Para arrancar la semana donde se pone en juego el nacimiento de su plan de control de precios, el Presidente recibió en la Casa Rosada a los principales empresarios e hipermercadistas que pueden ayudarlo a que el “alivio” antiinflacionario oficial resulte un éxito o se precipite en otro peligroso fracaso. El acuerdo, bautizado anacrónicamente como “pacto de caballeros” en un fraseo retromachirulo que apesta, se parece demasiado a los esquemas que el kirchnerismo -y antes casi todos- puso en marcha cuando la inflación se le escapaba de las manos.
Más allá de la tibieza del verdadero impacto económico que podría tener el freno planeado por el Gobierno a la escalada de precios, lo que más preocupa al oficialismo es que, directamente, no se cumpla por falta de compromiso de los formadores de precios. Y ahí se plantea otra disyuntiva de identidad para Cambiemos, de esas que últimamente se le presentan muy seguido a la coalición gobernante. ¿Qué sombrero se pondrá Mauricio Macri si el círculo rojo alimentario le da la espalda, volteando uno de los últimos intentos del equipo PRO para mostrarlo al mando de la tormenta perfecta que sacude el camino de la reelección?
A pesar de la desconfianza de siempre de Macri hacia sus pares del mundo corporativo y de las calculadas “calenturas” que el Presidente viene ensayando en sus recientes arengas, cuesta imaginárselo atacando diariamente a la oligarquía alimenticia al mejor estilo cristinista aunque las papas quemen. La elasticidad de la identidad de un político tiene, aunque no parezca, un límite psicológico y de expectativa social, cruzado el cual todo relato derrapa en la banquina de la inverosimilitud. Tampoco asoma en el horizonte una figura del gabinete -ampliado por la crisis- con las ganas y con el physique du role adecuado para reencarnar el fantasma de Guillermo Moreno aunque en versión macrista. Pero alguien tendrá que intentar disciplinar, o al menos asustar, o al menos apostrofar a los “caballeros” si los precios se descongelan más rápido de lo que necesita el Gobierno para sobrevivir al peor momento de su historia.
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Siempre queda Lilita Carrió. De hecho, lleva su firma el proyecto de “ley de góndolas” que compite con y acompaña a los proyectos opositores para controlar la inflación que mañana martes comenzará a tratarse en Diputados. Lilita vuelve así al ruedo luego de una cuarentena motivada por una afección cutánea y potenciada por las salpicaduras del escándalo de la inteligencia paraestatal disparado por la súbita fama del agente tóxico Marcelo D'Alessio. La dueña de la Coalición Cívica comenzará a moverse por las provincias con la misión de frenar la sangría electoral que viene padeciendo Cambiemos en los últimos turnos electorales a lo largo del país. Allí será clave su vocación de evangelizadora severa, siempre lista para reencauzar de un bastonazo a las ovejas que se apartan del rebaño, sean radicales o incluso PRO desorientadas.
Mirá el "spot" de Carrió:
“¡No vuelvan al faraón!”, advirtió Lilita en el fin de la Semana Santa, con su video de resurrección proselitista. Ella sabe que vuelve justo cuando más la necesitan en Olivos, no en su rol de fiscal de la república PRO, sino en su versión más mesiánica y amenazante de administradora de la ira divina contra los infieles. Aunque el círculo rojo tiene la piel curtida por las bravuconadas de Moreno y su cotillón bélico, ojo porque Lilita embriagada de empoderamiento apocalíptico podría creerse una Robespierre de las góndolas, lo cual no alimentará tanto a los hogares necesitados como al gran disparate del año electoral más incierto de la historia nacional reciente.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
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