Frente a su atril, y leyendo un discurso preparado, el presidente Donald Trump, se reprimió esta vez de recurrir a su muletilla favorita: decir que el cambio climático no es real y que es apenas un hoax inventado por los chinos para socavar la economía de los Estados Unidos. Pero lo dio a entender, con otras palabras. Y en ese renegar de lo que el 98% de la comunidad científica afirma, sacudió las estructuras mundiales al comunicar que su país no cumplirá con el Acuerdo climático de París, establecido en diciembre del 2015.
Por entonces, prácticamente todos los países del mundo (195 en total, exceptuando a Sira y Nicaragua) se integraron al primer pacto global para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen a aumentar la temperatura global. Fue un logro diplomático histórico al que costó mucho llegar.
La idea del Acuerdo de París es que cada nación, desarrollada o no y sin importar cuál sea su Producto Bruto Interno (PIB), establezca metas para reducir las emisiones de dióxido de carbono para prevenir esos efectos. Los países más ricos deben aportar fondos para ayudar a los más pobres a hacer su contribución.
Pero si los Estados Unidos, el segundo país del mundo que más gases contaminantes ha emitido desde la industrialización (junto con la Unión Europea acumulan el 52% del dióxido de carbono liberado a la atmósfera) se retira del acuerdo, ¿qué sucederá de ahora en más con esos planes? ¿Seguirán adelante los países emergentes que ahora están en pleno desarrollo, como China e India? ¿Cómo reaccionó la comunidad científica mundial?
Los datos
Los estudios científicos indican que si las emisiones de los gases de efecto invernadero continúan al ritmo actual, las temperaturas atmosféricas seguirán aumentando y podrían pasar el umbral de dos grados Celsius más respecto a la temperatura preindustrial.
Eso significa que el mundo estará más caliente, que los niveles del mar aumentarán, que las tormentas e inundaciones serán más fuertes, que las sequías se extenderán en tiempo y espacio y que habrá escasez alimentaria. De una manera más cotidiana, las condiciones climáticas extremas se convertirán en moneda corriente, como lo vienen insinuando en los últimos cinco años.
De hecho, las temperaturas planetarias ya batieron récords, desde 2014 hasta 2016, cuando se alcanzó la temperatura promedio más elevada desde que hay registro de las mismas.
Por eso, los científicos ven al Acuerdo de París como un paso esencial en la prevención de catástrofes planetarias, a las que se suman la erosión de las costas y la reducción exorbitante de los ecosistemas acuáticos (como las barreras de coral, que ya están sufriendo) debidos al calentamiento y acidificación de los océanos.
París, fallas y aciertos
El acuerdo de diciembre del 2015 está lejos de ser perfecto, aunque los expertos consideran que luego del fiasco del protocolo de Kyoto de diciembre de 1994 es lo mejor que se podía lograr. Todos los países que firmaron y ratificaron el pacto debieron presentar un plan individual para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, y acordaron reunirse de manera regular para revisar el progreso e impulsar a los demás a que intensifiquen sus esfuerzos.
Una gran diferencia de este tratado con el de Kioto es que el Acuerdo de París no tiene carácter vinculante y no es obligatorio, de modo que los países pueden cambiar sus planes según sea su situación interna. El documento tampoco fija multas a los países que queden por debajo de las metas declaradas. La expectativa era que las políticas y las metas fueran reforzadas con el tiempo por medio de la diplomacia y de la presión social.
Otro punto débil es que el compromiso de limitar el aumento de la temperatura global sea a dos grados, que es el máximo compatible con la civilización, cuando lo mejor sería que no sobrepasara 1,5 grado. Pero, admiten los expertos, peor es no comprometerse en absoluto con ningún objetivo. Un estudio del Instituto de Investigaciones Grantham halló que la existencia misma del acuerdo ya había llevado a decenas de países a emitir leyes para la utilización de energías limpias.
Durante el gobierno de Barack Obama, Estados Unidos prometió recortar los gases de efectos invernadero producidos en su territorio en un 26% a 28% hacia el año 2025, en comparación con los niveles alcanzados en el año 2005. Además de eso, el país había aceptado repartir, para el 2020, tres mil millones de dólares en ayuda hacia los países no desarrollados. La idea era ayudarlos a reducir su dependencia de los combustibles fósiles e ir cubriendo sus requerimientos energéticos con fuentes alternativas, limpias. Hasta la fecha Estados Unidos repartió mil millones de dólares y este es uno de los puntos clave de su salida: ¿qué sucederá con ese aporte?
Otros que se comprometieron en París a remediar la contaminación que puedan estar causando son China e India. Este último país dijo que reduciría su intensidad de carbono o la cantidad de emisiones de dióxido de carbono por unidad de actividad económica.
En el caso de China, prometió que una quinta parte de su electricidad provendría de fuentes libres de carbón para el año 2030. En ese país se están cerrando plantas de carbón y minas y se agregan regularmente plantas productoras de energía solar y eólica, aún cuando Trump acusó a Pekín de no estar haciendo nada al respecto y de mentir para quitar a los Estados Unidos de su posición dominante a nivel mundial.
Oposiciones
De hecho, gran parte de las críticas que se le hacen a Trump dentro de su propio país es que con esta decisión y con su negación de la existencia del cambio climático está dejando a su país fuera de liderar el mercado de las energías limpias. Esta semana misma, India rompió su propio récord en bajar emisiones por medio del uso de energía solar. El último mes, la consultora Ernst & Young hicieron un listado de los mercados más atractivos para la colocación de energía renovales: Estados Unidos figuraba tercerco, después de China e India. Y ya a principios de año, China había anunciado inversiones por 360 mil millones de dólares en energías limpias, para crear 13 millones de nuevos puestos de trabajo.
Thomas Stocker, ex copresidente del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) y físico ambiental y climático de la universidad de Berna (Suiza) se muestra preocupado: “Los planes de la administración Trump de recortar en más de un 30% el presupuesto de la Agencia de Protección Ambiental y en cerca del 70% los fondos para invertir en investigación y desarrollo de energía renovables no van en la misma dirección. Es muy deprimente. Todo lo que nos resta es esperar que las provincias, ciudades y empresas sigan adelante con sus esfuerzos para cortar las emisiones”.
De algún modo, Estados Unidos es más víctima de las decisiones de su presidente que el resto del mundo mismo. Dadas las características del acuerdo, el país no es penalizado por abandonarlo. Los especialistas creen que el gobierno de Trump invocaría el mecanismo formal de retiro, que tarda cuatro años, aunque las autoridades estadounidenses pueden dejar de participar en cumbres climáticas vinculadas al acuerdo desde este mismo momento. He incluso podría ir más allá y retirarse de la Convención Marco sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, con lo cual dejaría de ser parte de cumbres o discusiones al respecto.
Y ahora qué
Dentro de los Estados Unidos, la retirada del Acuerdo con una administración como la de Trump, que niega el cambio climático, implicará que los esfuerzos respecto del calentamiento global serán menores. Un análisis del Rhodium Group estima que las emisiones del país con Trump caerán entre 15% y 19% para el 2025 respecto a los niveles de 2005, en vez de entre el 26% y el 28% que había prometido Barack Obama.
A nivel internacional habrá que ver cómo reaccionan los países: si los menos desarrollados pero en crecimiento, como India, Indonesia y Filipinas optan por desconfiar de bajar sus índices de gases, especialmente cuando ya no recibirán los fondos que los Estados Unidos se había comprometido a aportar para implementar más energías alternativas.
Los peores efectos del cambio climático actúan sobre los países y las poblaciones más pobres. Son ellas las que viven en costas mayormente inundables, y las que no tienen recursos para afrontar la reconstrucción de sus pueblos y ciudades tras el paso de huracanes, ciclones, tormentas intensas, inundaciones o campos incendiados.
También las que padecen la hambruna que pueden dejar las sequías prolongadas como nunca antes se vieron, como las que está sufriendo Ruanda en la actualidad. Aún en las ciudades más desarrolladas, a menos dinero, más cambio climático.
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