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EN LA MIRA DE NOTICIAS | 03-04-2020 13:18

Otra salida del corralito, 20 años después

Esta vez se trata del inevitable levantamiento del cerco sanitario, para evitar que se muera la economía. Cómo evitar el caos.

Hace dos décadas, la Argentina fue un caso testigo, por todo lo malo y un par de aciertos, de qué pasa en una sociedad que debe salir de un corralito. En ese momento se trataba de un cerco financiero, derivado de un esquema de convertibilidad monetaria adoptado con variantes en varios lugares del planeta. Con todas las diferencias del caso, el actual corralito que impone la cuarentena obligatoria plantea de nuevo la delicada tarea de desactivar la bomba social o al menos hacerla detonar de modo controlado, para minimizar la cantidad de víctimas fatales. La pregunta es si podremos aprovechar aquellas lecciones que dejó el 2001 en nuestro país, para resolver el enigma que hoy todo el planeta enfrenta: ¿se puede volver a cierta normalidad sin pasar antes por la catástrofe?

El primer requisito claro que dejó la crisis del 2001 fue el liderazgo: el vacío de poder tuvo mucho que ver con la falta de conexión carismática y capacidad de reacción de Fernando De la Rúa, empeorada por las inconsistencias de origen del experimento que fue la Alianza. En contraste, con la crisis del Coronavirus Alberto Fernández ganó más popularidad que la que tenía al asumir, y el factor CFK no parece por ahora significar un obstáculo a la hora de enfrentar el Covid-19. No obstante, queda por ver cuánta resiliencia tendrá la imagen presidencial a medida que aumenten las víctimas y se agudice el cuello de botella sanitario, que ya asfixia a otros países, incluso a potencias globales.

Otro factor para prestarle atención: el rol del Poder Judicial. Tal como sucedió con la salida caótica y asimétrica del 2001, los conflictos sectoriales en torno a recursos de primera necesidad cada vez más escasos desataron una ola de amparos y otras medidas, que le dieron un protagonismo inesperado y disruptivo a los tribunales del país, que se vieron obligados (y en algunos casos, tentados) a ejercer funciones propias de otros poderes. Este escenario se puede volver más delicado considerando la cuenta pendiente del kirchnerismo con las causas por corrupción, el Lawfare y la reforma judicial suspendida por la pandemia.

Ojo con otro punto en común de ambas crisis, la cuestión del Conurbano bonaerense, madre de todas las batallas políticas, pero también hija de todas las derrotas sociales que la democracia viene acumulando en su lucha contra la pobreza, la marginalidad y el atraso. Ahora se da una situación diferente a la del 2001, aunque el fondo problemático es el mismo o aún peor. Hace 20 años, la explosión social bonaerense hizo volar por el aire a un presidente no peronista, y fue la gestión peronista de Eduardo Duhalde la que tomó las riendas de la situación bonaerense subido al caballo del peronismo. En el caso de Alberto Fernández, le tocaría pilotear todas las etapas del via crucis del 2001 y su salida: recalentamiento social, muertos, debacle financiera, default o casi de la deuda externa, e inmediatamente, pacificación, reactivación y renegociación financiera interna y externa, en el medio de una depreciación inevitable del peso al ritmo de la emisión, sin contar con la posibilidad del regreso de las cuasimonedas provinciales.

La duda más angustiante del escenario político actual es que, a diferencia del 2001, acá no hay un gobierno no peronista que pueda funcionar como fusible ante el crack social, para dejarle paso al peronismo en la etapa de reconstrucción. La crisis le quema hoy las manos a un presidente peronista, que si no logra evitar un colapso social e institucional, no tiene recambio a la vista. Y si lo tiene, abriría un proceso sucesorio caótico como el que protagonizó el peronismo durante la seguidilla de fugaces presidentes provisionales. Salvo que la vicepresidenta Cristina Fernández pudiera hacerse cargo de semejante caos, con una aceptación social peligrosamente polarizada para un momento donde el mejor antiviral colectivo es el consenso.

Y aquí aparece la gran enseñanza de la crisis del 2001 y su salida, más allá de las pérdidas, los cacerolazos y las víctimas: la mesa de concertación social que funcionó entonces no puede faltar ahora, dos décadas más tarde. Acaso por eso Alberto Fernández arde (y se incendia) en elogios a Hugo Moyano, mientras trata de calmar al resto del sindicalismo, mantener la relación con la Iglesia y reconciliarse con la dirigencia empresaria a pesar de los tironeos cotidianos por la puja distributiva de los sacrificios. Todo sucederá, como hace 20 años, al son de las cacerolas, que le ponen música a una letra parecida al viejo y fallido “que se vayan todos”.

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Silvio Santamarina

Silvio Santamarina

Columnista de Noticias y Radio Perfil.

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