, así van a ver que nosotros somos distintos, que no apretamos”.

Sin embargo en la Justicia se siente el cambio de aire. “Es una manía latinoamericana: va preso el que perdió el poder”, dice el historiador Hernán Camarero. En el kirchnerismo lo tienen más que claro.

por Carlos Claá, Juan Luis González

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