Se hizo conocido en radio y televisión, pero no pasaba de ser un personaje novedoso, un columnista extraño que remarcaba aquello a lo que nadie prestaba atención. Luego abrió la puerta de su consultorio a todos los fanáticos de sus libros, y se convirtió en furor editorial. Hoy, a días de haber llenado su primer Luna Park, Gabriel Rolón puede darse el lujo de colocarse en el pináculo de la divulgación psicoanalítica o convertirse, a su pesar, en el mayor gurú contemporáneo de una sociedad que busca aferrarse a soluciones inmediatas para problemas que urgentes.
Para muchos fue el primer psicoanalista que conocieron, aunque nunca se atendieron con él. De estilo ameno, siempre agradable y con gran sentido del humor, Rolón reconfiguró la imagen que tenían de los psicoanalistas aquellos que jamás pisaron un consultorio, ese individuo al que “se le paga para que escuche”. A fuerza de aprovechar sus espacios en los medios fue cimentando su popularidad, ladrillo a ladrillo, hasta llegar a ser un fenómeno del que los números hablan por sí solos. En ocho años vendió un millón de ejemplares de sus libros, una cifra que, además de ser difícil de alcanzar por otros escritores, hace no mucho tiempo habría sido impensada para un psicoanalista. Es el más famoso de los analistas y, a lo largo de los veintidós años que lleva en los medios, ha buceado en todas las facetas, desde la actuación y el canto en radio y teatro, hasta el diagnóstico psicoanalítico fugaz en la televisión.
Si existiese la figura de “psicostar” argentino, Gabriel Rolón es su creador. Aunque probablemente no le agrade que se lo encasille de ese modo, se siente cómodo en un rol que sorprende año a año con un nuevo formato, con un nuevo paso a explorar. No todos los días se puede ver a un psicoanalista actuando en teatro y haciendo de sí mismo. Tampoco es habitual escuchar a un analista que participe de sketchs radiales, o que atienda consultas al aire, o que se anime a decirles a los famosos cosas que no quieran escuchar, o que grabe una ópera junto a Les Luthiers, Mercedes Sosa y Sandro. Gabriel Rolón hizo todo eso. Y si alguien, alguna vez, tuvo la imaginación suficiente como para pensar a un psicólogo en el escenario del Luna Park, en una movida publicitaria editorial sin precedentes en la que se entregará un libro por cada entrada y se lo verá a Alejandro Fantino entrevistarlo en vivo, ese lugar ya tenía el nombre del polifacético licenciado.
Alejandro Dolina, Elizabeth Vernaci, Guillermo Andino, Federica Pais, Mariana Fabbiani, y Roberto Pettinato, entre tantos otros, tienen algo en común: trabajaron con Rolón en algún programa de radio o televisión. Fabbiani confirma que detrás de cámara, Rolón no es distinto: “Es un tipo divino, muy cálido, siempre tiene la palabra justa, es sabio, da paz, genera armonía a su alrededor y además tiene mucho humor”.
“La Negra” Vernaci conoce a Rolón hace dos décadas y trabajó con él desde la época que compartían espacio en “La venganza será terrible”, el emblemático programa radial de Dolina. “Es un tipo maravilloso, siempre fue un pibe de muy bajo perfil”, cuenta Vernaci. Para la histórica conductora radial, Rolón “le llega a la gente porque sabe escuchar, habla fácil, no tiene un discurso psicoanalítico berreta, no utiliza palabras psicoanalíticas en su lenguaje y lo lleva al llano total”. En ese sentido, Vernaci cree que “el gran éxito es que habla de cosas que a todos nos pasaron: los grandes temas son la muerte y el sexo y él las sabe abordar desde un lugar totalmente natural”.
Desde que empezó a contar las historias reales de sus pacientes en sus libros, Rolón también abrió la puerta al conflicto entre su labor divulgadora y su rol de terapeuta: el riesgo de que los demás se identifiquen con las historias que él cuenta y adopten la solución relatada, cuando el psicoanálisis es un proceso individual. Aunque el mismo Rolón reniegue de ello, el hecho de que un psicoanalista llene un estadio completo podría deberse a dos razones: el morbo del voyeurismo, y la identificación de una persona con las historias que se cuentan, algo más relacionado con la psicología que con el psicoanálisis propiamente dicho. En la primera de las opciones, es difícil resistir la tentación de ingresar en un territorio sólo reservado para un paciente, su historia y su analista. La otra opción, al perderse la particularidad del encuentro de un sujeto inconsciente con un analista, coloca a los libros de Rolón cerca de las publicaciones de autoayuda y lejos de los tratados de divulgación psicoanalítica.
Hay quienes creen que la difusión que Rolón lleva a cabo es una traición al modelo teórico. Precisamente, una de las cosas que Jacques Lacan criticó con mucha insistencia es el convertir al sujeto en objeto de estudio, como lo entiende la psicología. Los especialistas explican que por más que otro haya vivido una experiencia similar, cada persona es única y su problemática tiene que ser abordada de una forma personalizada. En ese sentido, la psicoanalista y ensayista Silvia Ons, afirma que “el psicoanalista es exactamente lo opuesto al gurú y el fenómeno de masas, algo cuestionado por Freud, que dijo que el psicoanálisis no es una cosmovisión”. “Hay que captar la singularidad del paciente”, insiste Ons y rechaza que se pueda hacer un “saber para todos con respuesta para todo”. Allí podría hallarse la contradicción de Rolón: plantear conceptos psicoanalíticos desde la masividad contraria al psicoanálisis.
Paradójicamente, Rolón, un especialista con gran capacidad de respuestas, no aceptó dar una entrevista a NOTICIAS para contestar preguntas sobre él como fenómeno psi.
En terapia. “Los analistas no podrán entender”, cantaba Charly García en “Cerca de la Revolución” del álbum Piano Bar, de 1984, que formó parte de la ilustración de la primavera democrática y, en el paisaje sociológico y urbano que dibuja en sus canciones, no escapa la realidad de una Argentina que ya tenía al psicoanálisis como parte de su cultura. Palabras como “diván”, “Edipo”, “somatización” o “trauma”, forman parte del lenguaje cotidiano del argentino promedio. La población de un país que tiene el récord de mayor cantidad de psicólogos por habitante en la ciudad de Buenos Aires, no es precisamente un mercado para despreciar y el éxito de libros de autoayuda tampoco es una novedad.
En cierta medida, Rolón también carga contra los libros de autoayuda tradicionales. En su último libro “Cara a cara, la dimensión humana del analista”, ataca a los que sostienen que “basta con desear algo con fuerza para atraerlo”, porque el resultado final es la generación de culpa. En ese sentido, grafica que decirles a unos padres que “su hijo murió porque ellos no desearon lo suficientemente bien que se salvara, no sólo es una crueldad; es, antes que nada, una canallada”.
País psi. El fenómeno de la patria filo psicoanalista se trasladó a las tablas, al cine y a la televisión, con éxitos de taquilla y rating para todos los gustos, desde el tono humorístico de “TOC-TOC” en el Multiteatro, hasta el drama de repercusión internacional de “En terapia”, cuya adaptación local fue un éxito para la TV Pública. Y si bien en estos casos el “peligro de la identificación” se reduce, dado que el espectador sabe que se trata de una ficción, es en este ámbito en el que Rolón también hizo pie de la mano de sus “Historias de diván”, primero en versión miniserie, y desde marzo, en el Teatro de La Comedia, donde actúa las historias verídicas junto a su hija Malena.
Para el ex presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), doctor Andrés Rascovsky, la difusión es bienvenida, “siempre que tengamos presente lo que decía Sigmund Freud: la diferencia entre el oro puro del psicoanálisis y el cobre de la sugestión”. En ese sentido, Rascovsky sostiene que “la divulgación del psicoanálisis es imprescindible y necesaria” ya que “no hay una disciplina que haya estudiado con mayor precisión la subjetividad y el desarrollo humano”. Sin embargo, también afirma que “la peligrosidad que tienen las difusiones tan masivas es la dilución de los conceptos rigurosos del psicoanálisis y la problemática de la sugestión”.
Para el psiquiatra y miembro de APA, Juan Eduardo Tesone, “a diferencia de los gurúes de los libros llamados de autoayuda, en realidad recetas de cocina estereotipadas sin ningún sabor, Gabriel Rolón no ofrece tips en forma de fast consejos que asegura la felicidad prêt à porter”. Para el psiquiatra, “el estilo de Rolón, lejos de inculcar certezas, invita a interrogarse sobre sí mismo, a intentar reflexionar sobre lo que el inconsciente conlleva en cada uno de nosotros, es decir, una cierta ignorancia sobre nuestra identidad siempre vacilante”. Tesone cree que “en una época en la cual se le pide al sujeto contemporáneo una pretendida eficacia en un accionar permanente, sin meditar sobre su existencia, que alguien pueda llenar auditorios hablando del inconsciente, de la angustia, del dolor psíquico y de la incertidumbre de la vida no deja de ser un logro esperanzador en una sociedad de la cual se cree que sólo pide soluciones fáciles e inmediatas”.
En lo que sí coinciden los que están a favor de Rolón y quienes tienen sus reservas, es en la cruzada del psicoanalista frente al imperio de las neurociencias, si es que se las coloca como el reemplazo del psicoanálisis, bandera que Rolón nuevamente enarbola en “Cara a cara”. “El biologismo es la reducción del individuo a su composición química”, sostiene Rascovsky, y afirma que “es solamente obra del imperio farmacológico, un aplastamiento de la condición humana”. Es así como rescata de la obra de Rolón su aporte, ya que el psicoanálisis es “una práctica de la libertad, una búsqueda del levantamiento de las represiones, de la sujeción del hombre a su historia, al mundo externo, a los ideales incorporados patológicamente, y se opone al anestésico que reduce la problemática humana”. Tesone destaca que Rolón no proporciona “la facilidad que ofrecen los psicofármacos de decapitar síntomas sin entender el valor simbólico de los mismos” y que, “sin negar el aporte de las neurociencias, tampoco se inscribe en la arrogancia del todo cerebro”.
Historia de diván. A diferencia de los pacientes de otros psicoanalistas, los de Rolón cuentan con un raro privilegio: conocen gran parte de la vida, miedos y traumas de su terapeuta. No es que forme parte de su metodología de trabajo, sino que su alta exposición sumada a las confesiones realizadas en entrevistas y en sus propios libros, permitieron armar una suerte de biografía detallada de su vida. Nacido en condiciones humildes en Laferrere, partido de La Matanza, Rolón es el hijo de un albañil muy instruido producto de una infancia traumática en un instituto pupilo en el que sólo podía leer. Creció entre la necesidad de trabajar y las ganas de ser músico. A los 14 años era profesor de guitarra, teoría y solfeo, fue docente en escuelas de enseñanza media y hasta vendió chacinados para poder sostenerse mientras estudiaba psicología, carrera que inició a los 27 y de la que se recibió pasados los 30. Siempre quiso ser músico, deseo que cada tanto logra cumplir, como cuando presentó “Medianoche en Buenos Aires” en el bar literario Clásica y Moderna.
Su último libro es el más intimista de todos los que escribió, porque, a pesar de estar plagado de historias reales que utiliza para ejemplificar conceptos, se pone a sí mismo y su historia como ejemplo, desde que cuenta que la primera pregunta analítica de su vida se la hizo a su padre cuando contaba con tan sólo 6 años, hasta su ecléctico camino hacia la Facultad de Psicología: “Ni bien terminé la secundaria me inscribí en el Instituto Nacional de Arte Dramático y en la Facultad de Ciencias Económicas. Ya en el curso introductorio me di cuenta de que eso no era para mí, no me sentía cómodo, no me gustaba. Tiempo después ingresé al Profesorado de Matemática. Daba clases de música en un colegio secundario durante el turno tarde y, por la mañana, trabajaba como preceptor. Allí comprendí que no me gustaba enseñarles a los chicos, sino escucharlos”. En un libro en el que explica en lenguaje llano cómo funciona una terapia de análisis y sus conceptos, Rolón se pone de ejemplo en numerosas ocasiones, como cuando define la idea de mandato. Al haber nacido con una cardiopatía, su padre le decía: “Vos no vas a poder hacer fuerza así que tenés que estudiar”. Rolón confiesa que, desde entonces, nunca se permitió disfrutar de algo sin antes estudiarlo.
Sin embargo, podría decirse que puede disfrutar de algo que podrá estudiarse, pero que difícilmente encontremos una respuesta unificada: cómo es que un psicoanalista llena un Luna Park, un privilegio reservado para los deportistas y las estrellas populares.
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