Con la muestra “Comienzo del juego”, el Centro Cultural Recoleta brinda homenaje a Julio Cortázar, al cumplirse 110 años de su nacimiento y 40 de su muerte. Como parte de los eventos del “Año Cortázar”, impulsado por el Ministerio de Cultura porteño, los curadores Maximiliano Tomas (director del Recoleta) y Pablo Gianera en colaboración con Rodrigo Alonso, nos sumergen en el imaginario del escritor.
La exposición, que se extiende a lo largo de más de 1500 m2 y abarca la tradicional sala Cronopios, unida a dos espacios adyacentes (las salas J y C) mediante un túnel o pasaje semi transparente; invita a los asistentes a elegir su propio recorrido y asomarse al pasado del autor cuya obra sigue vigente, convocando a nuevos lectores.
Antes de Francia
En la sala J curada por Tomas, el recorrido se inicia en sus años de juventud, lo que permite descubrir cómo se formó, cuáles fueron las lecturas que lo nutrieron y qué otros puntos de interés influyeron en su vida. Recordemos que Cortázar nació en Bruselas en 1914. En 1918, la familia se instaló en Banfield, donde cursaría la escuela primaria y comenzaría a leer historias escritas por Julio Verne y Edgar Allan Poe (a quien terminaría traduciendo al español), entre otros autores.
Esta etapa temprana se refleja en vitrinas con abundante material, cedido especialmente por el Museo del Escritor de Madrid, que mantiene la memoria personal de autores en lengua española. Allí pueden verse álbumes de fotos familiares que pertenecieron a su madre, María Herminia Descotte, junto a poemas de Arturo Marasso, el profesor de la escuela Mariano Acosta que inspiró su pasión por la mitología griega. Hay una ajada edición de “Opio”, el libro escrito por Jean Cocteau que lo impactó en su juventud, y cartas mecanografiadas como la dirigida a Mademoiselle Marcelle, en 1939, a la que en un estilo que lo muestra sumamente cortés y educado, despide con un verso de Montesquieu. “El joven Cortázar se asemeja a un continente donde todo cabe y se macera”, sostiene Tomas.
En un hogar con padre ausente, rodeado de mujeres (abuela, madre, tía y hermana), se dedicó a cursar la carrera de traductor público, concurrir al cine, escuchar música y asistir a peleas de box, deporte que le fascinaba, en el Luna Park porteño. Trabajó en la Cámara del Libro, tradujo sus primeros títulos, conoció a quien sería su primera esposa, Aurora Bernárdez, y a Jorge Luis Borges, quien le publicó “Casa tomada”. Pero su horizonte era París, la Ciudad Luz a la que partiría en barco, en 1951, luego de publicar “Bestiario”, su primer libro de cuentos, en el que se hace visible su capacidad para actualizar el género fantástico.
En París
La sala C, curada por Gianera, está focalizada en los años en que Cortázar vivió en la capital francesa hasta su fallecimiento, en 1984, a los 69 años. En esas décadas nacen libros de cuentos como “Final del juego” y la novela “Rayuela”, que marcaría a toda una generación de lectores. Allí contó la historia de Horacio Oliveira y la búsqueda de su amante, una mujer uruguaya de nombre Lucía (La Maga). Su escritura refleja, a pesar de la distancia geográfica, la atmósfera rioplatense, melancólica y apasionada. Quizás, como dice Gianera: “Porque la distancia magnifica el recuerdo”.
Un registro fotográfico muestra al escritor junto a su gata Franelle, en el departamento parisino de la rue Martel. Impacta la imagen de la lápida de la tumba compartida con su tercera esposa Carol Dunlop, en el cementerio de Montparnasse, no sólo por el curioso diseño de los artistas Luis Tomasello y Julio Silva, sino por estar intervenida con inscripciones de admiradores. “Yo sigo tus ecos para perderme mejor”, garabateó alguien sobre el frío mármol blanco.
Hay objetos que le pertenecieron, como la radio que adquirió en un viaje a New York, el estuche con sus emblemáticos anteojos vintage, la pipa mordida en la boquilla y hasta el sombrero comprado en la ciudad de Toulouse, en 1978. Se destaca un casete del contestador automático con inscripción manuscrita: “En algún lugar de este casete que grababa los mensajes telefónicos, hay un mensaje de un lector argentino anónimo que quiero guardar porque me conmueve”.
Pero no todo son fotos y elementos personales. Una instalación sonora interactiva de Silvina Zicolillo y Matías Giuliani, invita a tocar las teclas de un piano en el que se escucha la voz del propio autor a través de diferentes frases de forma aleatoria, con su particular tono y cadencia. Esto refuerza la idea curatorial de un recorrido lúdico con mirada múltiple, intervenida por diferentes disciplinas entre las que también aparecen videos de realizadores como Eduardo Montes-Bradley, Graciela Taquini y Roberto Cenderelli.
Imaginería a pleno
Rodrigo Alonso, convocó para la sala Cronopios a una veintena de artistas argentinos como Edgardo Giménez, Fermín Eguía, Jorge Macchi, Pablo Suárez y León Ferrari, entre otros, para que imaginaran desde lo visual un clima fantástico asociado a la obra del homenajeado.
El espacio, dividido en diferentes microcosmos, encuentra en la sección “Bestiario”, esculturas como las de Abril Barrado que representa el rostro de un colorido mandril con cuerpo humano o la recreación de una figura de Nadia Guthmann, que remite al Minotauro del poema dramático “Los reyes”. En “Casa tomada”, área del mundo inquietante y sombrío de uno de sus cuentos más conocidos, hay extraños objetos de goma de Paula Toto Blake y dos versiones de “Invasión II” de Mildred Burton. La influyente Marta Minujín, aporta su conocido vinilo flúo “Rayuelarte”, que instaló en la Avenida 9 de Julio en 2009 y cinco años más tarde en París. Se destacan también las obras de Edgado Giménez, León Ferrari, Jorge Macchi, Pablo Suárez y muchos otros.
La exposición se extenderá hasta marzo de 2025 y tiene entrada libre y gratuita para residentes argentinos, un costo de $5000 para turistas extranjeros y es una ocasión imperdible para conocer más del universo de Cortázar.
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