Ayer, en lo que fue una elección relámpago, se votó el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal. El elegido fue el obispo de San Isidro, Oscar Ojea, el candidato del Papa Francisco, quien hace tiempo guardaba sus distancias con la conducción anterior. Todo el proceso electoral estuvo atravesado por una gran incógnita: ¿ahora sí vendrá Francisco?
Bergoglio fue ungido como máxima autoridad de la Iglesia en marzo del 2013, y desde entonces jamás volvió a pisar su tierra natal. Se escribieron cientos de artículos intentando explicar los motivos, políticos de todo el mundo opinaron sobre el tema, decenas de comitivas de este gobierno -y del anterior- cruzaron el charco para convencerlo, y hasta el propio Francisco tuvo que hacer un vídeo explicando las razones por las cuales no viajaba a Argentina. Sin embargo, gran parte del clero local dice hoy que esa angustiante espera podría llegar a su fin: "Ojea es un pastor del estilo de Francisco. Él ya tenía ganas de venir desde hace rato: el 2018 va a ser el año", aseguran dentro del Episcopado.
Profeta en su tierra. Las opiniones, como siempre que se trata del enigmático Papa argentino, están divididas. Por un lado, Francisco tenía grandes distancias con la cúpula del Episcopado anterior -el arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo, y el de Buenos Aires, Mario Poli-, y el cambio de autoridades sería, sostienen, para mejor. A la antigua dirección, el Papa le reprocha haberlo dejado sin apoyos en los momentos más críticos de su relación con el Gobierno, y además no compartía muchas de sus formas pastorales: Bergoglio, como arzobispo, siempre hizo un culto al trato directo con los fieles y al recorrido a pie de toda la diócesis, en especial en los lugares más carenciados. Según su óptica, ni Arancedo ni Poli estaban a la altura de sus expectativas. Las distancias eran más grandes con el segundo, quien estuvo entre la terna de los nominados en estas elecciones, y a quien había dejado como un delfín suyo en Buenos Aires pero que nunca lo terminó de conformar. Según fuentes vaticanas, en la visita de octubre de Poli a la Santa Sede, Francisco le habría dicho varios de estos reproches en la cara.
Francisco tiene, con Ojea, una visión compartida del rol de los pastores en la Iglesia y de los problemas actuales del mundo. Es, por primera vez en la historia, el primer presidente del Episcopado que no es arzobispo. ¿Su buen entendimiento con Ojea, a quien aprecia, hace segura la visita del Papa? Difícil. Lo que es cierto es que dentro de la Iglesia local hay una confianza en la visita sagrada como nunca antes. Esta idea está impulsada también por la aparición en el país de Paul Gallagher, el canciller del Vaticano, la máxima autoridad que envía la Santa Sede a Argentina desde que asumió Francisco. Gallagher, que pasó por el cónclave de Pilar donde se elegía a las nuevas autoridades del episcopado, se reunió con Mauricio Macri, el sábado en Olivos, y el lunes con Marcos Peña. Un dato que pasó desapercibido: días después de la victoria en Buenos Aires, Francisco recibió a Esteban Bullrich en el Vaticano. Es claro que la relación entre los dos gobiernos anda mejor.
Sin embargo, varios factores operan contra la idea de la vuelta. En primer lugar, todas las visitas de Francisco a cualquier país están estrictamente precedidas, seis meses antes, por una comisión logística que envía el Vaticano. A la Argentina aún no llegó nadie. El tiempo es limitado: Bergoglio tiene como máxima no visitar ningún territorio que esté cercano a una elección, por lo que el 2019 está descartado. No sólo eso: a fines de septiembre el vocero oficial, Greg Burke, había asegurado que no había viajes planificados a Argentina para el 2018. A esto se le sumó la voz de Julio Bárbaro, que aseguró ayer, desde Roma, que el Papa, a quien acababa de visitar, le había dicho que no habría visita.
De todas maneras se sabe que Francisco opera de maneras misteriosas. Por eso, nada está descartado aún.
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