Para la promoción de la última novela de Samanta Schweblin, “Kentukis”, la editorial que publica sus libros instaló grandes afiches en puntos estratégicos de la ciudad. Por estos días, cualquier transeúnte atento podrá descubrir el bello retrato de la escritora que ilustra la campaña, en estaciones de subte, colectivos y paredes vacías de Buenos Aires. Un despliegue inusual para el alicaído mercado editorial argentino que, más conservador que nunca, sólo apuesta sobre seguro.
Y es que, aunque a primera vista la literatura de Schweblin está muy alejada de las fórmulas de los bestsellers habituales, algo en la química de sus textos -fantasía, terror y angustia psicológica combinados con un estilo impecable- funciona cada vez mejor en la Argentina y el mundo. Desde su primer libro de cuentos - “El núcleo del disturbio” (Booket)- hasta hoy, su narrativa ha ganado calidad, consolidándose como una voz muy personal dentro del panorama literario local.
La lista de sus reconocimientos ya es muy larga. Por ejemplo, ganó el premio de Narrativa Breve Rivera del Duero en 2015 por su colección de cuentos “Siete casas vacías” (Páginas de espuma), uno de los más prestigiosos de España. También en 2017 fue seleccionada finalista del Man Booker International Prize por “Distancia de rescate” (Random House), su libro más celebrado, que además le permitió quedarse con el premio Tournament of Books y el Shirley Jackson, un galardón en homenaje a la gran autora de terror norteamericana, que premia “nouvelles”. Justamente, ahora, Schweblin trabaja en una adaptación al cine de esta novela corta que le ha dado tantas satisfacciones, junto a la directora peruana Claudia Llosa.
Popular. Su éxito creciente sumado a la campaña que replica su imagen en todo Buenos Aires, le ha deparado situaciones impensadas en su reciente visita al país. Por ejemplo, que la gente la reconozca por la calle, le pida autógrafos o se anime a saludarla. “El otro día en el subte se me acercó una pareja a charlar. Otros chicos que pasaban por ahí también se sumaron al grupo y al rato, se había formado una especie de conferencia de prensa adentro de un vagón”, cuenta divertida.
Su popularidad no sólo la sorprende sino que además marca un contraste con su vida de todos los días en Berlín, la ciudad en la que vive desde hace 6 años. “En Berlín tengo una vida hermosa pero muy pequeña, muy íntima, con poca vida social. Saber que hay tanto lectores que me leen, venir a Buenos Aires y encontrármelos me da alegría. Eso que hago para mí y mis amigos en Berlín, aquí se convierte en algo real”, explica.
Está establecida junto a su pareja, que tiene un bar, en el barrio de Kreuzberg. Pero viaja muy seguido a distintos lugares del mundo a realizar actividades relacionadas con sus libros.
Desde Berlín, mantiene conexión constante con la Argentina. A solo 20 minutos de su casa está la biblioteca de literatura iberoamericana más grande de Europa. Esto le permite mantenerse al día con respecto a los autores en español. “Si hay algún libro que quiero y no lo tienen en el catálogo, lo pido. Ellos lo compran y me mandan una carta para avisarme que llegó”, cuenta Samanta.
En Buenos Aires, adonde vino a presentar su libro y a participar de Filba (el Festival de Literatura Internacional), ya acumuló varios ejemplares de los autores de moda. Y confiesa que acaba de descubrir a la poeta norteamericana Anne Carson, también invitada a Filba, a quien está leyendo con pasión.
La lucha por el aborto legal, en los últimos meses, la mantuvo especialmente atenta a lo que sucedía en el país.“Para la vigilia del 8 de agosto (cuando el Senado debatió el proyecto de ley), nos juntamos en la Puerta de Brandeburgo. Había muchísima gente, considerando que se trataba de una agrupación de mujeres extranjeras en Berlín -explica Schweblin-. Más de la mitad no eran argentinas. Fue muy emocionante”.
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Novela. Como ella misma confiesa, en “Kentukis”, su último libro, Schweblin se desprende de todas sus zonas de confort. Abandona el territorio del cuento, que maneja con tanta brillantez. Descarta la primera persona para optar por una tercera más distante, menos emotiva. Y se mete con un conjunto de personajes para construir un relato coral.
Los “kentukis” (pronunciados con “u”) son pequeños muñecos de felpa con una cámara en los ojos, accionados por un usuario remoto, que no sabe ni a dónde ni para quien oficiará de mascota. El artefacto ofrece tantas posibilidades de uso como personalidades de usuarios existen en el mundo. Son la compañía de un chico desvalido, de un hombre solitario, de un artista agotado o de un astuto comerciante. Como en todos los libros de Schweblin, los objetos y las circunstancias más banales pueden volverse altamente peligrosos y, además, allí están los humanos para transformar una simple inquietud en pesadilla inmanejable.
“Creí que estaba escribiendo una novela sobre las tecnologías, sobre el modo en que nos atraviesan a todos -confiesa Samanta-. Pero después, cuando el trabajo empezó a cerrar, me di cuenta de que era una novela sobre las relaciones y las conexiones humanas, que es un tema muy mío. Sobre la incomunicación, sobre el lenguaje”.
Porque vaya adonde vaya la imaginación de Schweblin, su escenario final siempre desnuda la angustia de sentirnos aislados en un mundo implacable. Tan cerca de los demás y sin embargo, tan oscuramente solos.
por Adriana Lorusso
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