María Ucedo es una joven con talento, que decidió presentar esta “performance multidisciplinaria”, incursionando de esta manera por primera vez en la creación. Las características de esta manifestación artística implican en la realidad estar preparado y más aun, estar formado en una serie de disciplinas que, claro está, deben incluir a la danza, como arte del movimiento.
Ucedo lo ha hecho, aunque sería necesario perfeccionar la dicción y el canto, que emprende –como todo– con gran énfasis y vehemencia. No estaría mal que también incluyera el arte dramático. Creemos que la autora debe desarrollar lo que propiamente es danza, y otras posibilidades que se observan en el inicio de la obra. Esto es: cuando Ucedo camina y se desplaza en el espacio escénico entre una cantidad significativa de huevos, búsqueda que culmina con mínimos movimientos. Aparecen entonces desplazamientos reptados, propios del neoexpresionismo, y muy interesantes vías para ese desarrollo de la danza. En cambio, se vuelca a la inclusión de la palabra, algo excedida de expresiones vulgares. Se habla mucho y también se llega al vómito, como parte de los hechos que relata. El grito de desesperación de una mujer acosada, cansada, es también parte de “Brasil”, lugar donde conoció a Mario, su amor. Es el momento de un gran movimiento físico que –sin embargo– no le impide sigue hablando. Hay expresiones de ese movimiento bailado sobre conocidos ritmos, y la sorpresiva inclusión de una especie de bolsa de fulgurante tela verde, que sirve a Ucedo para continuar y exaltar su relato. Ya en el final, juega hasta con algunas de sus sombras... y logra completar los 60 minutos de continuada actuación.
por Enrique Honorio Destaville
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