Greta no sonrió. Greta no usó metáforas. Greta no dio vueltas con sus ideas y con el lenguaje para construir una idea que sonara diplomática. No titubea, sus frases cortas y simples suenan como un latigazo. Y sin embargo, con sus cortos 16 años, Greta les habló, les demandó respuestas a los principales líderes del mundo en la misma sede de las Naciones Unidas. Casi de inmediato, las redes sociales explotaron en aplausos pero, también, en críticas desbordadas. Si hasta hubo publicaciones periodísticas que calificaron a la joven de “enferma mental”.
Greta Thunberg tiene síndrome de Asperger, una Condición del Espectro Autista (CEA) de alto funcionamiento, que comparte algunos rasgos con el autismo clásico en lo que se refiere a desafíos vinculados con el procesamiento sensorial, la interacción social, la comunicación.
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Como madre de un chico de 14 años con Asperger, ver a Greta fue ver, en mucho, a mi hijo. Y leer comentarios en los que se la tilda de “loca”, “débil mental”, “violenta”, “enferma de odio”, por mencionar los reproducibles, me produjo tristeza y espanto. Tristeza, por la falta de conocimiento sobre trastornos que tienen una incidencia mundial promedio de 1 por cada 59 niños; espanto, por la virulencia con la que una nena de 16 años es discriminada en nombre de una capacidad diferente.
El discurso oral y la comunicación no verbal de Greta, su forma de devenir en militante anti crisis climática, la pasión que pone en eso, tienen mucha explicación en el Asperger. Las personas con CEA suelen tener intereses muy definidos y restringidos, pueden casi obsesionarse con un tema que los apasione. Focalizan su atención a niveles poco comunes para las personas neurotípicas (es decir, las que respondemos a la media de la población), y logran descubrir, seguir, fijar en su memoria patrones, imágenes y datos, con una facilidad muy particular. Greta comenzó a leer sobre crisis climática de muy pequeña. Se interesó, investigó y se preocupó. Siguió buceando y deglutió cada uno de los Acuerdos por el Cambio Climático, analizó complejos papers científicos. Así es capaz de actuar una persona con Asperger, sobre todo si posee niveles cognitivos que superen la media.
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Pero esto no es todo. Para Greta, el discurso directo, sin vueltas, sin bromas, sin eufemismos, la franqueza potente, son parte de su más íntima manera de ser. A las personas con Asperger les cuesta mucho mentir, simular, morigerar expresiones y sentimientos. Van de frente. El problema es que, en esta sociedad, decir siempre lo que se piensa, sin matices, no es algo necesariamente bien recibido. Y así fue como Greta lanzó frases que, a quienes no conocen la condición, les sonaron violentas. No tuvieron en cuenta que Greta es diferente. Una CEA implica una manera de ser y de estar en el mundo, no es enfermedad, se trata, para que la persona pueda desarrollar sus capacidades.
Los gestos de la cara de Greta, de sus manos, no amenazan, no tienen segundas intenciones. Lo que muestran es auténtica preocupación, emoción que ante un panel como el de la ONU, debió haber alimentado una profunda ansiedad. ¿O acaso nosotros mismos no hubiéramos sucumbido al pánico escénico? Para una persona con Asperger socializar puede llegar a ser algo doloroso, capaz de desregular el propio equilibrio interno. A Greta no le es fácil socializar y hablar durante casi cinco minutos ante un auditorio tuvo que haber sido un desafío crítico.
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Pero Greta eligió estar ahí. Es parte de lo que ella considera su misión. Mi hijo, también, siempre me habla de sus misiones, él las decide, las diagrama, las lleva a cabo, y jamás deja de cumplirlas. Aunque yo no acuerde. Porque si hay algo difícil de lograr es que un “aspie” olvide lo que ama hacer. Uno de los desafíos que solemos tener los padres de niños con condiciones del espectro autista, sea cual sea el grado de las mismas, es tratar de llevar a esos chicos hacia otros temas o actividades, si se vuelven muy absorbentes.
Por eso, calificar a Greta Thunberg de “adolescente manipulada” es simplificar mucho el tema. Demasiado. La realidad es muy otra: ella no sólo nos pone frente al desafío de luchar contra el cambio climático sino también de comprender, valorar y aceptar a una persona distinta desde su misma esencia, sin juzgarla a partir de nuestra forma de ver el mundo. Porque la de ella, la de nuestros hijos, con una CEA, es diferente. Y es fascinante.
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