Como diría Riquelme, Mauricio Macri está feliz. Recién llegado de su gira oriental, el Presidente siente que vuelve a otra Argentina. O a la misma, pero con otro humor oficial. La razón del nuevo optimismo es el anuncio del acuerdo logrado entre la Unión Europea y el Mercosur, después de 20 años de intentos fallidos.
El Gobierno logró el milagro de colar en la campaña electoral un tema que a decir verdad no va a tener consecuencias prácticas en la vida de los argentinos por mucho tiempo, porque en el medio falta negociar la letra chica y conseguir la ratificación de todas las partes involucradas, y eso es un proceso que puede llevar años.
Sin embargo, los beneficios electorales del acuerdo con Europa ya se empiezan a sentir en la Casa Rosada.
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El kirchnerismo, que está ansioso por instalar la discusión económica en la campaña, ya se apuró a condenar el acuerdo Mercosur-Unión Europea, sin pensar en el regalo que le estaba haciendo a Macri.
Hay que recordar que fue la propia Cristina la que cuando era Presidenta alentaba el acuerdo y se autocongratulaba de cada avance diplomático. En cambio ahora, su candidato presidencial sale a criticar el mismo acuerdo que antes estaba bien para el gobierno K.
Además de sumar una contradicción doctrinaria más a su discurso, Alberto Fernández se empantanó en una discusión ideológica sobre proteccionismo vs. apertura comercial, creyendo que así representa la penuria cotidiana de millones de argentinos golpeados por la crisis. Y en la discusión de modelos de inserción en el mundo, el kirchnerismo tiene poco que ganar recordándole a los votantes moderados los acuerdos con Venezuela, Angola o Irán. Alberto no para de hacerle regalos de campaña al Gobierno.
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Ahora, hay que reconocer que este milagro de que se distraiga la discusión económica de la urgencia alimentaria y productiva hacia entelequias sobre la globalización no obedece a la pericia de la Casa Rosada ni a la impericia de Alberto Fernández. Más bien responde a otras variables estructurales de la actualidad económica.
Por un lado, es notable la falta de ideas y propuestas concretamente superadoras por parte de la oposición, en paralelo con la incierta segunda etapa que planea el Gobierno en caso de lograr la reelección: quizá por eso el macrismo hoy difunde que ya encargó un plan de gestión para los primeros cien días de su segundo mandato.
Por otra parte, sin quitarle méritos a sus negociadores actuales, el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea quizá llega demasiado tarde. Ninguno de los dos bloques muestran hoy la solidez que ambos proyectaban hace dos décadas. De hecho, el propio Bolsonaro puso en cuestión la vigencia del Mercosur apenas asumió. Y en Europa, procesos como el Brexit y la emergencia de los ultras plantea dudas sobre la continuidad del bloque y de su moneda única, que por ejemplo en Italia está siendo relativizada por planes cuasimonetarios de emergencia. Es decir que este acuerdo no viene tanto a consolidar la política globalizada de bloques, sino a intentar rescatarla del fantasma de nacionalismo proteccionista que recorre el planeta.
Paradójicamente, así como sucedió con el G20 en Argentina, a Macri estos milagros le llegan casi por casualidad. Y, justo es valorarlo, él no duda en capitalizarlos para construir identidad y relato de gobierno. De estas coincidencias se suelen alimentar las campañas.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
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