Thursday 28 de March, 2024

CULTURA | 11-09-2019 14:53

Casa Fernández Blanco: contar la vida propia

Las nuevas salas recrean el estilo opulento de una familia tradicional en tiempos de la Belle Époque.

Cuentan quienes conocieron a Isaac Fernández Blanco (1862-1928) que su pasión por coleccionar era tal, que fue llenando poco a poco su casa de la calle Hipólito Yrigoyen de objetos, hasta atiborrarla por completo. Tiró paredes, construyó nuevos cuartos y siguió adquiriendo utensilios, prendas y obras de arte hasta que su familia decidió mudarse y dejarlo en su propio museo, el primero de su estilo, privado, que tuvo la Argentina.

El mismo Fernández Blanco, ya como director de la institución, donó su casa y colecciones a la ciudad de Buenos Aires y hoy el viejo edificio de Yrigoyen es uno de los mejores centros de artes aplicadas del país.

En los últimos años se realizaron en él importantes trabajos de restauración y puesta en valor hasta lograr una exhibición de lujo que recorre la vida cotidiana de fines del siglo XIX y principios del XX, cuando la zona cercana a la Avenida de Mayo -actual barrio de Congreso- era el centro de la vida social de los porteños. “La intención, justamente, es integrar al museo en un área atractiva de edificios y calles como la Avenida de Mayo, que son siempre muy visitadas por porteños y turistas”, explica Juan Vacas, director de Patrimonio, Museos y Casco Histórico de Buenos Aires.

La casa. En 1880, después de casarse, Isaac Fernández Blanco compró la casa contigua a la de sus padres, en el actual emplazamiento del museo. La planta original del edificio correspondía a una típica casa colonial organizada alrededor de tres patios, toda en planta baja. Para ponerla a tono con el nivel de desarrollo del barrio, en el que se acumulaban teatros, tiendas y hoteles de lujo, contrató a Alejandro Christophersen, uno de los arquitectos de moda en la ciudad; que convirtió la vieja casona en un palacio neorrenacentista, el único de ese estilo que queda en pie en la zona.

(Te puede interesar: Lecturas: ¿cómo son las bibliotecas de hoy?)

La puesta en valor y curaduría de 4 nuevas salas –a cargo de Patricio López Méndez– que hoy pueden verse en el museo corresponden al comedor original, el cuarto de las damas, un salón de entrada donde se exhiben la colección de platería, arte argentino y porcelanas y un espacio en el primer piso con una excelente muestra de indumentaria y accesorios de moda.

El magnífico comedor está cubierto por boiserie realizada por los Hermanos Briganti en 1882. Tiene una cúpula y ventanales de vitraux y cuatro tapices de la firma francesa Braquenie et Cie. con motivos bucólicos. El salón fue montado tal cual se utilizaba en el siglo pasado: la mesa tendida con manteles de hilo, la vajilla de porcelana de Limoges y la cristalería de Baccarat.

(Te puede interesar: El Museo Evita por dentro: historia y nuevas propuestas)

En cuanto al Cuarto de las damas -era el lugar de reunión de las mujeres de la casa cuando el edificio funcionaba como vivienda-, allí se exhibe la colección de abanicos de Fernández Blanco. El conjunto consta de más de 400 piezas y recorre tres siglos de producción. En un rincón de esta sala también pueden verse los patrones decorativos de la casa original, anteriores a la reforma realizada por Christophersen.

Las muñecas. Previamente a la puesta en valor de estas nuevas salas, el museo ofrecía ya la exhibición de la mayor colección de muñecas de América del Sur. El grueso de las piezas fueron donadas por Mabel y María Castellano Fotheringham y el conjunto de juguetes abarca aproximadamente un período que va de 1870 a 1940. La variedad es sorprendente. Tras las vitrinas hay muñecas fabricadas por las principales empresas del rubro alemanas y francesas, algunas impulsadas a cuerda que hacen diversas cosas -caminar y llorar, por ejemplo-, otras que imitan a la célebre Shirley Temple o se visten como su dueña, tal como lo soñó la creadora de la famosa Marilú, la muñeca que se vendía en la tienda de ropa del mismo nombre. Esta colección se completa con juegos de porcelana en miniatura, cocinas, camas, placares y casas completas que harían empalidecer de envidia a las Barbies actuales.

Otra exhibición peculiar, dentro del museo, en el último piso; es una colección de visores estereoscópicos para ver fotos en tres dimensiones, un tipo de imágenes muy de moda en los primeros años del siglo XX.

Moda histórica. Aunque el afán coleccionista de Fernández Blanco también llegó a la indumentaria, la muestra que acaba de inaugurar el museo - “La ciudad a la moda” 1830-1930- es producto de donaciones varias de familias tradicionales, e incluye vestidos de fines del siglo XIX y principios del XX, ajuares, trajes de novia, de baño, sombreros, guantes y zapatos. Un equipo de especialistas en la restauración de textiles acondicionó los trajes que se exhiben según las convenciones de los principales museos de moda del mundo.

Este rubro, la moda, tan exitoso en las capitales de Europa, no tiene todavía el lugar que se merece en los museos argentinos. Por eso, la iniciativa del Fernández Blanco tiene el doble de valor. Algunas de las piezas más llamativas de esta sala corresponden a la donación de la familia de María Elena del Solar: diseños de Charles W. Worth, Lanvin, Jacques Doucet y muchos otros.

Como explica Patricio López Méndez, exquisito curador de espacios similares en diversos museos del país; muchas familias, inspiradas por lo que ven allí, sienten deseos de compartir los tesoros que heredaron de padres, amigos y abuelos. Por eso, el proyecto de la Casa Fernández Blanco es un “work in progress”: un viaje al pasado que recién empieza.

Galería de imágenes

Adriana Lorusso

Adriana Lorusso

Editora de Cultura y columnista de Radio Perfil.

Comentarios