Ya hubo un taxi incendiado y secuestraron bombas molotov. Es cierto: se dice, con fatal humor negro, que “no hay G20 que valga sin, por lo menos, un auto prendido fuego, algunos gases y algunos contusos y detenidos”. También es verdad, sin embargo, que ninguna protesta globalifóbica violenta en ninguna gran ciudad del mundo cambió en nada, ni un poquito, el rumbo de los acontecimientos planetarios.
Los movimientos sociales argentinos, la izquierda y demás tienen hoy no sólo la oportunidad política de hacer sentir sus quejas y planteos, discutibles o no pero legítimos, en paz. Deberían disponerse a pensar, como parecieron hacerlo en las reuniones previas con el Ministerio de Seguridad, que el mundo (pero sobre todo el país, en la previa de una campaña presidencial) también les estará poniendo el ojo.
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Nadie estará dispuesto a creer que “los servicios del gobierno” harán algo que pueda ensuciarlo justo hoy. Por eso mismo, es un hecho que los 2.500 efectivos “sin armas letales” desplegados en el operativo, actuarán con determinación (y “creatividad”) ante cualquier desmadre.
Al kirchnerismo le cabe una responsabilidad mayor a la hora de calentar el ambiente. El G20, mecanismo también discutible pero legítimo, es una “política de Estado” iniciada desde el punto de vista doméstico por Cristina Fernández de Kirchner, que posó para siete “fotos de familia”. Cuestionar enfáticamente, señalar y aislar a los “violentos porque sí” sería una manera muy novedosa si no inédita de combatir la “anti-política” que aseguran cuestionar sólo en los discursos y acciones de la “derecha”.
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Están, además, ante la singular ocasión de demostrar que Patricia Bullrich no ha sido la más sensata de esta superproducción hollywoodense al sugerir que los porteños nos vayamos de la ciudad. Hasta ahora tuvo razón. Aún mansa y tranquila, Buenos Aires está intransitable.
*Jefe de redacción de NOTICIAS.
por Edi Zunino*
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