En una campaña desbordada por el ruido, llama la atención el silencio de dos mujeres. Cristina Kirchner y María Eugenia Vidal estaban destinadas a protagonizar la carrera electoral del 2019, cada una en su rol y su respectiva trinchera.
A su manera, ambas se hicieron escuchar en el arranque de la campaña, tanto por sus colegas partidarios como por el electorado de todos los colores. Fueron odiadas e idolatradas. Eran las estrellas del año. Incluso habían asumido, muy convencidas, la misión de cruzar espadas para calentar a sus respectivas audiencias.
Pero el domingo de las PASO, algo sucedió: hubo una aceleración inesperada del calendario electoral, que precipitó la historia de la grieta hacia un final caótico que hoy busca su resolución. Y aquellas dos protagonistas de la polarización, que todavía tienen por delante la prueba definitiva de las urnas, se llamaron a silencio en plena crisis, cuando sus votantes más las necesitan para al menos calmar la angustia por el terremoto financiero en curso.
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Cristina radicalizó su estrategia de bajo perfil, para no irritar a los mercados ni a la clase media que votó contra Macri, con la nariz tapada y el corazón roto por el desengaño del experimento Cambiemos. Por su lado, Vidal se encerró en un retiro espiritual permanente con su círculo íntimo e intendentes leales, buscando rearmarse para evitar un final catastrófico en las elecciones de octubre. Cristina quiere controlar la euforia triunfalista, Vidal esquiva la depresión y la bronca.
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Ambas le dejaron el centro de la escena a sus hombres débiles: Alberto, que sigue con sus lapsus de subordinación y en algunas entrevistas se autodenomina “vicepresidente”; y Mauricio, que ahora rompe el chanchito como le pedía Vidal, para frenar a destiempo el malhumor social.
El silencio de estas mujeres marca la temperatura alarmante de este año maldito.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
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