El verdadero mito es Evita, a ella se la llama por su nombre, así en diminutivo, ella tiene su imagen potente en pleno centro de Buenos Aires, ella tiene su ópera famosa planetariamente, su nombre es mucho más conocido que el de Perón en el mundo. La novela que todos leyeron es “Santa Evita”, no “La novela de Perón”.
El cadáver de Eva lo escamotearon para que no se erigiera en un imán político poderoso. La idea de mito exige que medie una distancia entre la realidad y la representación social, requiere que la impostura funcione a la perfección: ese papel lo juega mucho más Evita. Hay muchos personajes históricos parecidos a Perón; hay pocos, en cambio, como Evita. Eleanor Roosevelt o Madame Chiang Kai-shek fueron primeras damas prominentes, pero sin el relieve único de Evita. Su muerte prematura, en pleno ejercicio del poder, la convirtió en la víctima exacta: la mujer que da la vida por los humildes. A pesar de que murió en la cama de un cáncer común y corriente en el imaginario colectivo se eleva a la categoría de una santa que se inmoló.
Perón fue un político normal que se nutrió del mito de "Evita". Es verdad que se recuerdan algunos hechos de su biografía, los más beneficiosos, y se esconden u olvidan otros, los que lo perjudican. En ese sentido él mismo se mimetiza con la idea de mito. Todos recuerdan sus discursos inflamados contra la oligarquía y el imperialismo, nadie evoca, en cambio, su discurso en la Bolsa de Comercio, cuando les dice a los empresarios “soy uno más de ustedes”.
Nadie recuerda la torsión que produce a partir de 1950, cuando la crisis hace crujir los cimientos del sistema y pasa de la política estatista de Miguel Miranda a la más ortodoxa de Alfredo Gómez Morales, toma créditos con los Estados Unidos y se pasea por Buenos Aires con Milton Eisenhower, hermano del presidente norteamericano. Todos recuerdan el reparto de colchones y máquinas de coser, nadie que eso fue el huevo de la serpiente del proceso inflacionario que aún hoy sufrimos.
Todos recuerdan que un antiperonista escribió “Viva el cáncer” en algún paredón, cuando Eva estaba enferma, o los bombardeos sobre la Plaza de Mayo, o el golpe del 55; nadie recuerda en cambio a los opositores torturados por el Comisario Lombilla, ni el saqueo e incendio del Jockey Club, ni los presos políticos, ni el atropello en la convención constituyente, ni el cambio de la ley electoral para desmantelar la oposición.
Con esos materiales, con esas trampas de la memoria se construye un mito. Una vez que esas operaciones selectivas quedan fijadas en la historia de un país la mitología se hace indestructible. La falsificación tiene éxito, es el crimen perfecto. Para la vigencia de Perón hay que añadir un matiz distintivo: el peronismo no es una ideología sino una máquina de poder. Esa plasticidad estaba ya en Perón: un día podía estar con la iglesia y otro día contra la iglesia, un día podía estar contra Estados Unidos y otro con Estados Unidos. Es como una marca que se pudiera aplicar a mercaderías de distintos rubros. Un subproducto perfecto de esta infinita mutabilidad es Daniel Scioli, que sin sonrojarse puede ser neoliberal, luego kirchnerista, y ahora libertario pero manteniendo el adjetivo peronista en su perfil. Hace bien.
Lo que deja la mitología ensamblada de Perón y Evita, ese bonapartismo con dos caras, ese sistema con dos personajes que se repartían los roles (Perón con lo presuntamente racional y Eva con lo simbólico), es la enseñanza de que los improvisados también pueden llegar y construir su imaginario desde adentro del poder. También enseña que no es indispensable hacer las cosas bien, basta con una retórica que quede en primer plano y opaque los hechos reales que van a quedar abajo, sepultados, ocultos. Los fanáticos se sentirán reivindicados por esa retórica y lo adorarán por siempre, aun cuando en la práctica hayan terminado perjudicados por sus políticas.
Hoy Milei discursivamente entierra el peronismo, o al menos lo intenta, porque quiere sustituir un mito por otro; pero es un Perón a escala: sin iglesia, ni ejército, ni sindicatos. Es un nuevo capítulo de la historia, con final abierto.
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por R.N.
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