Eduardo F. Costantini camina por las salas del museo que inauguró hace 17 años y cuenta historias. Señala “La mujer del sweater rojo” (1935) de Antonio Berni y recuerda que la compró a un coleccionista que quería pagarle los estudios a un sobrino. “Fue amor a primera vista”, dice de la magnética pintura con tintes de realismo mágico “Autorretrato con chango y loro” (1942), de la mexicana Frida Kahlo. Sonríe al evocar a los coleccionistas brasileños, con los que compitió en una subasta neoyorquina por la fabulosa “Abaporú” de Tarsila do Amaral. Ellos organizaron un festejo seguros de que la icónica pieza inspiradora del movimiento antropofágico sería para ellos. “Aunque la pintura quedó para Malba, los brasileños nos invitaron a la celebración. Enseguida prestamos la pieza a instituciones para su exhibición pública en Brasil”.
“¿Por qué tenemos tantas obras compradas a precios tope? Porque siempre voy en busca de la mejor obra”, dice Costantini, rememorando aquella inolvidable primavera de 2001 cuando -apenas 10 días después del siniestro ataque que destruyó a las torres gemelas de Nueva York- abrió las puertas del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Por caso, “Composition symétrique universelle en blanc et noir” (Composición simétrica universal en blanco y negro) es una de las grandes obras del universalismo constructivo del uruguayo Joaquín Torres-García.
¿Qué siente su presidente y fundador? “Yo sé que no podría vivir sin el Malba -dice a NOTICIAS-. Es una parte mía, pero también es un desafío y una responsabilidad hacer las cosas de manera que el museo pueda continuar cuando yo no esté”. Sin falsos pudores sostiene que “esta es la colección exhibida de arte latinoamericano más importante del mundo”. Tiene razón. ¿En qué otro lugar del planeta pueden verse juntas tantas notables obras que reflejan la diversidad cultural, belleza artística y disparidad social de los mayores artistas de este maravilloso y contradictorio continente?
Las obras. Es un privilegio poder pasear la mirada por muchos de los grandes hitos del arte de la región, desplegados en la atractiva exposición “Arte Latinoamericano 1900-1970 Colección Malba”, como la monumental “Manifestación” (1934) de Berni, período en que inició su pintura social.
La nueva puesta celebra un nuevo aniversario de Malba, una ineludible marca arquitectónica de la ciudad; imposible imaginarla sin esa aireada estructura, de líneas depuradas de hormigón y vidrio, instalada en Avenida Figueroa Alcorta y San Martín de Tours.
La espléndida pintura cubista “Retrato de Ramón Gómez de la Serna” (1915) del mexicano Diego Rivera, sobre el escritor español Gómez de la Serna, inicia el recorrido cronológico armado por Victoria Giraudo -Jefa de Curaduría-, el coleccionista Ricardo Esteves -asesor para la adquisición de las piezas fundacionales- y el propio Costantini. Mucho para ver en esta muestra que reúne 230 obras de 200 artistas como Xul Solar, Alfaro Siqueiros, Pettoruti, Barradas, Figari, Lam, Botero, Oiticica, Clark, Prati, Soto, Matta, Le Parc, Boto, Fontana, De la Vega. Comprende siete núcleos temáticos, desde los inicios de la modernidad, a principios del siglo XX, pasando por propuestas surrealistas y del arte abstracto y concreto -como Carmelo Arden Quin-, arte óptico y cinético, abstracciones libres, informalismo, caligrafías, Nuevas Figuraciones, y más, hasta los años ’70 con el surgimiento del arte conceptual.
La excepcional obra de caballete “Baile en Tehuantepec” (1928) de Diego Rivera -exhibida en Malba por comodato Eduardo F. Costantini- expresa misterio y dualidad: los cuerpos exudan un logrado movimiento mientras los rostros reflejan distancia emocional. En el recorrido quedó cerca de la obra de sus dos veces esposa Frida Kahlo.
Nunca antes mostrada en el país, “Formes volantes (Hakone, Ponente)” de Alicia Penalba fue donada a Malba por el Archivo Penaba en 2017. Posee 26 relieves en fibra de vidrio que insinúan una conmovedora vibración. Junto a ella está “Analogía IV” de Víctor Grippo, quien para articular su pensamiento utilizó en sus instalaciones objetos de la vida cotidiana.
Entre las piezas paradigmáticas se encuentra “Mulheres com frutas” (1932) de Emiliano Di Cavalcanti, obra modernista que celebra el sabor y el color de Brasil, país muy bien representado en la exhibición incluso por “O imposible” (1945), una erótica escultura en yeso de María Martins en la que dos figuras -femenina y masculina- no pueden acercarse debido a las espinosas formas de su cabezas.
por Victoria Verlichak
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