Leer a Laura Gutman no es sencillo. No porque sus textos sean complejos sino por todo lo contrario: son extremadamente simples. Para Gutman, la "crueldad materna" está en la causa de enfermedades y condiciones que, según los conocimientos de la neurociencia (incluyendo a la neuropsiquiatría y a la neuropsicología) tienen orígenes y desarrollos complejos, que involucran bases genéticas, biológicas y ambientales retroalimentándose unas con otras. Yo bien podría, según la "terapia" que propone Gutman (ojo, no es una especialidad médica) ser una de sus pacientes. O mi hijo, que tiene un Trastorno del Espectro Autista (TEA) no Especificado. Dentro de estos trastornos figuran el autismo (con sus diversos grados) y el síndrome de Asperger. Los TEA afectan a 1 de cada 68 chicos, y en mayor proporción a varones que a mujeres, en una relación de 4 a 1.
Cientos de millones de dólares se han asignado en estos años a estudiar los TEA, porque se los considera una epidemia. Y porque aquellos niños autistas de los ´80 hoy son adultos que, sin terapias adecuadas (en la gran mayoría de los casos, no farmacológicas) y mucha discriminación, no pueden (o no saben) cómo vivir en estas sociedades que recién en las últimas décadas comenzaron a comprender y convivir con las diferencias.
Otros, tratados cuando aún son muy pequeños (en lo posible, a partir de los 18 meses) pueden evolucionar hasta tener una vida como la de las personas "neurotípicas" o sea, comunes. Hay individuos con TEA y con Asperger que son especialmente requeridos por empresas que aprovechan sus habilidades de concentración en un tema específico, su memoria suprema, su incapacidad para asociarse en algo deshonesto, o de mentir. Sus talentos sensoriales únicos.
Los estudios genéticos indican que hay ciertas alteraciones que se repiten en los chicos con TEA, otras investigaciones hallaron que las conexiones neurales en sus cerebros son diferentes. El medioambiente influye. Pero no decide la evolución de un niño con TEA. Lejos quedaron las èpocas en las que la ciencia consideraba que una falta de cuidado y conexión entre madre e hijo estaban en el origen de la condición. Las investigaciones y hallazgos de las últimas dos décadas no solo descartan esta visión, sino que la rechazan abiertamente.
Mi hijo es maravilloso. No tiene una enfermedad, sino una condición que le regala virtudes que yo, desde mi ser común, no acierto a experimentar. Una sensibilidad única. Lo mismo dirá cada madre de su hijo con TEA. Entre él y yo hay una conexión tan estrecha y tan profunda que, cuando fue diagnosticado, allá por el 2007, su neurólogo (uno de los más prestigiosos del país) me dijo: "Esta relación que tienen ayudará a salvarlo de meterse para adentro para siempre".
Los TEA son solo un ejemplo de que lo que dice Gutman no está siendo analizado desde la ciencia ni desde lo que avala la comunidad científica. Hay otros trastornos de los que ella habla en la entrevista que le concedió a Noticias y que fuera publicada el 9 de abril en la revista, que también tienen orígenes que corren entreverados entre lo genético, lo biológico y lo medioambiental. Ellos no se tratan ni se curan responsabilizando a la madre (estamos hablando de la esquizofrenia, del Trastorno Obsesivo Compulsivo o TOC, del trastorno bipolar), sino haciendo estudios neurocientíficos y apoyándose en buenos psiquiatras y psicólogos cognitivos que trabajen en conjunto, entre sí y con la familia de los pacientes. Una madre no es Dios, pese a que a muchas les gusta imaginarse así, por el indescriptible hecho de traer vida a este mundo. Pero la vida de esos seres que damos a luz no nos pertenece: su camino es único, se desliza en un entramado mucho más complejo que reacciones momentáneas de un solo ser humano.
* Editora de Medicina y Ciencia de Noticias.
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