La Volkssturm (“fuerzas de asalto del pueblo”) fue la milicia nazi, creada en los últimos días del régimen alemán, bajo las órdenes del jefe de las SS Heinrich Himmler. Intento desesperado por frenar el avance de los aliados y el Ejército Rojo hacia Berlín: Hitler insistió en cargar de fanatismo nazi a los reclutas para que combatieran hasta la aniquilación. Y ese fue el resultado: cientos de miles murieron en las calles.
A la milicia formada por Nicolás Maduro, que opera bajo el mando del ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, se le insufla el mismo aire patriótico y nacionalista. Y como la Volkssturm nazi, cumple la doble función de fuerza de choque y servicio de espionaje casero, al estilo de los Comités de Defensa cubanos, señalando a los traidores de la revolución.
Control social. “Si se atreven a invadirnos se encontrarán con un pueblo movilizado y entrenado dispuesto a defender con su sangre cada centímetro de Venezuela”, amenazó Maduro hace unas semana cuando atribuyó el masivo apagón eléctrico en todo el país a un ataque de rayos catódicos lanzado por Estados Unidos. Pero es en realidad el temor del madurismo a un levantamiento interno y popular, proveniente de las zonas más pobres de Caracas, en que ha convertido a la milicia en un eficaz método de control social.
Entrenado inicialmente con escobas (hoy cuentan con armamento y formación rusa, provista por Vladimir Putin), el cuerpo de un millón de personas creado inicialmente por Hugo Chávez para militarizar a la población de Caracas, marcha hoy hacia los dos millones según la promesa de su heredero. Y bajo el fantasma de una hipotética invasión extranjera y la jura a morir por la Revolución bolivariana, el cuerpo sirve en verdad para vigilar a vecinos, empresas expropiadas, y llenar mítines políticos.
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El uniforme caqui que visten es el más desprestigiado de cuantos hay en Venezuela: son vistos como delatores al servicio del régimen, Y los videos que se viralizan en Whatsapp los muestran como una tropa que renguea, desfilando con escobas.
Para quienes se enlistan, la milicia funciona como una gigantesca agencia de colocación de empleo, y la forma más rápida de acceder a los planes sociales. Jubilados, desempleados, amas de casa, fanáticos de la causa bolivariana o nostálgicos del “comandante eterno” se suman cada semana en bases militares para ganar los 18.000 bolívares, los menos de seis dólares al mes que de todos modos superan el salario mínimo venezolano.
Por comida. Según la empresa Datanalisis, Maduro cuenta apenas con un 14% de apoyo frente al más de 60% que tiene Juan Guaidó, al que despojó de fueros parlamentarios y ahora amenaza con apresar. La clave de Maduro para mantener el poder con entonces cada vez más el ejército, las milicias y los colectivos. Las Fuerzas Armadas Bolivarianas, dirigidas por el general Vladimir Padrino López, cuentan con 140.000 efectivos que se han mantenido fieles gracias a los nombramientos (Venezuela tiene más generales que la OTAN) y los negocios: el ejército maneja desde la explotación petrolera hasta el tráfico de alimentos, hoteles y la compañía aérea nacional.
La última línea de defensa son los “colectivos”, los grupos paramilitares de encapuchados que siembran el terror allí donde se presentan. Muy eficaces a la hora de disolver disturbios donde la policía se ve desbordada, como ocurrió en Ureña, en la frontera con Colombia, durante el frustrado intento de Guaidó por introducir la "ayuda humanitaria".
En medio, la pata “civicomilitar”, las milicias, pone la resistencia: según la dialéctica bolivariana, tras el golpe de Estado de 2002, cuando miles de personas bajaron de los cerros hasta el Palacio de Miraflores, Chávez se dio cuenta que no era suficiente con confiar en el ejército por lo que era necesario adiestrar a la población en tareas de disparo, pensamiento nacional o disciplina castrense.
Son los tentáculos del régimen bolivariano en las profundidades de los barrios para denunciar a los “traidores a la patria”, a cambio de las cajas de comida conocida como CLAPS (Comité Local de Abastecimiento y producción). Y los responsables de ganar la calle ante un eventual levantamiento popular como el que podría darse si Juan Guaidó es apresado.
"Si soy apresado ese sería el último error de Maduro", dijo Guaidó que esta seman perdió sus fueros parlamentarios. "Creo que habría un levantamiento popular”, adelantó.
A media luz. Hace una semana Maduro insistió con empoderar a la milicia y sumarla oficialmente a las fuerzas de seguridad. "Ordené incorporar a los milicianos y milicianas como oficiales y soldados activos de nuestra gloriosa #FANB. ¡Si queremos paz, preparémonos para defenderla!", escribió en su cuenta de Twitter. “La Milicia Bolivariana se utiliza para abonar el discurso de intimidación y para rellenar los discursos de Maduro”, apunta Rocío San Miguel, autora del informe más completo realizado sobre las Fuerzas Armadas venezulanas. Según San Miguel, la cifra real de milicianos no llega ni remotamente al millón de personas que detenta Maduro. Y su tamaño, "de forma permanente", es de 20.000 personas, aunque muy eficazmente desplegados en los 335 municipios de Venezuela. "Lo que sucede es que se adiestra a los funcionarios públicos y por tanto se los contabiliza como milicianos", detalla, "pero el resto, en realidad, están vigilando hospitales, y sumarlos al manejo de sistemas de guerras es una irresponsabilidad”.
"Sigamos acompañando este plan de administración de carga para recuperar nuestro país en paz. Y los movimientos sociales, los colectivos, las UBCH (Unidades de Batalla Bolívar Chávez), junto a los milicianos, vamos a defender la paz en cada barrio", apoyó Maduro esta semana por televisión, en una retransmisión con medio país a oscuras y protestas en las calles.
Mientras impera la media jornada laboral y los colegios siguen cerrados, el gobierno busca mantener el cerrojo con policías, colectivos y milicia.
Racionamiento, paramilitares y un cerco que intenta desviar la atención, en medio de apagones eléctricos, que de nuevo han dejado a sus ciudadanos sin transportes y servicio de agua: se repitieron en Caracas y en el interior las largas filas para llenar baldes con una canilla que gotea.
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