Un nuevo capítulo de la revolución por goteo que comenzó hace varios años y el estallido volcánico de una rebelión incendiaria. En el Oeste del Oeste y en un rincón recóndito del Este, los veinteañeros y el odio incubado en las redes sociales sacudieron el mundo en el mismo puñado de días.
En Estados Unidos, un joven de 22 años con buena puntería consiguió un Mauser y se apostó a cien metros del escenario. Estaba solo, con una sola bala en la recámara y con un solo blanco en su mira telescópica: Charlie Kirk, el joven que, a través de las redes, llevaba el discurso ultraconservador de Trump a los centenials; un líder mesiánico que citaba el Levítico para reclamar la lapidación a los homosexuales.
Entre los discursos que apuntaron a la “América liberal” (progresista) está el de Spencer Cox, el republicano que gobierna Utha y afirma que el asesino era de izquierda y estaba en pareja con un transexual.
Tyler Robinson había balbuceado en la mesa familiar y en las redes nebulosas ideas contrarias a las de Kirk, pero era básicamente un solitario. No cometió este crimen integrando un complot anti-derechista, sino que lo hizo como los tantos jóvenes que cometen magnicidios y masacres en colegios, universidades y shoppings sólo para salir en los diarios y ser mostrados en los noticieros de televisión. Una suerte de “mato, luego existo” que lleva tiempo convertido en patología dominante.
Al mismo tiempo una ola de veinteañeros inundaba Katmandú incendiaba el Parlamento y varias residencias de altos funcionarios, quemaba viva a la esposa de un ex primer ministro y linchaba al ministro de Economía. Un estallido juvenil desatado por el decreto que prohibía X, facebook y Youtube tras la clausura de otras plataformas sociales.
La ira incendiaria estalló cuando el primer ministro Sharma Oli ordenó reprimir la protesta causando 19 muertes. El mundo miraba las imágenes que llegaban desde Nepal, el país del Himalaya donde nació Sidharta Gautama, Buda, pero la influencia de India determinó que sea oficial y mayoritario el hinduismo. Un país que también recibe la gravitación del otro gigantesco vecino, China: el segundo partido más importante es el Comunista pro-china.
El ministro de Finanzas Bishnu Padrel desnudado, arrojado al río Bagmati y linchado, fue una de las postales de Katmandú en la prensa mundial. La violenta rebelión estalló por las redes sociales y fue en ellas donde se eligió a la primera ministra interina, Sushila Karki, la aceptada por el movimiento Generación X.
Normalmente, Nepal pasa inadvertida en el escenario internacional, pero cuando es noticia, lo es por sucesos tremebundos. Como la masacre de la familia real el 2001.
El mundo entero habló del príncipe Dipendra cuando entró al salón del palacio donde cenaba su familia y disparó hasta vaciar los cargadores de la subametralladora Uzi que llevaba en una mano y el fusil M-16 que portaba en la otra, matando a su padre, el rey Birendra, a su madre y a sus hermanos antes de dispararse en la sien.
El príncipe entró en trance exterminador cuando la casa real le prohibió casarse con la mujer de la que estaba perdidamente enamorado. Y en una escena digna de Ionesco por el nivel de absurdo alcanzado, Dipendra fue coronado rey mientras agonizaba. Al fin de cuentas, era el primogénito de Birendra y “debía” heredar su trono. Pero poco después murió y a la corona se la quedó su inescrupuloso tío Gianendra. La monarquía empezaba a caer por su propio peso, mientras que ahora podría caer la república debido a la ira de los veinteañeros contra el gobierno del partido comunista que clausuró X, Facebook y Youtube.
En las redes sociales crecieron también las filias y fobias que agrietan la sociedad norteamericana, como tantas otras en las que la democracia declina por el extremismo y el odio que supuran las plataformas digitales. Ese era el terreno donde Charlie Kirk difundió teorías conspirativas contras las vacunas, razonamientos delirantes para negar el cambio climático, argumentos oscurantistas contra el feminismo y contra el respeto a la diversidad sexual, además de encendidas defensas del libre acceso a las armas y de la guerra de tierra arrasada que lleva adelante Netanyahu y su gobierno extremista en Gaza.
La voz de Kirk atacó las multitudinarias protestas estudiantiles que ocupan las universidades con banderas palestinas, exigiendo el fin de las masacres de civiles en Gaza. Recorrió los campus alentando a los jóvenes conservadores a defender a Netanyahu y su guerra de exterminio. Tanto su asesinato como los festejos tan repudiables como crueles y de mal gusto que muchos izquierdistas desparramaron en las redes, son una señal oscurísima del presente en Estados Unidos. También Trump y la viuda de Kirk, apuntando el dedo acusador a la “América Liberal” y clamando que truene el escarmiento, acrecientan el riesgo de que la guerra civil en cámara lenta derive velozmente en violencia de jóvenes contra jóvenes.
“El llanto de esta viuda recorrerá el mundo como un grito de guerra”, bramó Erika Kirk. Su discurso, como los de Trump, Spencer Cox y otros líderes derechistas, partía de la forzada descripción del asesino como izquierdista que integraba una conspiración contra los conservadores, cuando lo único a la vista es un veinteañero con familia republicana y en una nebulosa ideológica.
Aparentemente, Tyler Robinson disparó contra Kirk porque ese personaje resonante pasó por Utha. Posiblemente, si quien se puso a tiro de su Mauser hubiera sido Obama, lo habría matado a él.
Kirk murió por el acceso a las armas que él tanto defendía y también por la mezcla de lunatismo y odio que ha engendrado tantos magnicidas en Estados Unidos. El país en el que, a mediados del siglo 19, mataron a Lincoln, comenzó el siglo 20 con el asesinato del presidente McKinley, en la década de 1960 vivió los magnicidios de JFK, Luther King y Robert Kennedy; en la siguiente dos atentados contra el presidente Gerald Ford y en 1981 el balazo al que sobrevivió Reagan, entre tantos otros.
Pero éste no es un asesinato más sino el que puede convertir los campus universitarios en campos de batallas de jóvenes contra jóvenes. Batallas que salten a las calles, como en Katmandú, y vuelvan ríos de sangre lo que hasta ahora ha sido una guerra civil por goteo.















Comentarios