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MUNDO | 10-09-2021 09:04

11 de septiembre: inicio de la era del terrorismo global

A 20 años del ataque cuyo verdadero blanco fue el Estado de Derecho, la diversidad cultural y las libertades de la sociedad abierta.

Las torres ardieron como antorchas hasta hundirse en el vientre de Manhattan. La audiencia estupefacta del segundo avión ingresando en el rascacielos superó a la que habían tenido Armstrong y Aldrin caminando por la luna. El primer avión hizo que todos los televisores encendidos del mundo sintonizaran la misma escena. Parecía una película de Spielberg, pero era la realidad. Un ataque genocida a modo de reality show en vivo y en directo.

La escena no mostraba todo lo que estaba pasando el 11 de setiembre del 2001. Del avión que impactó en el Pentágono y del vuelo de United Airlines derribado sobre Shanksville, Pensilvania, no hubo transmisión en vivo. Por eso el símbolo de aquel día siniestro será el de las torres gemelas ardiendo en el cielo de Nueva York hasta desmoronarse como si fueran de arena. Más tarde, el mundo rumoreaba un nombre largo y extraño: Osama Bin Muhammad bin Adwa bin Laden.

Así quedó oficialmente inaugurada la era del terrorismo global. Hasta ese momento, el terrorismo conocido tenía causas y objetivos nacionales. El IRA atacaba en las islas británicas para separar del Reino Unido a los seis condados norirlandeses. Las organizaciones palestinas podían perpetrar sus atentados en Europa o África, pero el blanco siempre era Israel. El Baader Meinhof quería destruir el capitalismo en Alemania Federal, mientras la ETA mataba para separar el País Vasco de España y las Brigadas Rojas por el comunismo en Italia. Pero el 11-S quedó presentado el terrorismo global.

Su objetivo empezaba por construir una teocracia islamista que incluyera lo que fue Imperio Otomano y se extendiera desde “Al Andaluz” hasta el “kanato” de Bujará, para avanzar desde allí hacia la islamización mundial.

El terrorismo global había nacido en el final del siglo XX, atacando las embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar el Salaam. En el 2000 lanzó una lancha bomba contra el buque USS Cole, en un puerto de Yemen. Por eso Osama Bin Laden encabezaba la lista de enemigos que elabora el Pentágono y siempre habían encabezado estados, como el III Reich y la Unión Soviética.

Ahora la encabezaba un individuo; el millonario saudita que había administrado la ayuda internacional a los muyahidines que luchaban contra la invasión soviética y reclutado yihadistas de todo el mundo para que confluyeran en Afganistán.

Cuando los soviéticos se retiraron y comenzó la lucha de facciones que allanó el camino a los talibanes, Osama bin Laden usó la lista de reclutados que regresaban a sus hogares, para convertirlos en miembros de una nueva organización. Esos yihadista crearon en sus respectivos países “células dormidas” dispuestas a entrar en acción cuando recibieran órdenes desde el comando central. Como la lista de reclutados estaba en la base de datos de su computadora, la organización se llamó Al Qaeda, que significa La Base.

El combustible ideológico fue el wahhabismo, vertiente teológica oficial en Arabia Saudita basada en una aplicación rigurosa y literal de los textos islámicos que sólo difiere del salafismo en que acepta al rey saudí como nexo entre el pueblo de ese país y Alá, mientras que para los salafistas sólo un califa puede ser nexo.

El wahabismo hace la excepción porque su fundador, el teólogo del siglo XVIII Muhammad bin Abd Al Wahhab, hizo el Pacto Al Diriyya con el jeque tribal Mohamed bin Saud, cuyos descendientes fundaron el reino en 1932.

Abdulaziz bin Saud fue el primer monarca y fundador de la empresa petrolera árabe-norteamericana ARAMCO. La alianza con la potencia occidental enriqueció el reino, pero estaba a contramano del wahabismo. La primera rebelión de los religiosos contra esa alianza ocurrió en 1979, con la toma de la Gran Mezquita de La Meca, debilitando el reinado de Jalib al Saud.

Su hermano y antecesor en el trono, el rey Faisal, había intentado justificar la política que generaba riquezas inconmensurables, pero terminó asesinado. Y tras la muerte de Jalib por un ataque caríaco, el rey Fahd intentó calmar a los fundamentalistas destinando inmensas sumas de las arcas reales a las organizaciones religiosas.

El 11-S demostró que buena parte del dinero que Fahd y luego su sucesor, el rey Abdulá, enviaban a las organizaciones religiosas para mantenerlas en calma, financiaba el terrorismo.

La toma de la Gran Mezquita de La Meca había sido la señal y el 11-S fue el golpe que anunció al mundo la yihad global. En el seno de Al Qaeda se incubó ISIS, que usó sus yihadistas para conquistar territorios en Irak y Siria proclamando el “califato” liderado por Abú Baker al Bagdadi, mientras perpetraba masacres en Europa y establecía alianzas con organizaciones terroristas asiáticas y con sanguinarias milicias africanas desde el Magreb hasta países subsaharianos.

Desde Boko Haram en Nigeria hasta el Abu Sayyef en Filipinas se convirtieron en franquicias de ISIS, que también hizo metástasis en el punto del planeta donde nació Al Qaeda: Afganistán.

En los Estados Unidos, el gobierno errático de George W. Bush encontró la escusa para su propia “cruzada”. La invasión de Afganistán como primera respuesta al 11-S tenía lógica. Allí estaba la neurona que planeó el ataque. Pero no había motivos para invadir Irak con la misma escusa. Ocupando el país árabe, Bush hijo generó las condiciones para que Al Qaeda produjera clonaciones aún más feroces, como ISIS.

Osama Bin Laden terminó acribillado en la ciudad paquistaní de Abbottabad, en el 2011, pero la caja de pandora que abrió sigue engendrando enemigos globales de la democracia y la sociedad abierta. Porque esos fueron los verdaderos blancos a los que apuntaron los aviones. El World Trade Center es un punto neurálgico de la economía globalizada y Nueva York la polis que más expresa el cosmopolitismo y la diversidad cultural que caracterizan a la sociedad abierta. Contra eso apuntaron los aviones del 11-S.

No era el capitalismo ni el imperialismo, sino ese blanco el que tuvieron los suicidas del Grupo Islámico Combatiente Marroquí que en el 2004 se detonaron en los trenes de Atocha. Y los que dispararon a mansalva en la redacción de Charlie Hebdo en el 2015. También los que meses después lo hicieron en el Teatro Bataclán y en cinco restaurantes parisinos.

A las libertades y derechos individuales apuntó el camión que arrasó la rambla de Niza. Y todas las demás masacres apuntaron a que los estados de Derecho se vuelvan dictaduras y la sociedad abierta se cierre, como en la era feudal a la que aspiran retrotraer la historia.

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