Una vez más la Argentina brilla entre los principales titulares de los más importantes diarios del mundo y está al tope de las noticias (y revisiones) en las secciones económicas y financieras.
Nuevamente ganamos premios por nuestra Curva de Phillips inversa (alta inflación con bajísimo crecimiento), dobles y triples déficit, el tambaleo al borde del default, los manejos “creativos” de la tasa de cambio y decenas de interpretaciones sobre las causas y consecuencias de esta situación, que muchos querrían ver como una peculiaridad criolla pero que no es más que el reflejo de nuestra tozudez que parecería insistir en tropezar continuamente con la misma piedra y explicarlo cada vez diferente.
Durante mucho tiempo se creyó (o se nos hizo creer) que eramos un país rico y la raíz de los problemas estaba probablemente en que estábamos “colonizados” por los países poderosos que se apropiaban de nuestra riqueza a través del saqueo de nuestros recursos naturales.
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Pero un país rico es el que le proporciona a sus habitantes un alto nivel de vida, no el que fue beneficiado aleatoriamente por la natruraleza.
Si eso no fuese así, Suiza sería un país pobre y Ghana, uno de los más ricos del planeta.
Y en ese sentido el nuestro es un país que, más que pobre, está empobrecido.
La recurrencia de las crisis macroeconómicas (que son las que nos empobrecieron) en los pasados setenta años son la consecuencia de la aplicación de políticas equivocadas, en el contexto de modelos poco aplicables, y que, al fracasar, fueron corregidas utilizando medidas que ahondaron el problemas a niveles que parecerían terminales.
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Desde un extremo hacia el otro.En estos setenta años hubo intentos de aplicar las así llamadas políticas neoclásicas de liberalización de la economías que fueron tan mal implementadas como mal llamadas y que suponían como reales las leyendas de los mercados perfectos en el otro lado de la frontera y las maravillas del libre comercio y las privatizaciones.
Y en el otro extremo, intentos poco sofisticados de implementar modelos “inside looking” de industrialización basados en el cierre de la economía, en el ensayo de producir toda la cadena de valor a cualquier costo, desarrollando el mercado doméstico para que pueda absorber lo que no se puede vender en nuestro mundo competitivo.
Hemos probado todo el espectro. Desde la idealización de la ventaja comparativa hasta la ignorancia total de la especialización. Y todo esto en una sucesión de ciclos destructivos donde se atacaron sin cuartel "elementals" que conducen a la consistencia y sobre todo a la persistencia de las políticas de desarrollo.
Ya sea el empoderamiento de la clase trabajadora o el rol del sector financiero.
Pero si queremos entender mejor el contexto de la crisis actual tal vez debemos entender mejor la raíz del problema.
Es verdad que el modelo “popular” (o populista) no ha probado en ningún lugar su objetivo social ni sus beneficios económicos.
La sustitución de importaciones como base de la industrialización y la producción local de toda la trama de insumos y tecnología ha sido costosa e inviable y ha sido abandonada como modelo de desarrollo en la región.
Pero la apertura indiscriminada y el uso de la tasa de cambio como ancla anti inflacionaria han sido igualmente destructivos.
Los extremos jugaron mal en todos los casos.
Pero a mi juicio no ha sido esta la razón fundamental de la decadencia macroeconómica argentina en los últimos setenta años.
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La razón fundamental tras todos los traspieces de un lado como del otro ha sido la imposibilidad, o mejor dicho la incapacidad, de ganar competitividad genuina que ha demostrado nuestra economía.
Tipo de cambio. En todas las crisis de magnitud aparece este factor en posición central. La economía argentina ha estado permanentemente dependiente de un factor fundamental y único para mantener su competitividad internacional: la tasa de cambio.
Se ha podido ganar competitividad (en agregado) solo devaluando. Y esta falta de capacidad competitiva se ha venido haciendo más y más importante con la actual revolución tecnológica.
El ciclo se ha venido haciendo más y más agudo.
Se fija la tasa de cambio para evitar la inflación.
Y la falta de suficiente inversión así como las presiones sindicales y el alto costo del capital hacen a la economía no competitiva.
No se buscan alternativas. Se usa la tasa de cambio y el ciclo comienza nuevamente.
Hasta que no sepamos utilizar nuestros recursos, y en gran parte los importantes recursos humanos con los que contamos, no solucionaremos el problema económico que nos persigue.
Cómo resolver esta crisis de hoy es solamente un detalle. La película completa está basada en la ganancia genuina de competitividad y a eso debemos abocarnos.
* Economista y ex Presidente del Banco Central.
por Mario Blejer*
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