Saturday 7 de September, 2024

ECONOMíA | 14-07-2024 14:46

Más pobres y desiguales

La crisis no sólo impactó en la baja del poder adquisitivo, sino que también generó una ampliación en la brecha de los ingresos de la población.

La meta de reducir los niveles de pobreza parece indiscutible. Ninguna política económica se diseña con el objetivo declarado de hacer a la población más pobre porque eso las lleva a un círculo vicioso de la destrucción del poder adquisitivo, caída del consumo y la actividad económica. Para cerrar el circuito de estancamiento, se termina afectando la inversión y con ello la capacidad de crecimiento en el mediano plazo. Fracaso garantizado. Sin embargo, esto es lo que ocurrió con la economía argentina en los últimos 12 años (2012-2024) con la paternidad no asumida por ninguno de los arquitectos de la obra.

La caída. La primera víctima de este proceso es la parte de la población con ingresos fijos y, especialmente, más vulnerables. Básicamente, son los trabajadores de la economía informal (que es el segmento que más creció en este tiempo) y los jubilados que cobran el haber mínimo (también por estar pensionados o con adhesión a las moratorias). La aceleración inflacionaria que ocurrió en algunos períodos (2014, 2019 y 2023-4) generalmente vinculada con la depreciación del tipo de cambio y ésta con una crisis en el sector externo, impulsa primero el precio de la canasta básica, con mayor peso del valor de los alimentos.

El otro factor que inclina la balanza negativamente hacia un crecimiento secular de los índices de pobreza, son la involución del mercado de trabajo. En su último informe sobre la materia (“Nuevos Pobres, Pobres más Pobres y más Desiguales. ¿Una crisis que va quedando atrás o un peor futuro por venir?”), el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la UCA estimó que, en el primer trimestre de este año, el 54,6% de los ciudadanos viven bajo el umbral de la pobreza (contra 38,8% de la medición de un año atrás) y el 19,8% de las personas no alcanzaron en marzo el nivel mínimo alimentario (estado de indigencia). Entre el 4° trimestre de 2023 y el 1° trimestre de 2024, a nivel general, la capacidad de compra del ingreso medio de la ocupación principal disminuyó un 13,8%. Esto, en promedio, ya que resultaron más castigados los que menos ganaban. También consignó que el primer quintil (el 20% de la población con menores ingresos), disponía del 4,5% de los ingresos pero que el quintil más favorecido generaba el 52% de los ingresos en los hogares.

El empleo resultó, para este estudio, el factor más relevante en el mediano plazo como amortiguador de los efectos nocivos de la inflación. El aumento del desempleo tuvo como principales afectados a trabajadores informales, aunque la tasa de empleo no registrado disminuyó levemente entre el 1° trimestre de 2023 y el 1° trimestre de 2024 (del 35,8% al 34,9%). “El escenario laboral expresaba las desigualdades de la estructura productiva y la escasa generación de empleo y de empleo de calidad: el 32,5% de los ocupados son trabajadores que residen en hogares en situación de pobreza, el 30,9% de los ocupados trabaja en la economía social y, al considerar a la población económicamente activa el 26,5% tiene un empleo precario y el 24,3% un subempleo inestable”, destaca el informe. Además, la inseguridad alimentaria total para áreas urbanas relevadas por la encuesta del ODSA-UCA, alcanza al 24,7% de las personas, al 20,8% de los hogares y al 32,2% de los niños, niñas y adolescentes. En una situación aún más grave, con inseguridad alimentaria severa está el 10,9% de las personas, el 8,8% de los hogares y el 13,9% de los niños, niñas y adolescentes. Al considerar la inseguridad alimentaria severa se ubican en 9,9%, 12,7% y 16,5%, respectivamente.

Factor impositivo. Por su parte, la otra variante es, claramente, la aceleración inflacionaria. En otro estudio reciente de IDESA, el economista Jorge Colina apunta a que el denominado coeficiente de Gini (el indicador clásico que se usa para medir la distribución del ingreso con un valor que va desde 0 -máxima igualdad- hasta 1 -máxima desigualdad-) marca como la máxima desigualdad reportada por el INDEC en el 2003, luego de la mega devaluación del 2002 (un Gini de 0,53). “Luego, con la gran bonanza internacional aumentaron los ingresos de la población y mejoró su distribución reduciendo el Gini hasta 0,43 en el 2011 y a partir del 2012, se mantuvo estable en un nivel de 0,43 de desigualdad”, describe. Como una referencia internacional, en la Unión Europea, dicho coeficiente es de 0,28 pero en Argentina el proceso inflacionario, principalmente, hizo aumentar dicho indicador (0,47 en el primer trimestre de este año, el salto más alto observado en los últimos 30 años).

¿Qué factores explican semejante aumento en la desigualdad? En primer lugar, la inflación de ese período: 63% para los tres primeros meses del año. Según el INDEC, en ese mismo período los ingresos de los hogares de clase media (20% de mayores ingresos) aumentaron 63%, es decir, no tuvieron pérdida frente al incremento de los precios; pero los de los hogares de clase media baja (40% del segmento medio) crecieron 44%, por lo que tuvieron una pérdida real de -12%. Finalmente, los de los hogares pobres o cerca de serlo (40% de menores ingresos) crecieron 37%, que implica una dramática pérdida real por efecto de la inflación de -16%. “Estos datos muestran que la desigualdad aumentó porque los hogares de menores ingresos tuvieron menor capacidad de defensa frente a la aceleración de la inflación, logrando incrementos en sus remuneraciones por debajo del crecimiento de los precios. En cambio, los ingresos de los hogares de clase media tienden a acompañar mejor la inflación”, subraya Colina. Al respecto recuerda que existen mecanismos como las paritarias para los asalariados formales, que les permiten defender mejor sus remuneraciones de la inflación. “La diferente adaptación ante la aceleración de la inflación explica el incremento en la desigualdad y, además, el sistema tributario no contribuye a mejorar la distribución del ingreso”, cierra.

La brecha. Por su parte, el informe que publica periódicamente el INDEC sobre distribución del ingreso, le arrojó para el mes de junio un coeficiente de Gini de 0,467, el valor más alto desde 2016, cuando se reformuló el funcionamiento del organismo. El número más bajo (igualitario) se había conseguido en 2021, con 0,413. Es decir, Argentina todavía tiene valores de mitad de tabal en este peculiar campeonato.

El profesor de la Universidad de la Plata y economista del CEDLAS Leopoldo Tornarolli, que investiga pobreza, desigualdad y otros aspectos socioeconómicos, destaca que el empeoramiento de las mediciones de pobreza durante el último año también impactó en los indicadores de desigualdad y por eso, conocido primero dicho coeficiente, se podría inducir que cuando el INDEC publique el índice de pobreza por ingresos, este habría alcanzado 55% entre enero y marzo. “Aunque preocupante, la suba del Gini era esperable en una contracción económica fuerte. Es casi una regla que suba mucho en este contexto.  Dicho eso, lo que define más como desigualador a un régimen económico es lo que ocurre cuando la economía se recupera y crece”, explica.

Esta última observación tiene un rol protagónico en la carrera eterna entre precios y salarios en el marco de una actividad económica sensibles a los estímulos exógenos. Más que una curva de largo plazo con sentido ascendente o descendente, la marcha del ingreso por habitante adquiere la forma de un serrucho en el que cada período (muchas veces influidos por la dinámica electoral) tiene su mini ciclo de alzas y bajas. Tasas chinas seguidas del ajuste más grande del mundo. Un juego que ya no engaña y que va dejando un saldo cada vez más dramático.

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Tristán Rodríguez Loredo

Tristán Rodríguez Loredo

Editor de Economía.

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