No son ministros, pero actúan como si lo fueran. Tal como Alberto Fernández, que aún no es presidente, pero está convencido que lo será. Las elecciones generales del 27 de octubre parecen ser un mero acto formal para darle un manto de legalidad a una situación que de facto estaría resuelta.
Alberto no está solo en la cruzada. Tiene a sus tres mosqueteros: Santiago Cafiero, Felipe Solá y Juan Manzur. Ellos son los encargados de cuidarle la espalda tanto para afuera como, lo que hoy es más peligroso, para adentro del peronismo. Porque la primera contienda fuerte del candidato del Frente de Todos no será la alicaída oposición, sino su compañera de fórmula, Cristina Kirchner, y La Cámpora. Los dueños de gran porcentaje de los votos.
Por eso Alberto y sus espadas ya se mueven como un verdadero equipo. Así se los vio en Perú, el viernes 20, donde lo que hicieron fue más parecido a una gira de un mandatario que a un acto de campaña. Alberto fue recibido en el Palacio de Gobierno de Lima con rango de una visita oficial y con todas las reglas de la diplomacia. Tal como indica el protocolo, el Presidente debe asistir al lugar con su jefe de Gabinete y su canciller. Nadie más. Y fue, casualmente, con Santiago Cafiero y Felipe Solá.
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El tercer mosquetero es el único que tiene territorio, pero que a fuerza de tropezones discursivos fue perdiendo algo de lugar. Nada grave. El gobernador de Tucumán, Juan Manzur, sigue siendo un virtual ministeriable y, lo que más le interesa a Alberto, sigue al pie del cañón para lo que el candidato necesite: instalar un tema, refrendar posiciones y cuidarlo de ataques inesperados.
De ese minúsculo grupo habría salido la idea de que Alberto tome las riendas discursivas, otra vez, para que ellos salgan a secundarlo. Se les estaba yendo de las manos. Aparecían demasiados actores marginales para hablar de ideas que el candidato no tiene y producían un ruido importante. Juan Grabois con la reforma agraria, Horacio González con la reivindicación de la guerrilla, Gisela Marziotta con la Conadep del periodismo y Hugo Moyano pidiendo echar a Mauricio Macri el 27 de octubre. Demasiados tiros en los pies.
El peronismo sabe, más que nadie, que el espacio que no se ocupa no queda vacante, sino que es ocupado por otro. Esa máxima de la comunicación los alertó. Si no hablan ellos, hablan otros en nombre de ellos y eso puede ser catastrófico. Los mosqueteros tienen que cuidar a su D’Artagnan del fuego amigo, que parece inocente, pero produce muchos daños.
El preferido. En el equipo de trabajo de Alberto, aseguran que el candidato del Frente de Todos está moldeando a su gusto a su futuro jefe de Gabiente, tal como Néstor Kirchner hizo alguna vez con él. Santiago Cafiero es joven pero tiene un apellido de peso. Se ganó la confianza absoluta de Alberto Fernández y lo acompaña a sol y sombra.
“Alberto ve en Cafiero cosas que tenía él cuando Néstor lo convocó para la jefatura”, dice un amigo de Fernández. Un extraño caso, sin antecedentes: un ex jefe de Gabinete enseñándole las artes a otro.
Cafiero tiene una muy mala relación con La Cámpora y el cristinismo duro, los principales peligros de Alberto. Los cortocircuitos vienen de la época en la que él trabajaba para Daniel Scioli. Por integrar las filas del ex gobernador, el kirchnerismo le impidió crecer como cuadro político y eso no se olvida.
A tres meses del cambio de Gobierno, Cafiero, de 40 años, sumó todos los porotos para ocupar el lugar de Marcos Peña, otro que llegó joven al importante cargo. Y si no le toca ese lugar, podría ser secretario de la Presidencia. “De ahí no sale”, sindican en el entorno del albertismo, tal como les gusta llamarse.
Pero, a diferencia de Macri y su jefe de Gabinete en el que delega acaso demasiado, Cafiero tendría otras tareas con Fernández. Es que el candidato tiene graves problemas para delegar. Incluso, a pesar de que el joven fue el jefe formal de la campaña que dejó en terapia intensiva a Cambiemos en las PASO, el líder natural de eso fue el mismo Alberto.
Uno de los puntos positivos que tiene “Cafierito” es que sabe tolerar el excesivo control que ejerce el presidente virtualmente electo. Eso no quita que no tengan encontronazos frecuentes.
Todos recuerdan el enojo de Alberto, unas semanas antes de las PASO, con Cafiero y Juan Courel, otro ex funcionario de Scioli. Fernández explotó luego de ver la cartelería pública que habían diseñado. “Me armaron las peores publicidades en la historia de las elecciones en Argentina”, les gritó. Con el resultado puesto, el enojo se convirtió en anécdota. Las victorias tienen esas cosas, hacen que hasta los maltratos tengan un tinte gracioso. Cafiero, a quien la sangre le había quedado en el ojo, le retrucó el mismo día de las primarias, cuando conocieron los resultados de las elecciones en el búnker de Chacarita. “Ganamos a pesar de tener la peor cartelería pública en la historia”, le respondió irónico, haciendo alusión a aquella calentura.
En el PJ dicen que lo que ellos tienen es el “gen peronista”, esa cualidad de los dirigentes políticos de enojarse, insultarse, decirse barbaridades y, a pesar de todo eso, llevarse bien.
Ministros. Alberto parece tenerlo todo en la cabeza. Ya habría decidido quiénes serán sus ministros, en caso de que el resultado de las generales confirme el de las primarias. Si dejó de revelar cuál será su equipo es porque alguien de su entorno se lo recomendó: “Scioli le mostró antes de tiempo a La Cámpora que iba a hacer un gobierno sin ellos y así le fue”, le dijo un amigo sobre la experiencia del ex gobernador. No hay que mostrar las cartas antes de tiempo, fue la conclusión.
Pero hay nombres que ya suenan a viva voz, a pesar de la prudencia del candidato. Felipe Solá es uno de ellos. Alberto valora muchísimo al ex gobernador bonaerense. Tanto que, antes de que Cristina lo tentara para ser candidato a Presidente, Alberto le insistía a la ex mandataria que ella debía dejarle su lugar de candidata natural a Solá.
La primera intención de Solá fue la de ser jefe de Gabinete de Alberto, pero de a poco se fue acomodando a la idea de convertirse en su canciller. De hecho, según reveló el periodista Fernando Cibeira de Página/12, que acompañó al albertismo en la última gira por Perú y Bolivia, sus compañeros hacen muchos chistes al respecto. En una cena con Evo Morales, Solá quiso quedarse en camisa para hacerle frente a los 35 grados que hacían en Santa Cruz de la Sierra. Pero cuando intentó hacerlo, lo atajaron en broma: “No, un canciller nunca se puede sacar el saco”.
Un tuit de una cuenta anónima pero conocida en el peronismo, @chanchapelota, que muchos adjudican a la esposa de Solá aunque él lo niega, provocó un enojo en Alberto. “Qué alegría, qué alegría, en diciembre me llevan a conocer Cancillería”, escribieron. Hasta Luciana Salazar se inmiscuyó en la polémica: contó de la bronca del candidato del Frente de Todos por dejar al descubierto el cargo que ocuparía Solá. Rápidamente el tuit fue borrado.
Por su parte, el gobernador de Tucumán, Manzur, es otro de los que tienen el deber de atajar los disparos del kirchnerismo. El ex ministro de Salud se ganó la posición privilegiada en la que quedó. Apenas se enteró de que Cristina había elegido a Alberto de candidato, fue uno de los primeros en tuitear sus felicitaciones y en pasar a saludar por la clínica al candidato cuando éste fue operado. Cuando Alberto pidió que los gremios lo respaldaran, él ayudó a armarle ese escudo. Su apoyo tuvo frutos: en el discurso triunfal del 11 de agosto, Alberto nombró a Manzur más veces que a su compañera de fórmula.
Pero Manzur no sólo sumó su granito de arena en el armado. Empresarios tucumanos fueron vitales en los aportes de campaña. De hecho, el 40% de lo recaudado vino desde esa provincia. Un todo terreno.
Aunque el gobernador tampoco quedó al margen de las polémicas. Días atrás, puso a disposición el avión sanitario de su provincia para que los matanceros Verónica Magario y Fernando Espinoza llegaran a un acto de Alberto en el norte. Y luego hizo un asado de $ 20 millones para agasajarlos. “Los aviones son herramientas de trabajo y uno los utiliza en el marco de las prioridades que hay en materia del accionar del Gobierno”, dijo para justificarse, en una respuesta que no satisfizo a nadie. A veces los mosqueteros también pueden fallar.
A capa y espada, son los encargados de conseguir que el albertismo triunfe ante La Cámpora y Cristina, ante este PJ “unido”. Como decía Perón, “peronistas somos todos”. El problema es que ahora necesitan consolidar el poder que la investidura les daría, pero que el kirchnerismo ya les disputa.
por Carlos Claá, Juan Luis González
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