*** Giuseppe Verdi retrató como nadie la perversión del poder y las miserias humanas. En “Rigoletto”, el protagonista, un bufón de la corte del duque de Mantua, pasa de burlador a burlado de manera despiadada. Su vida terminará de desmoronarse cuando su hija Gilda sea seducida, raptada y abandonada por el duque y sus secuaces. Como todo gran clásico, este drama compacto y estremecedor sigue conmoviéndonos aún hoy.
En la producción que abrió la temporada lírica del Colón, fue crucial la estupenda labor de Maurizio Benini. Gran conocedor del género, el director italiano dio espacio para el lucimiento de los cantantes sin dejar de realzar la importancia de cada frase en el devenir de la trama.
El intérprete de Rigoletto carga sobre sus espaldas y sobre su garganta todo el peso dramático de la obra. Debe transitar por la mordacidad, el amor paternal, el odio, el dolor y la impotencia: un auténtico tour de force, que Fabián Veloz asumió con entrega, fraseo expresivo y un canto pleno de matices. Como Gilda, la soprano Ekaterina Siurina pareció contenida en sus primeras intervenciones, aunque ganó aplomo a partir del segundo acto. Menos convincente fue la actuación de Pavel Valuzhin, un tenor con un buen registro central, pero de afinación insegura. En personajes breves pero significativos, sobresalieron Ricardo Seguel (Monterone) y Guadalupe Barrientos (Maddalena).
El planteo del régisseur Jorge Takla tuvo su momento de mayor impacto al inicio, con la escenificación del preludio. Exceptuando ese episodio y la ambientación del tercer acto, la propuesta no se desprendió de la literalidad del libreto, con marcaciones esquemáticas y con escenografía y vestuario de impecable realización.
“Rigoletto”, de Giuseppe Verdi. Con Fabián Veloz, Ekaterina Siurina, Pavel Valuzhin y elenco. Dirección escénica: Jorge Takla. Dirección musical: Maurizio Benini. Teatro Colón.
por Margarita Zelarayán
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