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CULTURA | 07-09-2020 16:32

Desde el radioteatro al podcast, la mágica historia de la radio

¿Quiénes fueron las grandes estrellas? ¿Cómo la afectó la televisión? ¿Cuál es el futuro “on demand”? Lo cuenta Carlos Ulanovsky, en el centenario de su creación.

Las hazañas tienen día, hora y lugar. La de la primera transmisión de radio en todo el planeta –según reconoció la UNESCO- sucedió pasados veinte minutos de las 21 horas del 27 de agosto de 1920 en el teatro Coliseo de Buenos Aires. Eran 50 radios a galena en funcionamiento en la ciudad que recibieron las 57 palabras de presentación de Enrique Susini y las tres horas de duración de la ópera Parsifal de Richard Wagner. Además del que puso la voz, había otros tres responsables: Miguel Mujica, sobrino de Susini, y dos compañeros de facultad de Mujica, César Guerrico y Luis Romero Carranza. Ellos fundaron la Sociedad Radio Argentina y fueron bautizados como “los cuatro locos de la azotea”, producto de haberse pasado semanas tirando cables desde las alturas y probando sonido.

“Yo quiero reclamar para la ciudad y el país la absoluta seguridad de que la nuestra fue la primera transmisión de radio del mundo, tres meses antes que la tentativa estadounidense”, sostuvo Susini en 1970. Aquella fue la primera transmisión con propósitos radiofónicos: había algo específico que difundir y tenía el objetivo (cumplido) de continuidad. Enseguida empezaron a llegar músicos de todos los géneros y gente del teatro con la intención de probar cómo les salía a ellos la voz. Eso del lado de adentro de la caja mágica. Del otro, era escuchar sin ver. Que los sonidos y las palabras viajaran kilómetros de distancia. Toda una orquesta en el living de la casa. Los colores y olores de radioteatros como “Chispazos de Tradición” o de “Los Pérez García”. El vigor vocal y la respiración de los líderes políticos. El susurro de una compañía en medio de la noche. El sacudón de la noticia de último momento. La radio, un embrujo que está vivo.

 

Nombres y amores

 

Carlos Ulanovsky va por su quinto libro dedicado a la historia del dial. En “36.500 días de radio” (Octubre Editorial) se propuso unir a la vieja radio con la nueva, “con la esperanza de entender que hay, hubo y habrá una única radio: la que nos entra por una oreja y no nos sale por la otra, ya que una vez incorporada a nuestro cuerpo se nos aloja en el corazón”.

 

Carlos Ulanovsky

 

Con cien años en el tintero, es abultado el coro de voces y programas que formaron parte del desayuno de la infancia y tienen la misma carga emotiva que el pan con manteca y dulce de leche que ofrecía mamá. En una cita de Osvaldo Soriano que Ulanovsky recupera en su libro, el escritor recuerda que de chico, cuando se apagaba la luz del dormitorio, “solo iluminaba el punto amarillo del dial”. También Jorge Guinzburg reconoce el imán: “Fue escuchando a Pepe Iglesias, a Pinocho y a Catita cuando empecé a soñar con estar adentro de la radio algún día. No sabía que cuando por fin estuviera me iba a pasar lo mismo, seguiría tratando de imaginar las caras de los que están del otro lado”. Esto de estar afuera y luego adentro, es algo que le pasó a Juan Carlos Thorry: fue uno de los pocos que escuchó la primera transmisión admirado y poco después se convirtió en figura de la radio.

Hubo cantidad de nombres que tejieron el camino y hechos que se eslabonaron. En 1920 Jaime Yankelevich abrió un local de venta de radios y artículos eléctricos en el frente de su casa. Casa Yankelevich tuvo tan buenas ventas que, siete años después, compró Radio Nacional, que luego pasaría a llamarse Belgrano. En esa emisora, en 1937, hizo su debut en radioteatro Eva Duarte. Diez años después, tendría su primera intervención radial como política y anunciaría un hito en la historia argentina: el inicio de la campaña a favor de la instauración del voto femenino.

 

Antonio Carrizo

 

Para 1934, la radio ya estaba tan avanzada técnicamente que el 5 de marzo se produjo un evento que dio que hablar. Carlos Gardel cantó desde los estudios de la National Broadcasting Company (NBC) en Nueva York mientras que los guitarristas Guillermo Barbieri, Ángel Riverol y Julio Vivas lo acompañaron desde los estudios de Radio Rivadavia en Buenos Aires. Quince meses después, todos –menos Vivas- morirían en aquel fatídico vuelo de Medellín.

En su libro, Ulanovsky dedica un capítulo entero a anécdotas de situaciones que pasaron al aire. Hay dos que le gustan especialmente: la de Jorge Halperín que cuenta lo difícil que fue entrevistar al escritor Andrés Rivera, quien le cuestionaba todas sus preguntas, porque “quién no tuvo un entrevistado que lo hace remar en dulce de leche”, y la de Luciano Galende que, como movilero de Jorge Lanata, persiguió al entonces ministro Domingo Cavallo para sacarle una declaración y sin querer le terminó diciendo al aire “¡Pero son dos minutos, boludo!”. Ulanovsky también recupera las palabras de Luis Ladriscina: “Trabajaba en Radio Nacional e incorporé a Doña Jovita, personaje de la Traslasierra cordobesa. Alguien se opuso alegando que no se entendía. Yo le dije: tardé tres meses en entender a El Chavo. Dele el mismo tiempo a los oyentes para que entiendan a Doña Jovita”.

 

Un tropezón no es caída

 

En los '60, ante la aparición y masificación de la televisión, la radio sufrió su peor embestida: de pronto se había diluido su protagonismo. El radioteatro se convirtió en teleteatro, el informativo, en telenoticioso; y el boxeo, el automovilismo y el fútbol podían verse por televisión. “Lo más doloroso es que la tele se quedó con sus figuras y con la guita de la publicidad”, explica Ulanovsky. Aunque cueste imaginarlo, la radio no había nacido preocupada por atraer publicidad: cuando a Enrique Susini le insinuaron que tenía una fortuna entre manos porque podría decirle a la gente que cuidara la voz con tal o cual pastilla, Susini lo paró en seco: “No se equivoque, amigo. Usted está hablando con un grupo de gente con otros intereses que vender. Estamos empeñados en desarrollar una fuente de cultura”.

“Pero ese sueño no se pudo cumplir porque el oyente entendió que sentado en el sillón de su casa podía recibir una cantidad de información, entretenimiento y cultura que le iba a mejorar la vida; y que la radio le decía 'hay un estilo de vida', entonces cada cosa nueva se vendió desde allí”, dice Ulanovsky. La revolución fue tal que en los '30, los equipos de radio llegaron a ser el aparato doméstico más comprado, superando a las planchas, los teléfonos y las heladeras a hielo.

 

Dolina en el teatro

 

Radio 2.0.

 

¿Y qué pasa ahora cuando la inmediatez y llegada que siempre la caracterizó está en todas las tecnologías de la comunicación? Para Ulanovsky, nada de lo actual la pone en desventaja sino que, como los pájaros garrapateros y los búfalos, entre la radio e internet existe una relación simbiótica: si esas aves se paran sobre los mastodontes para alimentarse y los otros se benefician despiojándose, la radio es contenido para la red y la red permite cortar las amarras de las antenas y llegar a cualquier punto del planeta. “Ya no se habla de emisoras sino de aplicaciones, no se habla de audiencia sino de clicks. Y lo que se viene es una radio todavía más a demanda”, afirma y señala que si antes las palabras se volaban en el éter y no había forma de rebobinar, ahora el contenido se sube a la web y queda a disposición y los podcast son un nuevo género. A su vez, muchos programas de radio se convirtieron en televisados. ¿Qué efecto tiene que el gesto ya no se adivine en el tono sino que quede al descubierto en pantalla? “A mí me parece que le resta identidad, no me gustan las radios que por el mismo precio hacen televisión, yo lo asocio con la precarización que hay en la radio”, opina Ulanovsky.

 

Libro de Carlos Ulanovsky

 

 

Después de tantos cambios, ¿cuál es el corazón de lo radial? Ulanovsky responde con una anécdota que lo tiene como protagonista: cuenta que el primer programa que hizo fue “Jarabe de Pico”, en 1969, en Radio Municipal. “No nos daba ni para soberbios, éramos cancheros y arrogantes”, resume. Resulta que veinte años después, en “Nostalgia de radio” le pedía a los oyentes que quienes conservaran grabaciones de programas, las compartieran. Un día llegó una mujer con dos TDK de “Jarabe de pico”. Ulanovsky escuchó las cintas: el de entonces era inteligente pero detestable. “Ahí me di cuenta de que si alguien inteligente en radio no tiene cercanía, si no tiene afectividad, intimidad, conciencia de que le está hablando a otro, la inteligencia no sirve para nada”. Ayer y hoy, suban el volumen.

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Valeria García Testa

Valeria García Testa

Periodista.

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