Aquí hay spoilers. Lo avisamos de entrada porque no hay otra manera de hablar de una de las series del momento sin meternos en su contenido, aunque más no sea, tangencialmente.
“Away” es el título en inglés de esta ficción de 10 episodios que emite Netflix, basados en la fantasía de aventura más recurrente de los últimos tiempos (cada vez más cerca de hacerse realidad), la de pisar y colonizar el suelo marciano.
Cinco astronautas, debidamente entrenados y experimentados, viajan durante 8 meses a bordo de una nave que tocará, si la suerte lo permite, territorio de Marte. La comandante es una mujer, Emma Green, interpretada por Hilary Swank, y cada uno de los miembros de la tripulación pertenecen a naciones diferentes asociadas con la NASA en la empresa espacial.
Como muchas series de la actualidad, “Lejos” está planeada como un emprendimiento a largo plazo, en el cual la primera temporada es solo una presentación del proyecto total. Sólo que en “Away”, la estrategia llega demasiado lejos.
¿Por qué? Porque como esta primera temporada se trata fundamentalmente de presentar los personajes y los conflictos, lejos de encontrarnos con una ficción de aventuras y peligros (que los hay, en mínima medida) asistimos al drama lacrimógeno de cinco astronautas que lo único que hacen es lamentar dejar a su familia en la Tierra por 3 años. De hecho, en algunos episodios, hay más escenas rodadas en tierra que en el espacio.
Comunicaciones interrumpidas, tragedias de este y otro lado de la atmósfera, sensación de muerte y desgarro, lágrimas y lágrimas. Cuando los que amamos las historias del espacio ya estamos a punto de abandonar tanto drama sin una pizca de alegría, aparece una posible segunda lectura, útil incluso para interpretar nuestra situación actual en el mundo.
La clave la aporta el personaje de Lu (Vivian Wu) la fría astronauta China: “lloramos por lo que dejamos y nos olvidamos de que estamos yendo a Marte a cumplir nuestro sueño de navegar el espacio”.
La fórmula podría servir como una lección de vida, ideal para neuróticos imposibilitados de gozar, más pendientes del árbol propio que del bosque de todos.
Aquí nave espacial funciona como un espacio de encierro, que aunque navegue galaxias, aprisiona y asfixia a los pasajeros. La metáfora está dada por el título: no importan cuán lejos vayamos si no podemos salir del cuarto propio. ¡Y cuánto aprendimos todos este año acerca del encierro! El aislamiento nos quita perspectiva, nos aleja de la idea de comunidad, nos deprime, agiganta el más mínimo drama personal. Pero el encierro es sólo una circunstancia si logramos mantener la mirada en lo que está más allá. Incluso, si podemos resignificarlo.
La fallida aventura espacial imaginada por el showrunner Andrew Hinderaker es, en realidad, un viaje interior que nos enfrenta a la propia incapacidad de experimentar placer, ser felices, traspasar nuestras contradicciones. ¿No se supone que un astronauta que viaja al espacio sabe que debe estar separado de su familia por mucho tiempo? ¿Para qué se embarca si no puede resistirlo?
Si se nos permite llamar “arte” a este producto defectuoso y simplón, podríamos decir que el “arte” suele leer mejor la realidad que miles de tratados filosóficos y que, adentrados en su lógica particular, las intenciones pueden cambiar por completo, sin que medie la voluntad del creador.
Si “Lejos” pretendió ser una aventura en un mundo sin gravedad ni oxigeno, resultó ser una metáfora excelente sobre el encierro (más cerca de “This is us” que de “Star Trek”), y sobre el eterno drama del neurótico: buscar la llave donde hay luz y no, donde se le perdió.
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