Friday 27 de December, 2024

SHOWBIZ | 07-01-2016 17:46

Adele y Taylor Swift contra Spotify

Las divas se niegan a que su música esté en los servicios de streaming. El negocio del futuro, ganancias y presiones a artistas.

"Hello... it's me”, está cantando en este momento en algún lugar del mundo Adele. Luego de un receso de más de dos años la intérprete inglesa regresó de sorpresa a fines de octubre y desde entonces su canción no ha parado de sonar. La composición –llamada “Hello” y que tiene este inicio icónico, a mitad de camino entre la conversación coloquial y el soul profundo– sigue estando en las primeras posiciones de los rankings musicales de al menos 28 países, incluyendo la Argentina. Si alguien afirmara que en algún rincón del mundo están sonando ahora mismo las nuevas canciones de Adele, no se equivocaría. Y tampoco le erraría si lo que afirma es dónde no están sonando: en los servicios digitales de streaming. Tal como sucedió con la estadounidense Taylor Swift el año pasado, esta vez plataformas como Spotify, Deezer o Google Music se quedaron sin el disco más importante en su catálogo. Y es que, luego algún tiempo de tregua, se desató la guerra contra la música online.

Sin precedentes. “Entiendo que la música por streaming es el futuro pero no es el único modo de consumir música. La música tiene que ser un evento y el streaming parece un poco descartable”, puntualizó la cantante a la hora de explicar por qué decidió que “25”, su última producción discográfica, no pueda ser escuchada en Spotify o las otras plataformas digitales. Sus palabras y acciones crearon un verdadero terremoto en todo el globo, con un impacto que sólo puede ser comprendido en el contexto de lo que este álbum significa. Antes de que se desatara el escándalo, la revista Fortune tituló un extenso artículo sobre el esperado material “Adele llegó para salvar a la industria musical”, detallando sin titubeos que “en un mundo dominado por Spotify, YouTube y Apple Music, son muy pocos los artistas que pueden conseguir que las personas paguen por música. Adele es una de ellas”. La afirmación, que podría sonar descabellada, terminó siendo confirmada pocos días después. Si bien es difícil evaluar el peso del trabajo discográfico, tanto por sus peculiaridades únicas como porque aún no tiene ni tres meses en la calle, la placa ya puede exhibir con orgullo algunas cifras quitan el aliento: el disco vendió en la semana de su debut en los Estados Unidos más copias que las 22 semanas anteriores de los diez primeros puestos combinadas y, en sus primeros siete días, fue comprado más veces que cualquier álbum editado en 2008, 2009 o 2013. Para Fortune, la artista es la cabeza de un selecto grupo de colegas que aún pueden jactarse de movilizar a las personas a pagar por sus trabajos, un club exclusivo que sólo integran Taylor Swift, Beyoncé, Katy Perry, Rihanna y ella.

No poder contar con “25” entre sus discos disponibles generó una grave crisis para todas las plataformas de streaming musical y en especial para el líder del segmento, Spotify, cuya promesa desde sus inicios en 2004 es ofrecer el catálogo de millones de las canciones más importantes del momento por un precio módico sin anuncios o de manera gratuita a cambio de escuchar publicidad. Para la industria musical –que vivió como pocas una verdadera revolución con la llegada de la web– el suceso de este modelo de negocios fue un páramo en medio de una caída libre. Pero ahora recibió un verdadero cachetazo, que parece tener fundamentos más profundos que una disputa económica. “No utilizo ningún servicio de streaming. Yo compro la música que escucho, la descargo legalmente y compro una copia física de los discos, creo que es la manera de reponer el hecho de que alguien no lo hizo”, explicó la cantante . De manera colateral, la decisión también obligó a un cambio cultural para la generación de los millennials, quienes debieron recurrir por primera vez a la vieja práctica de entrar a una disquería. Adam Shewin, crítico cultural del periódico inglés The Independent, lo graficó de manera cruda: “’25’ consiguió que la gente común y corriente regresara a los negocios de música física que aún quedan en sus ciudades e incluso introdujo a una nueva generación a los placeres de ser el dueño de un CD”. De hecho, desde su lanzamiento los rankings musicales alrededor del mundo volvieron a tener en cuenta las ventas de copias analógicas como una de sus fuentes principales. Incluso, el disco impactó positivamente en algunos locales específicos. En los Estados Unidos, por ejemplo, impulsó ganancias récord para la cadena de supermercados Target, que logró ventas inéditas gracias a que clientes que no solían visitar sus instalaciones lo hacían para comprar la placa y, de paso, consumían más.

Frente a este sismo, Spotify decidió que sean los mismos usuarios los que la hagan repensar su decisión. “Amamos y respetamos a Adele, así como lo hacen los 24 millones de fanáticos que tiene en Spotify. Esperamos que ella le pueda dar pronto la oportunidad de disfrutar de '25' en Spotify, tal como ya lo hacen con sus discos ‘19’ y ‘21’”, afirmó la empresa en un comunicado. El pedido no llegó a buen puerto y no existe aún una fecha confirmada en la que estas canciones estarán disponibles en un servicio de streaming.

Princesa rebelde. La intérprete de “Someone like you” no es la primera en rebelarse contra la nueva manera de consumir música. El año pasado Taylor Swift –la flamante princesa del pop, heredera de la corona que alguna vez tuvieron Madonna y Britney Spears– retiró de todos los sistemas de streaming no sólo su último disco, “1989”, sino su catálogo entero. “No me gusta cómo se siente dejar que mi arte esté disponible por tan poco”, explicó en una carta abierta en su perfil de Tumblr, que funciona como su web oficial. Quienes querían escuchar la flamante placa, que se convirtió en el título más vendido de 2014, debían comprarlo en iTunes o en copias físicas. “Creo que debería existir un valor inherente en el arte y no me parece que eso suceda, al menos en términos de cómo lo percibo, cuando pongo mi música en Spotify. Creo que las personas tienen que sentir que lo que crearon los músicos tiene un valor”, puntualizó Swift a la revista Time.

Al igual que con Adele, Spotify también decidió recurrir a las declaraciones públicas para convencer a la estrella. En una carta pública instó a que recuerde a sus fanáticos, asegurando que le habían pagado seis millones de dólares a la cantante por el uso de sus canciones. Al día siguiente, ella corrigió esa cifra a menos de medio millón, plantando dudas sobre cuánto es que los artistas efectivamente reciben de las ganancias generadas por streaming. Al parecer, en esta disputa existe un factor adicional: los sellos reciben grandes sumas de dinero de los servicios de streaming, en cantidades mucho mayores que las que terminan obteniendo los artistas. Por eso muchos creen que el negocio tiene que ser vuelto a pensar desde cero. Para los analistas, la mejor opción que tiene Spotify para evitar otro dolor de cabeza como este, y adelantarse a una posible rebelión en la granja, es hacer una modificación a su modelo de negocios y ofrecer una nueva instancia en la que, por una tarifa más alta, los oyentes puedan escuchar ciertos títulos recientes o de gran impacto. Esto, sin embargo, significaría no cumplir con la promesa de ofrecer toda la música disponible por un módico precio.

Por ahora, no existe ningún indicio oficial por parte de las plataformas principales de streaming que permitan pensar que están por cambiar su servicio. De hecho, días antes del debut del esperado último álbum de Coldplay, Spotify se apuró a anunciar que estaría disponible para todos sus usuarios y que la empresa estaba comprometida “al 100% con nuestro modelo”. Mientras tanto, Adele no ahorró elogios para Swift y dejó trascender que han formado una alianza: “Lo que hizo fue increíble, la amo. Me encanta lo poderosa que es. Seguramente nos vayan a poner en la misma bolsa por nuestras posiciones con respecto al streaming, pero creo que ambas tenemos la habilidad de decir sí o no a diferentes cosas, incluso si después no somos exitosas”.

Incertidumbre. Sin dudas la posibilidad de obtener ganancias mediante las plataformas de streaming significó una bocanada de aire en una industria discográfica asfixiada por la web aunque aún es temprano para afirmar que será lo que la saque de la grave crisis en la que actualmente se encuentra. De acuerdo con un estudio de la Comisión Europea publicado en septiembre, por cada 47 reproducciones de streamimg se evita una descarga ilegal pero, a la vez, perjudica las chances de que se compre un álbum, tanto en formato físico como digital. Las pérdidas que afronta la industria por ese descenso de copias vendidas se compensa con los ingresos procedentes de la reproducción en streaming, con la diferencia de que son las plataformas digitales las que también ganan dinero con este nuevo esquema.

El panorama 2016, entonces, presenta múltiples desafíos para las plataformas digitales. Por un lado, al mercado dominado por Spotify –y en el que están también nombres como Deezer, Pandora y Google Music, entre otros– en los últimos meses se sumó el renovado Tidal, con el rapero Jay-Z a la cabeza, y Apple Music. A pesar de haber ingreso tarde al mercado, el servicio de la empresa que fundó Steve Jobs está preparado para convertirse en el nuevo líder del segmento en pocos meses, con una oferta musical superior a 37 millones de canciones, frente a las 30 de Spotify, y con una presencia en un centenar de países frente a los 60 de la empresa sueca. La llegada de estos nuevos jugadores debería impulsar cambios competitivos aunque nada hace creer que estén pensando en modificar de raíz el modelo de negocios. Pero si los servicios de streaming no tuvieron ni el disco más vendido de 2014 ni el de 2015 en sus catálogos… ¿es legítimo que sigan prometiendo que ellos ofrecen la música del momento por un precio módico? ¿y qué sucederá si más artistas se suman a la rebeldía de Adele y Swift? El largo y turbulento vínculo entre la música y la web aún no escribió su último capítulo… y no parece que vaya a tener pronto un final feliz.

por Tomás Balmaceda

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