Lo que parecía una pesadilla escalofriante sin chances de volverse realidad, empezó a convertirse en un riesgo cierto.
Jair Bolsonaro era como un cuento de terror demasiado fantasioso para ser creíble. Una amenaza demasiado vulgar y tremebunda para materializarse. Eso que asusta pero sin hacer perder la calma, por la imposibilidad de que pueda salir de la ficción. Al fin de cuentas, Brasil es un país lo suficientemente importante como para no saltar a los brazos de un energúmeno con pocas luces y demasiadas sombras. Sin embargo las encuestas muestran que el monstruo puede pasar de la dimensión de la pesadilla a la dimensión de la realidad.
El apologeta de torturadores y de sicarios que cazan “meninos da rúa” tiene chances ciertas de convertirse en presidente de una potencia gigantesca y de máxima gravitación regional. Lo único que alivia el temor de quienes valoran la democracia liberal, es que Fernando Haddad, el sustituto de Lula, también tiene grandes chances de terminar siendo el presidente de Brasil.
Siempre habrá personas que miran con desprecio a los más pobres; gente a la que le gusta sentirse superior y aborrece a las minorías raciales y sexuales. Esa gente necesita convencerse de que la diferencia entre su país y los del mundo desarrollado, son la gente pobre y los políticos que deciden usar fondos del Estado para mantenerla. Según esas franjas de la sociedad el país sería desarrollado, moderno y opulento si no fuera por “la chusma” y por los políticos que necesitan que haya pobres para construir poder sobre la demagogia financiada desde las arcas públicas.
A esa gente le habló siempre Jair Bolsonaro. De esas canteras de egoísmo social salieron los votos que convirtieron a ese gris capitán del ejército en un legislador obtuso con discurso cargado de violencia y desprecio hacia los pobres, los negros, los homosexuales, los liberales, los socialdemócratas y los izquierdistas.
Negocio político. Seguro, pero pequeño. El racismo, la homofobia y la apología del crimen de lesa humanidad alcanzaba para un escaño, pero vedaba el camino hacia el Palacio del Planalto. De hecho, las encuestas venían señalando que ese piso demasiado alto tenía el techo demasiado bajo. Entonces Brasil podía seguir transitando esta extraña campaña electoral sin perder la calma, convencida de que un personaje tan violento, vulgar y mediocre podía llegar a la segunda vuelta pero jamás podría ganar en el ballotage.
Verlo segundo detrás de Lula, mientras el líder petista aún se mantenía como candidato, era desagradable e inquietante, pero no llegaba a provocar pánico porque resultaba inconcebible que pueda imponerse en las dos vueltas. De hecho, con Lula fuera de juego, las encuestas coincidían en mostrarlo en primer lugar, pero también coincidían en que, como Menem en el 2003, Bolsonaro era el seguro vencedor de la primera ronda pero también el seguro perdedor de la segunda. Sea quien fuere el que lograra acceder al ballotage, tenía el triunfo asegurado porque el nivel de rechazo del candidato ultraderechista era el dato más revelador de los sondeos de opinión.
Pues bien, esa certeza estadística ha comenzado a diluirse. El techo ya no parece un bloque compacto e impenetrable de hormigón, sino un tinglado que puede destartalarse con un vendaval como el que sacude la política brasileña.
En la antesala de la recta final hacia las urnas, Bolsonaro se acercó al treinta por ciento de las preferencias, mientras que Fernando Haddad empezó a escalar velozmente desde el fondo de la tabla hasta alcanzar un sólido segundo lugar que, hasta ese momento, no había logrado ninguno de los que estuvieron en esa posición. Marina Silva fue la primera de los candidatos moderados que estuvo en el segundo puesto de las encuestas. Después la superó el socialista Ciro Gomes. Por entonces, Haddad parecía sin capacidad de absorber el gran caudal de votos que quedaban huérfanos al anularse la candidatura de Lula.
El hecho de pertenecer al ala intelectual del PT evidenció los primeros días una distancia insuperable con las masas populares que tienen las llaves de la victoria. Por otro lado, la demora del líder preso en deponer su postulación comenzó a debilitar las chances del hombre al que había ungido como compañero de fórmula y sucesor en la candidatura presidencial.
Anuncio dilatado. Llevar la postulación de Lula hasta la última instancia de apelación, a pesar de la visible debilidad que esa persistencia causaba a quien efectivamente competiría en el comicio, parecía evidenciar la resistencia del ala sindical del PT a ceder ante un sector del que recela: los académicos. Haddad ya sabe lo que es perder una elección por carecer de un verdadero y convencido apoyo del musculoso brazo sindical. Habiendo realizado una buena gestión como alcalde de Sao Paulo, fracasó en su intento de reelección por el retaceo de apoyo que le hicieron los gremialistas paulinos. Ahora, el retaceo de apoyo sindical lo hizo entrar tarde en la competencia. Pero en pocos días fue escalando posiciones hasta llegar al ansiado segundo lugar, con 19 por ciento de intención de votos. Nueve puntos por debajo de Bolsonaro y relegando a un distante tercer puesto a Ciro Gomes, con menos de once puntos porcentuales. Es una foto y todavía falta ver la totalidad del film. De todos modos, el hecho de que en esa foto el socialista Ciro Gomes no alcance los once puntos porcentuales, parece despejarle el camino hacia la competencia en segunda vuelta.
Stablihment. La foto muestra que la otra carta fuerte del establishment político, el liberal Geraldo Alckmin, a pesar de tener la coalición de partidos más grande y, por ende, contar con más espacio de publicidad que los demás contendientes, resultó una carta fallida que se acerca a la recta final con apenas entre seis y siete por ciento de intención de voto. Más pronunciado aún fue el derrumbe de Marina Silva, quedando por debajo de los seis puntos y muy cerca de los últimos de la tabla: Alan Dias y Joao Amoedo.
En síntesis, la foto muestra que a la gran final la disputarán el candidato de la ultraderecha y el candidato de Lula, quien crece en la medida en que las masas se van enterando que es el elegido del líder del PT.
El dato escalofriante, al menos para los que todavía sienten escozor frente a los violentos, es que las encuestas empiezan a mostrar dos posibilidades: la primera es que en el ballotage ya no hay un techo que le impida el triunfo a Bolsonaro. Y la segunda es aún peor para los que creen en la democracia y el pluralismo: el ex militar tiene chance de ganar en primera vuelta.
Hasta estos sondeos, Brasil prometía un ballotage francés: la izquierda y la centroizquierda se unieron a la centroderecha en el voto a Jacques Chirac para evitar el triunfo de Jean Marie Le Pen, en la segunda ronda de las presidenciales del 2002; y en el 2015 la centroderecha se unió a los socialdemócratas para que Emmanuel Macron pudiera vencer a Le Pen.
En el caso brasileño, se daba por descontado que los liberales votarían a Ciro Gomes o a Haddad, y los petistas y socialistas votarían a Alckmin o a quien fuere para evitar que la fórmula compuesta por dos militares racistas, con discursos que denigran a los inmigrantes y a las minorías sexuales, pudieran conquistar la presidencia y la vicepresidencia.
Por cierto, si un personaje vulgar y sin atributos morales visibles como Trump pudo llegar a la Casa Blanca, por qué estaría Brasil inmune de semejante riesgo. Aunque Bolsonaro parece más bien el equivalente brasileño a Rodrigo Duterte, el apologeta de la violencia que llegó al poder en Filipinas desde la alcaldía de Davao, describiendo actos criminales cometidos por él mismo.
La puñalada que recibió en Minas Gerais fortaleció la candidatura del diputado que, al votar por la destitución de Rousseff, elogió al militar que la había torturado en prisión. Fue esa daga la que perforó el techo que parecía garantizar su derrota en la segunda vuelta.
Brasil llegó a la recta final hacia las urnas con el empresariado y el mundo financiero lamentando que el juez Moro sacara de carrera a Lula. Jamás habrán imaginado que, como los liberales de Fernando Henrique Cardoso, terminarían deseando el triunfo de un académico con formación marxista que lleva como compañera de fórmula a Manuela D`Avila, la secretaria general del Partido Comunista.
En el mismo puñado de días en que Angela Merkel destituía al jefe de los servicios alemanes de inteligencia, Hans-Georg Maassen, por minimizar el riesgo que implica el activismo xenófobo, las estadísticas muestran que agitadores del odio racial, social y sexual pueden quedar al frente del país más grande y populoso de Sudamérica.
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