Entre los conceptos que aporta la neurociencia, acostumbro a enfatizar el que sostiene que nuestros pensamientos condicionan nuestros sentimientos y éstos sustentan nuestros comportamientos.
Según Wayne Dyer, psicólogo y escritor estadounidense, cuando cambiamos la manera en que miramos a las cosas, las cosas que miramos cambian.
Si lo trasladamos a nuestras relaciones personales, es clave el sesgo de nuestra mirada para definir la forma en que abordamos el trato con el otro.
En gran parte de mi camino liderando el área de gestión de personas, he escuchado muchas veces frases como: con esta persona no se puede hablar… En esos casos, habitualmente, me preguntaba ¿Será que no se puede o que no puede? Sin embargo, en varias ocasiones, esa persona con la que “no se podía hablar” a partir de una conversación profunda se transformaba en un ser colaborativo y fundamental para el equipo.
Pregunto entonces: Quiénes logran este cambio, ¿hacen magia?
Probablemente, así lo vea quien no ha podido mantener una conversación efectiva, pero generalmente se le hace difícil abordar una mirada introspectiva y atender a su propio proceso mental para revisitar sus pensamientos, percepción y consecuente motivación.
Me gusta utilizar como imagen que cada persona tiene una puerta en su cerebro, y que lo importante es encontrar la llave.
Solemos mencionar a la empatía como una capacidad común y habitual en la conducta humana. Sería bueno recordar las principales características que la definen: es la capacidad de entender y compartir los sentimientos de los demás.
Si nos focalizamos en la conversación como puente, es la posibilidad de establecer una conexión genuina y efectiva con la otra persona; entender sus necesidades y deseos y construir confianza para influir sobre sus pensamientos.
Vista así, la empatía no parece ser una capacidad que aparezca como algo común y habitual. Combina una serie de aspectos que deben presentarse en la conducta para demostrar que se cuenta con ella: escucha activa, autenticidad, una gestualidad que acompañe a la generación de un intercambio sin juzgamiento, buscando entender la perspectiva del otro y encontrando puntos en común.
Hace un tiempo, escuché decir: sólo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo. Creo que resume el mix de habilidad y actitud apreciativa que se requiere para desarrollar la empatía.
No es magia.
* Raúl Lacaze es Partner en Backer & Partners, Master en Sociología y Coach especializado en Recursos Humanos y Transformación Cultural y Digital
por Rául Lacaze
Comentarios