Cuando la desmesura y la arbitrariedad se convierten en la regla, se pierde la perspectiva. Es el caso del linchamiento de Donald Trump a México, a contramano de la política norteamericana y de sus intereses en la región.
México es nada menos que el Estado de América Latina que decidió abrazar su economía a la estadounidense. En una región en la que predomina la desconfianza y la animadversión hacia Estados Unidos, los mexicanos saltaron el cerco para ligar su destino político y económico al del gigantesco vecino del norte.
En un continente que mira a Washington con recelo antiimperialista, por los rasgos de los nacionalismos latinoamericanos y por haber padecido la injerencia y la prepotencia de los norteamericanos desde iniciado el siglo XX, el gobierno mexicano rompió incluso una tradición propia de aprehensión hacia el “Tío Sam”.
Por cipayos
Esa decisión mexicana fue implícitamente repudiada por los liderazgos nacionalistas de discurso antiimperialista, que crecieron en Latinoamérica en la primera década del siglo XXI, y que enterraron estruendosamente el ALCA en la Cumbre de las Américas del 2005.
Para la izquierda y para el discurso populista que predominó estos años en la región, México es un país traidor a la causa latinoamericanista y antiimperialista. Un ejemplo de entreguismo cipayo que debía ser mirado con desdén.
Por cierto, el proteccionismo y la fobia contra los tratados de libre comercio que impulsa Trump, dejan mal parados a los impulsores del discurso nacionalista que sepultó el ALCA en Mar del Plata. De haber sido Trump el que vino a aquella Cumbre de las Américas, al ALCA lo habría enterrado un presidente norteamericano y no Chávez y Kirchner.
Sin embargo, aliviando el recuerdo de aquellos estridentes líderes “anti-imperialistas” ya fallecidos, el presidente norteamericano se ensañó con México propinándole, sin que hayan mediado razones de peso, un bombardeo de descalificaciones y medidas que equivalen a un linchamiento.
Trump podría haber explicado serenamente y sin ofender a nadie su visión contraria a los acuerdos de libre comercio como el NAFTA. Podría haber trabajado discretamente en su reformulación o su desmantelamiento. Pero en lugar de hacer eso, maltrató, agravió y perjudicó al país que Estados Unidos debiera mostrar a Latinoamérica como modelo. Porque eso ha sido México desde que a mediados de los noventa comenzó el acercamiento a sus vecinos del norte. Para la perspectiva norteamericana y canadiense, un modelo a seguir y no un mal ejemplo a castigar.
Perplejos, ni los demócratas ni los republicanos supieron salir al cruce de tal insensatez. El mensaje de Trump a Latinoamérica es que los países que crean en los valores políticos y económicos norteamericanos hasta el punto de asociarse a Estados Unidos, pueden de buenas a primeras ser apaleados y denigrados por el gigante al que habían decidido aliarse.
De Villa a Fox
Los republicanos siempre habían valorado la decisión de México. Para el país azteca implicó superar una historia traumática no exenta de guerras; como la que estalló en 1846 y le hizo perder casi dos millones y medios de kilómetros cuadrados.
Desde los tiempos de Nueva España, Estados Unidos presionaba por incorporar Texas, Nuevo México y Alta California. Cuando el país latinoamericano se independizó, Washington envió a Joel Roberts Poinsett a negociar el traspaso de esos vastos espacios. Estados Unidos encontró el rechazo del gobierno de Joaquín Herrera y le respondió con la guerra que duró dos años y redujo el territorio mexicano.
No sería el último episodio bélico. En 1914 hubo una invasión norteamericana a Veracruz, para favorecer a las fuerzas de Venustiano Carranza que luchaban contra el gobierno de Victoriano Huerta. Dos años más tarde, como respuesta a las constantes injerencias norteamericanas en los conflictos de la revolución mexicana, un caudillo de Chihuahua realizó el primer ataque, al incursionar en Nuevo México, donde libró un combate que causó un puñado de muertos.
Aquella fugaz operación realizada por el legendario Pancho Villa dejó su marca en el orgullo nacionalista de los mexicanos. Más tarde, el general Lázaro Cárdenas y Plutarco Elías Calles crearon el partido que canalizó el nacionalismo anti-norteamericano. De tal modo, es altamente significativo que haya sido un gobierno de esa fuerza política, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el que inició con el gobierno de Miguel de la Madrid el reformismo y la modernización económica que, bajo el mandato de Salinas de Gortari, desembocaría en la asociación con Estados Unidos y Canadá.
Los gobiernos centroderechistas del Partido Acción Nacional (PAN) que encabezaron Vicente Fox y Felipe Calderón, continuaron y consolidaron el giro que había dado el PRI. Y es un gobierno de esa fuerza que históricamente expresó a la centroizquierda nacionalista y estatista, el que ahora, encabezado por un liberal como Enrique Peña Nieto, está recibiendo las humillaciones y los ataques económicos que Trump está propinando a México.
Como el insólito linchamiento a México comenzó cuando Trump era un precandidato impresentable que parecía condenado a perder las primarias republicanas, norteamericanos, mexicanos y latinoamericanos en general se fueron acostumbrando a ese discurso delirante. No bajó el tono en el duelo electoral con Hillary Clinton y, ya en el Despacho Oval, acompañó las palabras con los actos.
El presidente mexicano se dejó avasallar desde que, perdiendo la brújula y la dignidad, invitó en plena campaña electoral norteamericana al candidato que denostaba y amenazaba a su país.
Tampoco reaccionaron dignamente los republicanos y demócratas que son consientes del estropicio que le está causando a la más importante política de Estado regional que tiene Washington. Un silencio tan inexplicable como el de América Latina. Un país latinoamericano está siendo agredido política y económicamente por un gobierno norteamericano, ante un silencio generalizado.
Todos pierden con México convertido en chivo expiatorio de la demagogia histérica que se apoderó de la Casa Blanca. Esa demagogia se ha convertido en una inesperada chance para la izquierda mexicana.
Cuando el liderazgo del varias veces derrotado Andrés Manuel López Obrador languidecía sin más destino que la extinción, apareció Trump para brindarle una bocanada de oxígeno, mientras asfixia a la dirigencia priista y panista que construyó y defendió la asociación con la potencia que ahora los está linchando.
por Claudio Fantini
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